miércoles, 16 de septiembre de 2009

MOONDOG por Rosa Montero

Se llamaba Louis Hardin pero pasó a la historia como Moondog. Nació en un pueblo de Kansas (EEUU) en 1916. Fue un artista excéntrico, indefinible, vanguardista y original. A los 17 años le estalló un petardo en la cara y le dejó ciego: un accidente de tragedia griega, una marca de predestinado por los dioses. Diez años más tarde, en 1943, abandonó la protección de la familia y se trasladó a Nueva York solo y sin dinero. Ciego y distinto, empezó a construirse como personaje, y lo hizo con un empeño en la rareza formidable. Vivía más o menos como un vagabundo, subsistiendo de las limosnas que recibía; de hecho, se adueñó de la esquina entre la Sexta Avenida y la calle 54, que más tarde, cuando se hizo famoso, pasó a ser conocida como la Moondog corner. Tocaba su música en la calle, con instrumentos de percusión o con un órgano eléctrico. También recitaba sus poesías y conversaba: era culto y elocuente. Lucía largas melenas y barbas de profeta, y empezó a vestir con ropas indescriptibles que se fabricaba él mismo. La esquina de Moondog se encontraba muy cerca del Carnegie Hall, y los músicos de la Sinfónica de Nueva York se hicieron amigos de él y le prohijaron como una especie de mascota. De hecho, durante dos o tres años Hardin se pasaba los días con la Sinfónica, asistiendo a todos los ensayos y conciertos.
Pero llegó un momento en que los músicos quisieron regenerarlo. Le compraban ropa buena, insistían en que se convirtiera en un hombre normal. Cosa que Hardin no podía hacer. Antes al contrario, su deriva física y social iba siendo cada vez más extravagante. Y así, en 1947 empezó a denominarse oficialmente Moondog, y poco a poco adquirió su apariencia definitiva, a saber, la de un vikingo. Llevaba un casco ornado con cuernos, capas imposibles hechas de retales, los pies envueltos en un gurruño de harapos y, como remate, una enorme lanza. Empezó a ser conocido como el vikingo de la Sexta Avenida, y la gente de la Sinfónica se alejó de él. Aun así, varios de los grandes músicos de la orquesta participaron en las grabaciones de los discos de Moondog.
Y es que aquí viene lo más maravilloso de esta especie de cuento de hadas al revés: Moondog era un espléndido artista y, sin dejar de vivir en la calle y de tener todo el aspecto de un lunático, de alguna manera se las apañó para hacer cosas increíbles. Por ejemplo, editó más de treinta álbumes, varios de ellos con compañías discográficas importantes; sus composiciones se usaron como bandas sonoras de películas y en anuncios publicitarios; actuó con Phillip Glass y Steve Reich, dos de los santones de la música minimalista, quienes, por cierto, le atribuyen a Moondog la creación del concepto del minimalismo, porque el vikingo sostenía que su ambición como compositor era conseguir "el arte de esconder el arte, el máximo efecto con los medios mínimos"... En fin, incluso llegó a grabar un disco cantado por... ¡Julie Andrews! Mary Poppins y el vikingo en una mezcla explosiva.
Moondog murió en 1999 a los 83 años, pero sus discos todavía se escuchan. Parecería incluso que está empezando a ponerse nuevamente de moda (hace unos meses se publicó la primera biografía sobre él, en inglés, hecha por un tal Robert Scotto). A mí lo que más me gusta de Moondog, aparte de su música estupenda, es la increíble fuerza que poseía. Fue un ciego que hizo olvidar a todos su ceguera, un alienígena capaz de sobrevivir en la dura vida de la diferencia radical. Invidente y raro como era, debía de poseer un encanto singular, porque se casó dos veces (tuvo una hija) y mantuvo varias relaciones sentimentales importantes. He visto la foto de una de sus novias: asiática, elegante, bellísima. Es como el cuento del patito feo pero hecho realidad: un indigente, en apariencia un pobre tipo marginal, chiflado y fracasado, que en realidad es todo un personaje, un artista admirado, un músico famoso. La próxima vez que vean a un mendigo estrafalario por la calle, repriman su condescendencia y acuérdense de Moondog.

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