martes, 11 de septiembre de 2012

Las nieves del Kilimanjaro - Ernest Hemingway

 
 
Se acordó de cuando estuvo solo en Constantinopla, tras reñir con ella en París y marcharse. Había ido de putas sin parar, y cuando acabó, y vio que no conseguía matar la soledad, sino empeorarla, le escribió a ella, a la primera, a la que le dejó, una carta en la que le decía que nunca había sido capaz de matar la soledad... Que una vez creyó haberla visto delante del Regence y le vino un mareo y una náusea, y que cuando iba por el bulevar y veía a una mujer que se le parecía un poco se ponía a seguirla, temiendo descubrir que no era ella.


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