Apuntes de Gulliver
A Miguel Barnet y a Pedro de la Hoz.
Crecieron los enanos que huían de las flores.
Creció un arbusto seco tan alto que sostuvo el peso de
los cielos.
Creció Yudith aunque sigue escuchando a las hormigas.
Creció el perro blanco a pesar de las piedras y los
palos.
Creció el brazo derecho a pesar del brazo izquierdo y a
pesar de los escalofríos y las playas.
Creció la tormenta. Sin lluvia.
Crecieron los mapas y los diccionarios a pesar de las
barricadas del reloj.
Creció el príncipe pero no tiene el reinado prometido.
Creció la puesta del sol. Con algunos errores, eso sí.
Crecieron las muchachas de mi barrio, una a una, seno y
aire.
Los muchachos también, de pronto, frente a la antigua
bodega y con permiso de los padres.
Creció mi primer amor y mi segundo amor, el tercero y así
hasta el infinito.
Fulano se hizo grande, no recuerdo su nombre, pero un día
me golpeó sobre los ojos.
Creció mi país y salió de viaje por el mundo, como en las
aventuras.
Creció el cuchillo del hombre que vendía atardeceres.
Creció la añoranza y ya no le sirven los vestidos.
A José, el mudo, no le hizo falta crecer porque cambió el
crecer por su jardín de rosas.
Alguien, lejanamente, hace crecer sus sueños pintándole
los labios.
Crecieron los piratas, ahora el mar les parece más
pequeño, los tesoros abundan.
Creció la primavera, alta, pensante, con las uñas
postizas.
Únicamente los juguetes conservan su estatura.
Frank Abel Dopico (Santa Clara, 1964-2016)
«Aquí desfalleció el corazón de un cautivo"
"Es
nuestra piel, su breve dinastía
cruza por la noche. En la piel del oído
estamos juntos por el viento,
en los altos balcones estamos juntos,
yo recordando las uvas de tu pelo
y el recuerdo devorando las uvas de tu pelo.
Las noches en que hablamos cosas sin sentido
y apagamos lámparas y nunca juntos fuimos contra un árbol
ni contra una pared ni contra el cielo,
a ninguno nos temblaba la piel
ni recogimos caracoles en los ojos del otro.
Jamás vino la palabra, la palabra puma, tigre, rosa de
los vientos,
la palabra mordisco, cascabel, sexo, naranja,
jamás nació un violín en el oído ajeno.
Tú quedabas en tu pulpa, en la sustancia verde de los
amaneceres,
el corazón como un otoño limpio oía caer las hojas de
otro otoño,
y quedabas trémula, luego perdías el color, el olor, el
nombre,
te quedabas en la hoja incolora
que los barredores del otoño acumulan en ciertas almas
grises.
Yo te oía gotear en el silencio, caminarte a ti misma
con un fósforo encendido,
entrar en los pueblos callados donde la neblina gobierna
a las palomas
y los hombres son aprendices de los hombres,
trapecistas de un mundo que se inicia.
Yo escuché a tu reloj decir que era tu piel,
allá lejos, donde la espuma del invierno se muere sobre
el muro
y los ciervos del tiempo beben espuma muerta para
fecundar el hambre de las ciervas.
Yo escuché a la luz decir que era tu vientre,
me saltaba la luz entre las manos,
la luz aullaba y era entonces que la luna salía de la
Tierra
como una semilla lanzada a qué Universo;
yo te sabía nerviosa, te sabía Margarita Gautier
y rompía las páginas del libro
para después hacerlo con tiros de memoria
con la luz que da en el charco una ventana abierta,
un vientre luminoso reflejándose a lo largo de los ríos
y la palabra puma, tigre, rosa de los vientos,
la palabra mordisco, cascabel, sexo, naranja,
la palabra perdiéndose en un extraño oído
a la deriva de lo que somos y olvidamos..."
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