miércoles, 2 de octubre de 2024

Buceando en el naufragio





Una vez leído el libro de mitos

y cargada la cámara

y comprobado el filo de la hoja del cuchillo,

me pongo

la armadura de caucho negro

las absurdas aletas

la tosca y rígida mascarilla.

Tengo que hacer todo esto

no como Costeau

con su diligente tripulación

a bordo de la goleta soleada

sino aquí, a solas.

Hay una escalera.

La escalera está siempre ahí

colgando inocentemente

al lado de la goleta.


Nosotros, que la hemos usado,

sabemos para qué sirve

Sería, si no,

un trozo de escoria marítima

un desperdicio cualquiera.

Desciendo.

peldaño tras peldaño y todavía

el oxígeno me sumerge

la luz azul

los claros átomos

de nuestro aire humano.

Desciendo.

Las aletas me estorban,

me arrastro por la escalera cual un insecto

y no hay nadie

que me diga cuándo va a comenzar

el océano.


Al principio el aire es azul y luego

es más azul y luego verde y luego

negro estoy perdiendo la conciencia

y sin embargo

mi careta es potente

llena la sangre con fuerza

el mar es otra historia

el mar no es cuestión de poder

tengo que aprender sola

a girar mi cuerpo sin esfuerzo

en el profundo elemento.


Y ahora: es fácil olvidar

a qué vine

entre tantos que siempre

han vivido aquí

ondeando sus dentados abanicos

entre los arrecifes

y además aquí abajo se respira de otro modo.

Vine a explorar el naufragio.

Las palabras son propósitos.

Las palabras son mapas.


He venido a ver el daño que se hizo

y los tesoros que se han conservado.

Deslizo el haz de luz de mi lámpara

lentamente por el flanco

de algo más permanente

que peces o algas

lo que vine a buscar:

el naufragio y no la historia del naufragio

la cosa en sí y no el mito

el ahogado rostro siempre mirando fijamente

hacia el sol

la evidencia del daño

carcomido por sales y vaivenes

hasta convertirlo en esta belleza raída

las cuadernas del desastre curvan su afirmación

entre difusas presencias.


Este es el lugar.

Y yo estoy aquí, sirena cuyo cabello oscuro

fluye negro, tritón en su cuerpo blindado.

Circundamos en silencio

por los restos del naufragio

nos sumergimos en la bodega.


Yo soy ella: yo soy él

cuyo rostro ahogado duerme con ojos abiertos

cuyo pecho aguanta todavía la tensión

cuya carga de plata, cobre, bronce yace

oscuramente en el interior de los barriles

mal encajados y pudriéndose

somos los instrumentos semidestruidos

que, una vez siguieron un rumbo

la bitácora carcomida por el agua

la brújula atascada.


Somos, soy, eres

por cobardía o valor

quienes hemos de hallar nuestro camino

de regreso a esta escena

llevando un cuchillo, una cámara

un libro de mitos

en el cual

nuestros nombres no aparecen.