lunes, 14 de septiembre de 2020

EL AMOR Mágico - Rosamel del Valle



¿Recuerdas a la Gorgona? Ha dicho:
"Babilonia. Sí, irás". Eso es todo. Y ha venido
Un largo crepúsculo. Y la Gorgona cantaba para ti y para mí.
Tal vez. Pero yo sé que nunca tuve un canto
Mejor que cuando soñabas.
Nunca tuve más ojos
Que cuando dormías.
Ni nunca vi más cerca el mar
Que entonces.
Y ella decía: "Irás". Y yo veía
La escala de Jacob.

No Beatriz resplandeciente, Beatriz llagada.
En un cielo sin círculos, en una puerta sin llave.
Yo te veía y entre coros puros te seguía.
Ninguna red más dura que estas manos
Para cortar tus rosas. Ninguna muerte más suave
Para buscar tu boca.

Pero yo era el viajero solo. Yo era
La humedad de tu invierno.
Yo guardaba tu joven sol en un cuarto
Solo de hotel, en la ciudad.
Yo tenía la música del mundo sobre la arena, allí.
Y cantaba: Pero tú no te reconocías
En lo que yo cantaba.
Y yo salía a las plazas, a los mercados, a los paseos
contigo. Tú con la noche. ¿Por qué con la noche?
Eso parecía, aunque tú eras el mundo en mí.
Oh que nos vean pasar. Que nos vean amarnos
Allí, entre los árboles y las visiones.
Que yo diga que te pareces a lo que eres.
Que yo diga que no haces ruido, pero que brillas.
Que yo diga que es oscura la corona que te ciñe,
Aunque se encienda.
Que yo diga que tu boca es una flor pegada al hueso,
Y que lo sea.
Que yo diga que alguien te ama por mí,
Y que no sea cierto.
Que yo diga que las miradas se te adelantan,
Y que lo parezca.
Que yo diga que eres la estrella de mi frente,
Y que alumbres.
Que yo diga que sujetas los pájaros en el aire,
Y que pierdan las alas.
Que yo diga que vas vestida del color del corazón,
Y que así sea.

Tu ser en mí, mi amor en ti.
El sol grabado en la cabellera de la begonia
De mi cuarto, en la ciudad.
Sola en tu estatua taciturna.
Sola por las ciudades de mi frente.
Sola debajo del árbol del ahorcado.
Amor en amor. La lámpara en ti, el rayo en mí.
Las palabras en un puente entre tu boca y la mía.
Todas las horas, una colina.
El tiempo total, una torre.
Nosotros, las campanas.

Y me voy
Un sol de otra parte
Me tiende la mano.
Y si digo que parto, es que tu frente me retiene.
Y si digo que lloro, es que la noche es ardiente.
Y si pienso que voy a ser el viajero solo,
Es que la tierra se ha abierto.
Y si canto detrás de los meteoros,
Es que el cielo está cerca.
Y si te digo adiós, es que ando
Al compás de la muerte.




viernes, 5 de junio de 2020

Miguel Hernández





Me llamo barro aunque Miguel me llame...

Me llamo barro aunque Miguel me llame.
Barro es mi profesión y mi destino
Que mancha con su lengua cuanto lame.
Soy un triste instrumento del camino.
Soy una lengua dulcemente infame
a los pies que idolatro desplegada.

Como un nocturno buey de agua y barbecho
que quiere ser criatura idolatrada,
embisto a tus zapatos ya sus alrededores,
y hecho de alfombras y de besos hecho
tu talón que me injuria beso y siembro de flores.

Coloco relicarios de mi especie
a tu talón mordiente, a tu pisada,
y siempre a tu pisada me adelanto
para que tu impasible pie desprecie
todo el amor que hacia tu pie levanto.

Más mojado que el rostro de mi llanto,
cuando el vidrio lanar del hielo bala,
cuando el invierno tu ventana cierra
bajo a tus pies un gavilán de ala,
de ala manchada y corazón de tierra.
Bajo a tus pies un ramo derretido
de humilde miel pataleada y sola,
un despreciado corazón caído
en forma de alga y en figura de ola.

Barro en vano me invisto de amapola,
barro en vano vertiendo voy mis brazos,
barro en vano te muerdo los talones,
dándote a malheridos aletazos
sapos como convulsos corazones.

Apenas si me pisas, si me pones
la imagen de tu huella sobre encima,
se despedaza y rompe la armadura
de arrope bipartido que me ciñe la boca
en carne viva y pura,
pidiéndote a pedazos que la oprima
siempre tu pie de liebre libre y loca.

Su taciturna nata se arracima,
los sollozos agitan su arboleda
de lana cerebral bajo tu paso.
y pasas, y se queda
incendiando su cera de invierno ante el ocaso,
mártir, alhaja y pasto de la rueda.

Harto de someterse a los puñales
circulantes del carro y la pezuña,
teme del barro un parto de animales
de corrosiva piel y vengativa uña.

