Todo lo intercambiamos, devorándonos
Enrique Lihn
[para nombrar el fuego]
Bajábamos de la ginebra como animales que vuelven de la fiebre / un pequeño
cuarto a punto del derrumbe era entonces el lugar propicio para el amor /
habitábamos con todo el cuerpo la palabra maremoto / un trío de ángeles animaba
nuestras sombras en húmedos espejos / ardíamos de manos rojas / de labios rojos
/ de sexos para siempre rojos / deseábamos la luz / nos poseía un lenguaje de
serpientes:
/ entrar en un cuerpo o estrangularlo / hacer babear las fauces calientes
de los lobos del sueño / decir amor mientras afuera están muriendo las palomas
en tibias catedrales / entrar en un cuerpo y destruir el oro / darle la
temperatura necesaria al alquimista para que interrumpa el suicidio de los niños
en un país de nieve / hacer que el astrolabio nos devuelva la estrella a los
ojos en blanco / y leer en las caderas ensanchadas / en los muslos / en la
espalda / un árbol genealógico de bestias /
: sí / en otro tiempo volvíamos del vino tenebrosos / inocentes / casi recién
nacidos / tú entrabas en mi cuerpo / y un humo de lilas / sobre mí / dejaba una
corona negra //
I
Tu silencio es el lenguaje de la mujer que espera. Buscas un nombre. Una voz que al germinar no se rompa. Hurgas en el sueño de tu amante y con manos insalubres arrebatas frutos de la adormidera. Sobre tus labios, negras semillas recuerdan a los tábanos que enjambran en espera de sus hembras. Poco a poco, la temperatura de tu cuerpo se condensa; sobre tu lenguaje, se desata el aguacero.
La lengua se bifurca. Dice lluvia y crece una amapola en el desierto. De
sus pétalos, el té para aliviar el frío, el hambre.
Tengo miedo de nombrar la arena, de escanciar
el vino en la copa equivocada. Tal vez sería más dulce pronunciar la sed,
interrumpir el vuelo de libélulas que van hacia tus ojos,
heridas de mis ojos.
Mientras te espere
seré del precipicio.
II
Escucha. Hay una sonata para oboe pudriéndose en el río. Es silencio y no. Lo
ángel de tus ojos ordena los acordes sobre el agua. En tu corazón, un niño mudo
ahoga una canción enferma. Aprendes a decir la noche con sus árboles
envejeciendo. El aroma de los frutos, afilado, taja el cuerpo de la niebla. Al
amanecer, la nota más violenta en el silbido de las oropéndolas predice la
llovizna.
Te sueño bálsamo. Gota que desciende en la resquebrajada corteza del
almendro. Ámbar lágrima de Dios o roja sangre en el costado de la
bestia.
Yo construyo para ti un lenguaje, una parva de
cristales tan sanguíneos que semejan flores de cobalto.
Digo para ti la transparencia, cincelo el
paraíso.
En la desmesura del verano brillarán las hojas, el vocablo que al calor se
deletrea.
Nublado y turbulento, sólo tú podrás instrumentar mi
silabario.