malditos sean los curiosos y que los malditos sean curiosos:
la esencia de la poesía es una mezcla de insensatez y látigo...
....el gran Hank

jueves, 18 de junio de 2015

rojo marsala



Yo creo que Sheri amaba a Charles de alguna manera. Pero casi sin acercarse. Y el autobús que atropelló a Papasquiaro debería arder. Y que Anne Sexton se hurgó entre las costillas mientras le dictaban todos sus labios. Creo que los cajones contienen más poesía que las librerías. Y que prefiero un concierto a un recital.
Y ojalá pudiera decirte que desconozco la congoja. Que nunca viene por casa. Que me bebo las cervezas por gusto. Que cuando arrebatada, en el jardín, entre las flores, me lleno de tierra y sol el pelo, no estoy escapando de algo. Que no descascarillo la pared de mi habitación con la mirada para hacerle más ventanas. Ojalá ser ventana. Y saltar de mí misma al otro lado.
Que si te digo que me escondo en palabras grandes y no es por miedo, te estoy mintiendo. Que me sé las calles como me sé mis venas. Que digo turbulencia para que agarre la casa entera, con cada rincón. Que aquí dentro fabrico el caos. Dentro de todo. Que contigo quiero vestir cada umbral de muérdago y cada cama de naufragio, es algo tan tonto como verdad. Morirnos un poco antes de morirnos del todo. Petite mort. Aunque ya no hay tickets capicúa en mi bolsillo, esos que nos daban suerte, sigo cruzando los dedos con matrículas repletas de sietes. Que no me resigno ante las vísceras del pasado. De hecho las esnifo para sentirlas mejor. Que no sé de dónde vengo pero a lo mejor no me he movido. Como una borrachera que te trae el mundo al salón. De los amantes y sus dentelladas podríamos hacer un simposio, no crees? Vomitarnos prosas uno al otro, diabólico tête à tête, mejorar nuestro punch mientras desvestimos al héroe. Que los atardeceres de este verano serán rojo marsala de tanto fuego que es el rojo de moda. Rojo casi de vena. Rojo bonito. Rojo de deshacernos.
Llenos de dolor y excitados, así somos bombas. Que después de la devastación llegarán las adelfas, como en Hiroshima. Lo inundarán todo. Pero antes, que me beses las rótulas y las muñecas. Antes, colgarle dos rombos a la habitación. Barcos pirata surcando el asfalto. Ansia. Soy yo misma, me veo arder, me quiebro. Y nuestra tela nerviosa, custodiando la penetración. Esmaltando paladares. 
Que mis ojos sean tu clochard y me lo des todo. 

martes, 9 de junio de 2015

komorebi
























Quise encontrar la palabra que definiera el momento que sucede a tu cuerpo, a tu voz, a tu presencia, a tu géiser. La palabra que incluyera cierta devastación porosa de los sentidos, como un derrumbe silencioso e íntimo que trepa la vena y se instala en cada órgano, con su frío, como pequeños yunques taquicárdicos y furiosos que dibujan las llagas y los temblores. Nuestro después, ese que contiene un vacío que es más que un vacío. Que hable de cómo se me queda la habitación en harapos. Que albergue un galope desolado, un mar y su vastedad pero con todo el significado de su profundidad y negrura. Cuando las olas del oxígeno hinchan y deshinchan pechos. Cuando parece que basta cerrar los ojos. Pero no existe. Esa palabra no existe. Y la necesito.

En japonés Komorebi define la luz que se filtra a través de las hojas de los árboles. Mångata en sueco es la carretera de luz que dibuja la luna sobre el mar. Y Waldeinsamkeit en alemán es la sensación de soledad que se tiene en mitad de un bosque sintiéndose en contacto con la naturaleza.


Cuando no existe el bálsamo de la palabra hay que buscarla y quien la necesita la encuentra. Necesidad de acotar ese sentimiento en una estructura gramatical, sonora y repetible. Poder abandonarla sobre la hoja, manosearla, escribirla cien veces y llegar a odiarla, pervertirla. Como una doma del instante que mezcla dolor y plenitud. Palabra que sea el barco guía, el práctico que entra al buque en el puerto, y lo deja quieto, a salvo. Que deje quieto y a salvo el dolor. Apagar el zumbido y no cargar con el equipaje del momento. Como meter en el cuadro el paisaje que sostiene la duda. Entender el cuerpo que se enciende y se apaga, cual faro de carne que ruge entre las vértebras. Ser incivilizada contigo es disfrutar el alarido, ungida de un léxico de fuego, sólo trazando mareas y gritos. Pero debo huir del momento innombrable. Después de entrelazar cuerpos, lenguas, miradas, con esa geometría de los pulsos, sacarme de ella con una palabra, una sola. Callar belleza con lenguaje. Deshacer los nudos. Una palabra, una sola, cinco, seis, ocho letras. Lo que sea, pero atar ese cuarto de hora que te sucede en el que no hay anclajes, en el que el suelo desaparece. Achicar el universo para encontrarme, forjar rumbos de codeína. Traducir mi violencia en ti y por fin entenderme.