miércoles, 18 de junio de 2014

El placer boca abajo (o esquirlas de la hembra fragmentada)



Fuimos imperio sin saberlo. Y fuimos verano. Deshojarnos por dentro entre la fanfarria de las horas felices y la catarsis de tenernos fue, es y será la más hermosa de las maneras de inundar de vida el tiempo. Quedarnos con la música de las ciudades que no es otra cosa que ruido anónimo. Encontrar cada plaza hermosa, arañar canales, olfatear puertos como perros. Saber que fuimos cuerpos amarrados a otros cuerpos en noches repletas de vino y viento. Saber que el famélico -dentro del amor- sonríe porque se decora/devora el alma con todos los abalorios del enajenado, esos que va encontrando y le llenan de osadía y dulce inconsciencia. En casa conocemos hasta las piedras. Los desconchados, las buganvillas de las isletas que siempre podan al florecer en esta isla. Incluso el semáforo averiado. La casa es un amante que se gasta. Como un libro que leyeras cada noche. Parpadea la luz del salón en un aviso de muerte. El árbol de jade en la terraza vive su propio desierto, es un superviviente entre mis manos. Conocemos los caminos, abusamos de los atajos. Origen. Destino. Fabricando el “durante” relleno de paja, como cobijo mullido. Nuestros ángulos imperfectos encajaron maravillosamente, repetiremos como un mantra. Apretaremos los muslos en busca de ese recuerdo, ese que nunca se aja (porque te juro que creo en el brillo imposible del amor y en la cándida putrefacción de nuestra carne)(porque te juro que somos territorios que se provocan dolientes/gozosas anemias en las que perpetuarse es un sueño). Se extinguen hasta las estrellas para hacer más noche. Le crecen decadentes hojas a nuestra historia. Huir de las hembras luctuosas con sus cálices repletos de bilis. Huir de los hombres barrocos que traen muros y grietas. Dar caza al remolino que contiene infancia, calma y agosto. Eyacular rabia para resetear la madrugada que se sirve cruda y a solas. Extraer del estertor el poema. Inspiración o quirófano, pero algo que remueva la entraña. Buscarnos con lumbre en mitad de la Nada. Duele tanto haber sido el velocista que no paladea el instante. Ojalá una bodega repleta de noches añejas como vinos polvorientos con sus fechas. Descorchar un julio del ochenta y nueve, remover y airear en la copa un abril del noventa y tres. Con la piel sin pretexto como bandera.  








(Sicaria de la desesperanza, a veces vagué atónita, curiosa, desarmada, lejana, ligera, ilesa, exhausta e inédita, renacida entre las ruinas ahora. Por suerte no he aprendido a olvidar ni tampoco a sufrir. La piel se hiere porque siente, igual que se gime el goce. Porque existo para conocer el vértigo de tu altura. Mostrarte mis páramos, mis arrecifes, mis glaciares, mis periferias, mis honduras. Con la semántica del aullido existir, poblar momentos, con el ayer, con el placer boca abajo para abusar de él, con el mentirse a diario, con la arritmia de mi deseo, de tu deseo. Sin olvidar eso tan hermoso que existe en mitad del amor y con la vastedad de lo que trae una vida que se está intentando vivir.)

miércoles, 11 de junio de 2014

**////elMorbodelAdiós/////*o los tiempos encharcados de ambrosía





































No te acabes nunca
M. L.

SOY TURBIA PARA QUE TE ADENTRES EN MÍ. Los fogones que naces en mis mejillas cuando te arden en las manos los huecos que me inventas y gobiernas. El morbo de las hebillas, en mi zapato de pulsera que torpemente desatabas y el tintineo de tu cinturón, presa de castigo y presa de todo aquello que perfora, que empuja, que aprieta, que invade y que a la vez me arranca de estas cárceles anímicas plagadas de rutina. El sacrilegio de no arañar algo del día. 
EL RECUERDO ES UN CUERPO AHOGADO QUE SE HINCHA HASTA LO GROTESCO, hasta lo irreconocible. Dame. Allí, donde los restos boquean en mis orillas, donde ya no sueño que te abrazo y el mundo ya no es espuma, es sólo un campo de ortigas y atardeceres desangrando días prefabricados. Las estrías que provoca en la memoria el tiempo sin ti, en ellas naufrago. La poesía de la velocidad que traías para la habitación cerrada que inventamos, en ella caigo.
Me dejo, me deshago en la mudanza, esa del interior, de los bolsillos de pobre y los sacos de escombros. No sabía que se podía almacenar tanto amor. No sabía cómo matan los flecos del pasado y sus tiempos encharcados de ambrosía. Los días zigzagueantes y EL SUELO QUE SE NOS ESTRELLÓ UNA NOCHE. 
En lo forzado de la zona de confort que no rebasas, guardar vida para otra vida. Ilústrame, garabatea en mi piel el mapa de los atajos del olvido PARA MI CONSTELACIÓN DE CICATRICES ETERNAS. Fiel a mi legítima claustrofobia de brazos vacíos. Con el discurso de la brutalidad del desencanto escrito a mano con la tinta de nuestros fluidos, y olvidar la caja negra de nuestro accidente, con eso se hace camino. No se puede hacer el sol a carboncillo, nunca recuerdo esa parte. Habitar la batalla será vivir. Me saco de la naturaleza muerta y me dejo entre las olas y las corrientes. Me atraviesan sirocos endemoniados. Huir de la pirotecnia que sale de las bocas, de las almas, de las nada. Me pronuncio y me arrastro. Me vacío y lamo mis aristas. Movimiento. Espacio en blanco. Inercia. Espacio en blanco. Silencio. Ceremonia del cansancio, del desprendimiento o algo así. Y espacio en blanco.