Teme que el barro crezca en un momento,
teme que crezca y suba y cubra tierna,
tierna y celosamente
tu tobillo de junco, mi tormento,
teme que inunde el nardo de tu pierna
y crezca más y ascienda hasta tu frente.

Teme que se levante huracanado
del blando territorio del invierno
y estalle y truene y caiga diluviado
sobre tu sangre duramente tierno.

Teme un asalto de ofendida espuma
y teme un amoroso cataclismo.

Antes que la sequía lo consuma
el barro ha de volverte de lo mismo.


Orillas de tu vientre...
¿Qué exaltaré en la tierra que no sea algo tuyo?
A mi lecho de ausente me echo como a una cruz
de solitarias lunas del deseo, y exalto
la orilla de tu vientre.


Clavellina del valle que provocan tus piernas.
Granada que ha rasgado de plenitud su boca.
Trémula zarzamora suavemente dentada
donde vivo arrojado.

Arrojado y fugaz como el pez generoso,
ansioso de que el agua, la lenta acción del agua
lo devaste: sepulte su decisión eléctrica
de fértiles relámpagos.

Aún me estremece el choque primero de los dos;
cuando hicimos pedazos la luna a dentelladas,
impulsamos las sábanas a un abril de amapolas,
nos inspiraba el mar.

Soto que atrae, umbría de vello casi en llamas,
dentellada tenaz que siento en lo más hondo,
vertiginoso abismo que me recoge, loco
de la lúcida muerte.

Túnel por el que a ciegas me aferro a tus entrañas.
Recóndito lucero tras una madreselva
hacia donde la espuma se agolpa, arrebatada
del íntimo destino.

En ti tiene el oasis su más ansiado huerto:
el clavel y el jazmín se entrelazan, se ahogan.
De ti son tantos siglos de muerte, de locura
como te han sucedido.

Corazón de la tierra, centro del universo,
todo se atorbellina, con afán de satélite
en torno a ti, pupila del sol que te entreabres
en la flor del manzano.

Ventana que da al mar, a una diáfana muerte
cada vez más profunda, más azul y anchurosa.
Su hálito de infinito propaga los espacios
entre tú y yo y el fuego.

Trágame, leve hoyo donde avanzo y me entierro.
La losa que me cubra sea tu vientre leve,
la madera tu carne, la bóveda tu ombligo,
la eternidad la orilla.

En ti me precipito como en la inmensidad
de un mediodía claro de sangre submarina,
mientras el delirante hoyo se hunde en el mar,
y el clamor se hace hombre.

Por ti logro en tu centro la libertad del astro.
En ti nos acoplamos como dos eslabones,
tú poseedora y yo. Y así somos cadena:
mortalmente abrazados.





Tus cartas son un vino
                                                                A mi gran Josefina adorada

Tus cartas son un vino
que me trastorna y son
el único alimento para mi corazón.

Desde que estoy ausente
no sé sino soñar,
igual que el mar tu cuerpo,
amargo igual que el mar.

Tus cartas apaciento
metido en un rincón
y por redil y hierba
les doy mi corazón.

Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté,
escríbeme, paloma,
que yo te escribiré.

Cuando me falte sangre
con zumo de clavel,
y encima de mis huesos
de amor cuando papel.



Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos...

Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos,
que son dos hormigueros solitarios,
y son mis manos sin las tuyas varios
intratables espinos a manojos..

No me encuentro los labios sin tus rojos,
que me llenan de dulces campanarios,
sin ti mis pensamientos son calvarios
criando nardos y agostando hinojos.

No sé qué es de mi oreja sin tu acento,
ni hacia qué polo yerro sin tu estrella,
y mi voz sin tu trato se afemina.

Los olores persigo de tu viento
y la olvidada imagen de tu huella,
que en ti principia, amor, y en mí termina.


Llamo a la juventud

Sangre que no se desborda,
juventud que no se atreve,
ni es sangre, ni es juventud,
ni relucen, ni florecen.

Cuerpos que nacen vencidos,
vencidos y grises mueren:
vienen con la edad de un siglo,
y son viejos cuando vienen.



Elegía

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se
me ha muerto como del rayo Ramón Sijé,
con quien tanto quería.)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento.
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.

Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.

Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.



El niño yuntero

Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina.

Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.



Vientos del pueblo me llevan

Vientos del pueblo me llevan,
vientos del pueblo me arrastran,
me esparcen el corazón
y me aventan la garganta.

Los bueyes doblan la frente,
impotentemente mansa,
delante de los castigos:
los leones la levantan
y al mismo tiempo castigan
con su clamorosa zarpa.

No soy un de pueblo de bueyes,
que soy de un pueblo que embargan
yacimientos de leones,
desfiladeros de águilas
y cordilleras de toros
con el orgullo en el asta.

Nunca medraron los bueyes
en los páramos de España.

