"Volvía a descubrir en Tipasa que había que guardar
intactas dentro de uno mismo una frescura, una fuente de alegría; amar el día
que escapa a la injusticia y volver al combate con esa luz conquistada (…) Yo
había sabido siempre que las ruinas de Tipasa eran más jóvenes que nuestras
obras en construcción o nuestros escombros. El mundo empezaba allí cada día con
una luz siempre nueva. ¡Oh, luz!, ése es el grito de todos los personajes
enfrentados, en el drama antiguo, a su destino. Ese último recurso era también
el nuestro y ahora yo lo sabía. En
mitad del invierno aprendía por fin que había en mí un verano invencible".