martes, 28 de junio de 2016

la maniobra de Heimlich






























Se intentó todo, la maniobra de Heimlich incluso en su vertiente más amorosa. Romántico ahogamiento por amor. Tragarse un mar y perderte entre brazadas. Cómo olvidar que la piel nunca fue aislante de nada, que nuestra carne era el pedazo de eterno concavo/convexo en la misma isla. Nunca rechazó mi cuerpo tu latido. Nunca. Así que te quedaste a vivir dentro, en un cuento infinito. Yo me dispersé aprendiendo idiomas, cerrando la puerta de mi habitación y drogándome con música y toda la lluvia que era mi cuerpo. Tú en mis ingobernables dominios de la sangre seguías labrando los temblores. Con un calor que traspasaba el somier y varias capas tectónicas. Habitante. Aprendiste mis huecos, mis desiertos níveos y todos mis silencios. Descabalgué el miedo, vacié los podios. Abastecida de emocionantes noches que devienen en vómito. Mis posibilidades de olvido se reducían a meros empujones de los recuerdos como un pinball maldito y trucado. Como el ángel exterminador de Buñuel, imposible desalojo de ti.
Llenamos la placenta de sueños que alumbraríamos despacio y estremecidos.
Pensé que sólo el dolor era para siempre e in crescendo como lo ilegible en la letra del alcohólico. Pensé que no era sano crecer en un lugar sin trenes, ni puentes, ni ríos. Y aún así fui capaz de perder los primeros, saltar de los segundos y ser arrastrada por los últimos.  
Nunca fuimos tibios. Y por ello nunca seríamos pasado.    


domingo, 12 de junio de 2016

réquiem por 1 dolor




























Lo tenemos. Nuestro crimen y castigo. Por pernoctar constantemente en la miseria del otro. Por usarnos como pensiones baratas con su sinfonía arrabalera de muelles y dañina humedad. No se entiende que se abren las piernas como se abre el alma. Para que penetren. No se entiende que a gatas se aprende el morse del cuerpo del otro. Que no somos fortalezas que invadir, con puentes levadizos y cámaras secretas. Que no hay belleza en los cerrojos. Que somos vastedad bajo el cielo abierto aunque se vista de tormenta. Que somos carnada salvajemente domada. Que llevamos las paredes bien finas para que el otro oiga como gritamos por dentro. Que manchamos los espejos con nuestro vaho para así escribir sobre ellos los mejores no-versos. Que bronceamos el dolor hasta que arda bien y entre las manos. Que no nos abandonamos en mitad del primer alarido aunque estemos aterrados. Que pisaremos cristales y flores a partes iguales y lo uno sanará lo otro, mientras enfermos de vida nos lo seguiremos dando todo.