martes, 14 de agosto de 2012

Alain Bosquet

retrato de un hombre inquieto


   Se retira hacia el fondo de sí mismo a pensar
lo poca cosa que es. Tal vez se vuelve al árbol
que le sugiere un gesto. Al cabo de una hora,
es la arena más bien quien le influye. Indolente

recuerda un viejo amor. Se cree bien conservado
a pesar del olvido y la sangre agolpada
sobre su corazón. No estaría tan inerme
si tuviera un amigo: por ejemplo un guijarro,
un ave moribunda, una colina cálida.
Cierra primero un ojo, luego el otro, escrutándose
con furor. No descubre nada fundamental
en sus pulmones ni en sus almas, que se quita
una detrás de otra, igual que sus camisas.
Toda serenidad le parece una ofensa.



vacilación

Preséntame a la desconocida que tú te vuelves al momento                                               
en que el poema se insinúa
como un insecto entre tus dedos,
y, al repartirte con los lobos,
vuelve golondrinas tus senos.
¿Eres mía, mujer rebelde,
que transformada en piedra veo?
Mírame ahora, soy tu amo
y el infinito aquí te enseño:
a cada paso que avanzamos
hay que renacer ante el verbo
que une obediencia y aventura.
Reconstruyo tu brazo nuevo
y reconstruyo tu figura,
mas nos lleva este movimiento
hasta el fondo de nuestra sangre
-niños que acosa un blanco vértigo
y cuyo sueño vale apenas
la sílaba que está muriendo.


 
como un deseo


                                                                         
                                                          Como un deseo,
y nadie sabe si será de silencio
o de perfume.
Como un impulso,
y nadie sabe si lo proporcionan las hormigas,
las nubes de la noche, las yeguas locas.
Como un enigma,
y nadie sabe si le corresponde a Dios,
al hombre , al polvo,
resolverlo.
Como un prólogo,
y nadie sabe si le seguirán los frutos,
las palabras, los reproches disimulados.
Como una ciencia
y nadie sabe a quién corresponde,
útil o caprichosa
o mil veces contradictoria.
Como un asombro,
y nadie sabe si existe alguien
para asombrarse, para ser feliz,
para determinar las grandes desgracias.
Como una ley,
y nadie sabe si hay que proferirla,
callarla, escribirla de nuevo
o llevarle cada mañana máscaras nuevas.




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