martes, 6 de marzo de 2012
El ladrón - Georges Darien
“Voy a pasar la tarde al jardín zoológico para matar el tiempo. Son sobre todo las fieras las que me interesan. ¡Ah! ¡Bellas y desgraciadas criaturas! La tristeza de sus miradas persigue, a través de los barrotes de las jaulas, sin preocuparse de la curiosidad ridícula de la multitud, visiones de acción y de libertad, de largos ocios y de cazas terribles, de acechos pacientes y de sangrientos festines, de luchas amorosas y de celos satisfechos… visiones de cosas que no volverán a ocurrir, de cosas cuyo recuerdo despierta cóleras feroces que ni siquiera llegan a realizarse, tan bien saben, esos animales mártires, que tendrán que morir ahí, en esa prisión en la que notan debilitarse día a día la enorme fuerza que les es imposible gastar.
Doloroso espectáculo el de esos sueños enérgicos y crueles condenados a rumiar sueños de independencia bajo el ojo húmedo de los castrados. Sus ojos, de ellos… Los ojos de los leones, desdeñosos y del color de las arenas, proyectando resplandores oblicuos entre los párpados semicerrados; los ojos de ámbar pálido de los tigres, que saben mirar interiormente; los ojos rojos y helados de los osos, que parecen hechos de un poco de nieve y de mucha sangre; los ojos que siempre han vivido de los lobos, de una inmensidad angustiosa; los ojos imprecisos de las panteras, ojos de cortesanas, almendrados, ojerosos y móbiles, llenos de traición y de caricias; los ojos filantrópicos de las hienas, de pupilas religiosas… ¡Ah! ¡qué terrible angustia y cuánto desprecio en esos ojos de reflejos metálicos!”
la segunda estrofa es magnífica
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