Si un gobierno declara ininteligible a un almirante pasarán
cosas extrañas en el país, porque nunca se ha sabido que a un almirante le
agrade ser declarado ininteligible y todavía menos que un gobierno civil haya
declarado ininteligible a un almirante.
Si a pesar de eso el gobierno lo declara, sucederá que el
almirante declarado telefoneará a otros almirantes y en algún lugar del buque
insignia habrá una reunión secreta donde numerosas condecoraciones y
charreteras se agitarán convulsionadas, tratando de poner en claro cosas tales
como el significado de la ininteligibilidad, por qué se declara ininteligible a
un almirante y, en caso de que la declaración tenga algún fundamento, cómo
puede ser que el almirante declarado haya procedido ininteligiblemente hasta el
punto de que declaren, y así sucesivamente.
Lo más probable es que los almirantes inteligibles se
solidaricen con el declarado, en la medida en que la susodicha declaración
afecta el buen nombre y honor de un colega que a lo largo de su digna carrera
no ha dado jamás el menor motivo para que lo declaren. En consecuencia, si se
acata la declaración del gobierno se navega a toda máquina hacia la anarquía y
el retiro forzoso, por lo cual frente a la gravedad de los hechos sólo cabe una
respuesta solidaria: concentrar la escuadra en la rada y bombardear la casa de
gobierno, que un arquitecto insensato ha puesto prácticamente al borde del agua
con las consiguientes ventajas balísticas.
Sin embargo, no es posible desechar la posibilidad de que
los almirantes, conscientes del hecho de que el gobierno responderá a tan legítima
actitud con el bajo recurso consistente en movilizar al ejército y a la aviación
so pretexto de que en el bombardeo han perecido varios miles de ciudadanos,
decidan finalmente persuadir al almirante declarado para que demuestre públicamente
que la declaración carece de todo fundamento. A tal fin, después de ponderadas
deliberaciones, convencerán al almirante de que debe escupir sin más dilación
el chewing-gum que se obstina en chupar y soplar desde las últimas navidades y,
en caso de que el almirante declarado arguya que aprecia demasiado su
chewing-gum como para escupirlo, lo acorralarán en un extremo de la cabina y le
apretarán la nariz hasta que abra la boca, momento en que el dentista de a
bordo le extraerá el chewing-gum con la pinza que siempre tienen los dentistas
navales para casos parecidos.
Cumplida esta etapa tan amarga cuanto necesaria, los
almirantes comunicarán rotunda y telefónicamente al gobierno que el declarado
no sólo ha sido nunca ininteligible, sino que su inteligibilidad es orgullo y
alegría del almirantazgo, razón por la cual en un plazo de veinticuatro horas
deberá revocarse la declaración so pena de graves represalias. EL gobierno se
manifestará sorprendido por tan adusta decisión y reclamará las pruebas
pertinentes, ocasión en la cual el almirante declarado hará oír su voz por teléfono
y el gobierno tendrá amplia oportunidad inteligible de percatarse de que es un
almirante perfectamente inteligible y que la declaración carece ya de todo
fundamento, terminando el episodio con un intercambio de frases festivas y
promesas recíprocas de lealtad y patriotismo.
Como prueba complementaria y decorativa, se enviará al
gobierno por correo certificado una cajita de plexiglás en la cual se habrá
acondicionado el chewing-gum, cuidando de no romper la última burbuja producida
por el almirante puesto que le da un aire parecido al de una perla y ya se sabe
que los almirantes y sus esposas tienen el más alto respeto por estas
excrecencias que simbolizan el mar, aparte de que cuando son auténticas cuestan
horrores.