lunes, 27 de febrero de 2023

EL EJE DE LA INFLORESCENCIA

 


"corro, escribo, aplaudo, lloro, atisbo, destrozo"

César Vallejo


Estos son los derroteros de la poesía.

Amanece henchida de mezcal, el verso también fermenta y se destila. Se fuma un cigarrillo sin filtro en un café de Coyoacán, al fondo, una puerta abierta vierte una luz blanca que quema y suena la convulsa balada que le da cuerda a tu mundo. Me cautiva tanta destrucción y ella, inquieta, salvaje y estremecida, salvajemente estremecida, lágrima a lágrima, fósforo a fósforo, se quema, se pierde, se construye, se reinventa, provocando la extraña destilación del sueño en la noche. Es un árbol milenario que se despeina en el vendaval, mechones como ramas descarrilan por sus hombros. Cierra los ojos y mírala por dentro, un poco más allá del color crepúsculo de su vientre morfina. Un poco más allá de tu ebriedad en su clavícula. Cuando abandones zigzagueante la licorería de sus axilas. Pasado el relincho del corazón en la escollera de su cintura, rotos los mercurios que nacen en el raval de vuestro abrazo. El broche del verbo se amarra a la hoja como fruto con pedicelo de acero. Pincel de pestañas, ven que va a brotar la palabra. Ella es lo que queda.

Atardece y es ella bebiendo merlot tras un largo paseo por el Jardín de las Tullerías, la humedad ha pegado pétalos a sus zapatos, ha desplegado un ramillete de jamases sobre la mesa mientras, suave y carnosa, se dispone a apaciguar el sarro de la memoria y sepultar sin escándalo las ocasiones perdidas bajo la atenta mirada de un camarero que no la quiere sedienta. Camas y barricadas. La luz agoniza si no la toca. Nadie se acomoda en la cruz. Ella lo sabe. La cicatriz aún de la piel tira. Solloza, animal esbelto. Ríndete al ornamento de los barrancos de los pechos cuando ululan, cuando braman, cuando gritan, que no es confeti sucio, que es el jardín cuando se desnuda y ella lo pisa lo que amparas con tu tinta.

Anochece en un balcón del Raval anclada a los pensamientos más fieros con un verso de Montané que hipnotiza El amor es la bolsa llena de sangre donde respiran los prisioneros. Inesperadamente y con frenetismo construirá para ti una atalaya de aleluyas y un parque en el fin del mundo. Habrá cunetas para albergar los volantazos y flores para cubrir el olor de todos los llantos. Proclama el gozo de los versos hijos de nadie, de la estrofa loca que se hunde y la aguja del verbo que la mente turbe. Amante del tallo cuando liba y la raíz llena de tierra. Que desfile tu osadía y haga arder el carrusel de las vidas sin sobresalto. Que su abdomen suspirante vaciará la habitación de oxígeno y en tu sien sentirás esa gota que hierve y serpentea hasta el corredor de tu nuca mientras tu pulso palpita y mana una palabra tras otra. Así te enfrenta a las luces largas de la hoja en blanco, esa catarsis peligrosa del que se rinde y se entrega, del que se vierte y se escucha con algo de esperanza y todo el espanto.






 

viernes, 24 de febrero de 2023

Incomprender el mundo, Javier Velaza

 ANOCHECER EN MONASTIRAKI

Incomprender el mundo. Esta tarde
en esta terraza de Monastiraki,
con una copa de retsina, iluminado
por la sombra sagrada de la Acrópolis,
sabes bien que esa es la auténtica misión:
incomprender el mundo. Los turistas
y los gatos regresan de aplaudir
la caída del sol en el Areópago.
Atenas anochece apenas sin dolor.
No hay un sitio en el mundo donde mejor se sienta
que todo ha sido inútil aunque haya sido hermoso.
Esta arena que pisas contiene todavía
fragmentos de la copa de Sócrates, Pericles
bajó por esa cuesta ya enfermo de la peste.
Ahí mismo, donde ese camarero
esboza con tres pasos torpones un sirtaki,
alguien mató a los dioses hace mucho. También
tú has matado lo tuyo por el sueño
griego de la razón, la gran metáfora.
Pero no te arrepientes. Tú anocheces
apenas sin dolor también y das por bueno
que todo ha sido hermoso aunque haya sido inútil.
Ahora eres solo otro turista más
que pasea sin rumbo entre las ruinas
abandonadas ya del pensamiento
—si hoy es martes, debe de ser Platón
quien nos explica el mundo inexplicable,
si es miércoles, Byung-Chul Han—,
y, cuando cae el sol, aplaudes indolente
y buscas junto a un gato una terraza
donde tomar tu copa de retsina
e incomprender perfectamente el mundo.







CATÁBASIS

Sales de casa huido de ti mismo. Necrópolis
de vivos, la ciudad te espía entre cipreses
y sospecha que buscas aquello que perdiste,
y no entiendes qué es. Y no te tiene lástima.
En medio del camino de la vida te sabe,
sin dirección. Te enfocan las luces del crepúsculo
y desfallecen. Pasas junto a la vieja iglesia:
los dioses han dejado de creer en nosotros
porque les dimos miedo. Te saludan,
con la mirada mate de la hulla,
tres almas enfundadas en sus cuerpos
insepultos: van al baile de máscaras.
En los parques el viento arremolina
portadas de periódico que informan
del fin del fin del mundo. ¿Qué canción
te sacará de allí, rota tu lira?
¿A qué rama aferrarte, si te hundieses?
En las sesiones golfas de los cines
se proyecta el futuro en versión
original, oferta dos por uno.
El diablo sabe que eres como él,
el más sabio de todos los idiotas,
el más audaz de todos los cobardes,
el más alegre de los hombres tristes,
y no puja por ti. En el Paradise
no permiten entrar con tus sandalias
de pecador. Y ya es la del alba,
y un día más esta ciudad te observa
de reojo volver despacio al purgatorio
de tu casa igual que regresan los héroes:
con las manos vacías de esperanza
y esta injustificable fe en el hombre.