Este aguacero es una llamarada
Paul Eluard
La buganvilla del jardín está escribiendo una carta. Me gusta pensar que se recrea describiendo las nuevas vistas que va alcanzando en ese Annapurna lento que está conquistando y la luz toda, cuando se va vistiendo de sombra o de noche cerrada. O cómo serpentea y se abraza a ese muro centenario a modo de página en blanco, como si fuera un cuerpo por descubrir y descubrirse las muescas del tiempo, los desconchados, las imperfecciones que se nos dibujan durante el uso de la vida. Tal vez en algún momento me mencione mientras me ve a través de la ventana de la cocina preparando café o unos aglio e olio mientras bailo un sábado por la mañana. Yo siento la bulla del deseo apretando como nudo ballestrinque. La tensión y una vuelta mordida, mientras ella sigue alfombrando la entrada de rojo sangre para mis neumáticos gastados. Flores y neumáticos, de eso nunca hablan los poemas pero quizá sí las cartas.
Me gustan las cartas manuscritas, cinceladas con calma y pulsos acelerados al mismo tiempo. Me gusta lo que oculta un tachón aún legible, la palabra desterrada a medias. Me gustan los dos pliegues del papel, como dos trópicos que la dividen. Me gusta imaginar el proceso de las mismas, la presión-danza de los dedos, las tintas derramadas en caligrafías que nacen para desvelar unos ojos concretos.
Fitzgerald le dijo a Zelda: Nos destrozamos nosotros mismos. Sinceramente, nunca he creído que nos destrozáramos el uno al otro. (...) Recuerdo una tarde en la que todo era horrible menos nosotros dos.
Balzac escribió: Tú lo has devorado todo.
Keats escribió: Tú siempre eres nueva.
Goethe: Adiós a ti, a quien amo mil veces.
Somos un delta de rabias y pequeños bochornos que se congregan para destruir la calma. Somos una aceleración insensata que no nos lleva a ningún lugar. Y la habitación hoy, como un bosque al anochecer. A mí no me arrulla la escarcha, me digo. Me desordena el viento y me voltea sobre mapas antiguos en los que no dejo de encontrarme. Soy la que cree, soy la que ama. De nosotros lo único que sobrevivirá será el amor, dijo Philip Larkin, así que démonos precipicio, démonos canto, démonos néctar. Que vendrá la vida y tendrá tus ojos. Lorcacalorlorcacalor como un mantra. Movamos el tiempo y respiremos la fiebre. Tengo que hacer algo con el abismo líquido que se cierne sobre esta hembra península de carne, cabello y versos en la emergencia. ¿Cuántos guernicas en el corazón se pueden albergar? te pregunto. Al final nos rebosan los recuerdos, se desparraman por la casa que es el cuerpo. Nos llevaremos hasta el final así que mejor arder en flores como una buganvilla enloquecida. Reptemos sobre la hoja en blanco sin tiempo ni horizonte, destilemos significados de palabras recién nacidas y que nos sorprenda el amanecer con su túnica de luz, los puños doloridos y un amor yugular que bombea energía y caricias.
Bukowski le dijo a Sheri: ¿arden allí cosas más grandes que poemas o rubias de nailon y liguero, joder, me refiero a las rubias jóvenes, Sheri, de noche de escupir cerveza y maldiciones; arden allí cosas más grandes que luchar por tu vida en un combate a 4 asaltos, los guantes que bombardean tus entrañas cuando lo único que quieres es amor?.
Miller le dijo a Nin: Ya te veré en medio de la nieve y entre libros y vino. Adiós, tuyo siempre.
Hoy yo he escrito: En las fotografías donde me ves borrosa, soy un cíclope ebrio huyendo de un flash pero nunca del Sol.