Touché, me tocaste el alma
Se
me desarma el refugio de las fiebres perfectas
cuando
no estás.
Asalto
el mausoleo de mis propias neurosis
y
soy un manojo de raíces exiliadas de tu cuerpo
que
dejan de beber y respirar.
Me
ofrezco mi deriva en bandeja
y
ya no recuerdo cómo se vencen las apatías
ni
si existieron los desguaces para aquellos que llegan de las guerras
los
de la palabra trabada en la garganta
los
de la rabia sin camino ni elixir
los
que sueñan corceles y adiestran bosques con las manos
y
clavan miradas perdidas en horizontes imposibles de ciudad.
Cuando
se ponen en fila los incendios,
tan
dispuestos a ardernos,
todo
encaja.
Pero
en la antesala de los huecos
y
las noches desvestidas de catástrofe
cuando
no me amainas con tus paños calientes,
con
tus paisajes de carne
sólo
somos tristes devotos de la memoria
que
escarban la fatiga para descifrar la cicatriz que deja el tiempo.
Esa
huella macabra y obstinada que deviene de la fricción de los cuerpos.
Esa
marca que hierve y nos recorre
Y
observar los días como una hemorragia
y despeñarse dentro de uno mismo
para
descubrirse incompleto
en
la urgencia del animal
(que sueña)
que
luce con grandeza, sus heridas.