martes, 27 de marzo de 2012
cojo el tiempo. con cuidado, que no se rompa. lo doblo cuidadosamente hasta que, de sus veinticuatro o treinta o trescientos sesenta y cinco o treinta y cinco pliegues, sale una pajarita brillante y simpática como un sol o un arcoiris, o un barquito que flota y cruza mares tan valiente, o una flor de pétalos iguales, o un avión que a veces vuela, a veces no y siempre espiralea, o una ranita que salta de tema en tema sin que nadie le diga ponte en orden, corazón. a veces también sucede que lo arrugo, también con cuidado, hasta conseguir una bolita que lanzo despreocupadamente a la papelera o a cualquier vaso, mientras fumo tabaco negro davidoff y la impresora deletrea hojas con cansancio, rac-rac, antes de quedarse sin tinta, aburrida que es ella y aguafiestas
o le prendo fuego con un mechero azul, de esos que regalan
o escribo encima palabras que me gustan. por ejemplo, mandarina o gominola o diecisiete, el más bonito de los números
o le dibujo una chica embarazada, un puente, una escalera, una amapola, un perro que sonríe
o lo rompo minuciosamente en trocitos bien pequeños y jugamos a los puzzles
o lo miro sin saber qué hacer con él mientras remolonea contento por haber ganado la partida, silbato final
exactamente como ahora
por fin la conexión me deja leer esta entrada. Te pongo un hermoso diecisiete. Es un texto lleno de dobleces. Muy evocador: sublimas el aburrimiento
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