Yo también te amé porque conquisto magos,
hermoso detective.
Te amé como las más traicionera,
como te amó la mitómana,
o como aquella que abortó delante de ti,
en un inodoro de otra galaxia.
Yo también te abracé entre collares y colonias
Ca d'or,
y entre discos pequeños que nunca sonaron,
y te amé como todas o como ninguna.
Aquella vez entre luces y copas de vino,
-porque fuiste tú quien me enseñó el vino-
yo sabía que aquella vez me temblaron los labios,
y que tú los entrelazabas con tus piernas,
así de alguna manera la anorexia de Gide me salvaba.
Y tu mano se quedó sombreando un beso en el espejo,
y el diccionario de la muerte desapareció
cuando yo le mordí tu huella.
Hubo cacerías del gato al ratón,
y ganas de cortarse la oreja
sin la barba profunda de Van Gogh.
Y recuerdo tu cabeza bien peinada,
y el asco al agua con la que colaba el café,
y tu sonrisa que abría un agujero
de dientes olorosos en el universo.
Yo te amaba platónica y desaforada,
aunque mi cuerpo no se quemó en tus fotografías,
y me mordía las uñas leyendo tus poemas,
mientras tus chistes partían la tarde.
Yo me reía y por eso te amaba,
y hay muchachas modelos y corrompidas,
listas para ser regaladas preferentemente pelirrojas.
Por ti estuve a punto de teñirme los cabellos,
y de cerrarme el ombligo con almidón.
Yo era tuya como se es junto al primer novio en el cine,
rezaba para que la página no se te quedará en blanco,
y te mostraba la punta del
bloomers
cuando leías versos dedicados a Maud
-hasta de ella estuve celosa,
de esa chiquilla gélida dentro de mí-.
Yo te perseguía de viaje en viaje,
como una vikinga detrás de su marido,
y también te adoré como Milena: escuálida y morbosa.
Y me dolió la cabeza cuando te miré de cerca,
era un mareo finísimo del siglo XIX,
pero tú eras un muchacho moderno en tu
jacket de nylon.
Tú eras del dos mil,
aunque a ratos te me parezcas Lorrain,
y entonces huelo la acetona con gusto de heterómana.
Recuerdo con mínimo detalle la blancura de tu pantalón,
el sonido de tus zapatos, el modo de abrir la reja.
Yo te amaba burlándote, yo te amaba cruel y fatal,
y en este mismo instante tengo unas ganas de verte como nunca.
Aparécete, eres el único fantasma que no temo,
tú que me dijiste que la muerte es un aposento cerrado,
yo cierro las puertas y apago la luz,
ven, encaja la punta del paraguas en el cuello de esa estrella,
déjame decírtelo, amigo mío, nadie puede vivir sin ti:
"quién sabe si..."