mi "cadáver lleno de mundo"
I. P. Montalbán
Hay tantas maneras de dibujar el naufragio
y somos tan diestros al conjugar el agotamiento con el amor.
Infinitos que se quieren abarcar, ciegos y obstinados.
Adosarnos a la vida y auscultar muros en busca de latidos
sencillos,
y nutrir la nada.
A veces no es necesario dibujar poliedros con las palabras,
que fueran sólo días sin nombre que abrazan en lo roto
bastaría.
Ni danzas perfectas,
ni placeres orquestados,
sólo un gesto pequeño
en mitad del gateo oscuro del tiempo
que nos pasa sin ser visto entre las piernas,
sólo un aliento que nos brinde sentido
y no un refundar la pena constante.
Se nos da bien el vuelo corto con grilletes,
como halcones adiestrados que hacen hogar en el guante y su
caricia.
Y amamantar la rabia mirando hacia otro lado
también se nos da de lujo.
Acostumbrarnos al hueco en el hueco
y ver cómo se vacían nuestros distritos rojos de vicios y humedad
mientras morimos con la anatomía del intento
-tan aprendido y propio- entre las manos.
Limpios tras arder en mil noches de san juan
para, una y otra vez,
construir ese tríptico desasosegante del que vuela, cae y
repta,
del que obedece, calla y paga,
del que sueña, despierta y traga.
Dejando sedientas nuestras flores del mal
y observar la vida desde atalayas tristes.
En lugar de hacer zoom con nuestros cuerpos
y elevarnos
y tramar el amor una vez más,
tramar la vida,
en una suerte de ficción que se hace carne,
habitar nuestra fuerza.
Recorrernos en millas y millas de temblor,
hacernos bellos
y no estafarnos a nosotros mismos.