sábado, 11 de mayo de 2013

Rosa Lentini, poemas





No hay sino dos cuerpos
como dos jadeos
antílopes extenuados
cuyos músculos
se alargan y contraen
ciegos
a la carrera hacia delante
por la pradera que se cruza
a dos velocidades
si todo lo que son escapa
y muere huyendo



Si la carne
se enciende de la nada
y luego se consume,
se cierra sobre el vacío,
nombra la piel que nos viste
o habita la codicia de granito
que quiere ser de fuego,
para durar en los páramos,
en los surcos vueltos trincheras
a lado y lado del camino
y mejor encubrirse;
si la carne ordena la memoria
para quedarse en este punto,
¿hacia dónde ha de dirigir
la mirada
el que renuncia?



En tu oscuro rostro
muerte y hambre
se entretejen, madre,
pero basta un golpe
de tu mano hincada
para levantarnos de la fosa.
Las manos que te entierran
             que te roban
no se acercan
la lengua que te humilla calla
el sexo se mantiene en su capucha
ese respirar sometido más que una certeza
arrastrada hacia ese querer impío
te consumías a pesar del no
y eres una cosa decía los forcejeos
              lo repetían
              insistían
              una cosa

finge que él termina
y tú te encuentras más allá de la afrenta
sueña que las manos que te asaltan no existen
              no oyes no hablas
              sube trepa sin escarpias
              más arriba
 mira en el silencio
              penetra sin ojos
no despiertes a la serpiente

en un parpadeo
tu cuerpo en espiral
              sube sin el sí, y sube
 





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