¿Quién habló de echar un yugo
sobre el cuello de esta raza?
¿Quién ha puesto al huracán
jamás ni yugos ni trabas,
ni quién al rayo detuvo
prisionero en una jaula?

Asturianos de braveza,
vascos de piedra blindada,
valencianos de alegría
y castellanos de alma,
labrados como la tierra
y airosos como las alas;

andaluces de relámpagos,
nacidos entre guitarras
y forjados en los yunques
torrenciales de las lágrimas;

extremeños de centeno,
gallegos de lluvia y calma,
catalanes de firmeza,
aragoneses de casta,
murcianos de dinamita
frutalmente propagada,
leoneses, navarros, dueños
del hambre, el sudor y el hacha,
reyes de la minería,
señores de la labranza,
hombres que entre las raíces,
como raíces gallardas,

vais de la vida a la muerte,
vais de la nada a la nada:

yugos os quieren poner
gentes de la hierba mala,
yugos que habéis de dejar
rotos sobre sus espaldas.

Crepúsculo de los bueyes
está despuntando el alba.

Los bueyes mueren vestidos
de humildad y olor de cuadra;
las águilas, los leones
y los toros de arrogancia,
y detrás de ellos, el cielo
ni se enturbia ni se acaba.

La agonía de los bueyes
tiene pequeña la cara,
la del animal varón
toda la creación agranda.

Si me muero, que me muera
con la cabeza muy alta.
Muerto y veinte veces muerto,
la boca contra la grama,
tendré apretados los dientes
y decidida la barba.

Cantando espero a la muerte,
que hay ruiseñores que cantan
encima de los fusiles
y en medio de las batallas.


TRISTES GUERRAS

Tristes guerras
si no es amor la empresa.

Tristes, tristes.

Tristes armas
si no son las palabras.

Tristes, tristes.

Tristes hombres
si no mueren de amores.

Tristes, tristes.



Pablo Neruda recordó así en Confieso que he vivido: « (...) su rostro era el rostro de España. Cortado por la luz, arrugado como una sementera, con algo rotundo de pan y de tierra. Sus ojos quemantes, ardiendo dentro de esa superficie quemada y endurecida al viento, eran dos rayos de fuerza y de ternura».


Nanas de la cebolla

La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.

En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.

Una mujer morena
resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre su cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.

Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en los ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma, al oírte,
bata el espacio.

Tu risa me hace libre,
me pones alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.

Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
La carne aleteante,
súbito el párpado,
y el niño como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!

Desperté de ser niño;
nunca despiertes.
Triste llevo la boca.
Ríete siempre.
Siempre en la cuna
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne parece
cielo cernido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!

Al octavo mes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.

Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.

Vuela niño en la doble
luna del pecho.
Él, triste de cebolla.
Tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.


Ser onda, oficio, niña, es de tu pelo...
Ser onda, oficio, niña, es de tu pelo,
nacida ya para el marero oficio;
ser graciosa y morena tu ejercicio
y tu virtud más ejemplar ser cielo.

¡Niña!, cuando tu pelo va de vuelo,
dando del viento claro un negro indicio,
enmienda de marfil y de artificio
ser de tu capilar borrasca anhelo.

No tienes más quehacer que ser hermosa,
ni tengo más festejo que mirarte,
alrededor girando de tu esfera.

Satélite de ti, no hago otra cosa,
si no es una labor de recordarte.
-¡Date presa de amor, mi carcelera!


Pena bienhallada
Ojinegra la oliva en tu mirada,
boquitierna la tórtola en tu risa,
en tu amor pechiabierta la granada,
barbioscura en tu frente nieve y brisa.

Rostriazul el clavel sobre tu vena,
malherido el jazmín desde tu planta,
cejijunta en tu cara la azucena,
dulciamarga la voz en tu garganta.

Boquitierna, ojinegra, pechiabierta,
rostriazul, barbioscura, malherida,
cejijunta te quiero y dulciamarga.

Semiciego por ti llego a tu puerta,
boquiabierta la llaga de mi vida,
y agriendulzo la pena que la embarga.

lunes, 11 de mayo de 2020

Indicios - Marina Tsvietáieva



en memoria de Wendy

Como un monte cargado en el bies de la falda
¡El dolor en el cuerpo!
Reconozco el amor por el dolor
A lo largo del cuerpo.

Como un campo en mí desmenuzado
Para cualquier borrasca.
Reconozco el amor por la distancia
De todo lo cercano.

Como en mí excavados corredores
Hasta el cimiento, donde está lo negro.
Reconozco el amor por los filones
A lo largo del cuerpo.

Que gime. Agitada por el viento
Como la crin del huno.
Reconozco el amor por la ruptura
De las cuerdas más duras
Que pueblan mi garganta y sus desfiladeros
Pura herrumbre, sal viva.
Reconozco el amor por la rendija,
¡No! ¡No! - por el gorjeo
A lo largo del cuerpo.

29 de noviembre de 1924


*Fotografías del álbum familiar


domingo, 19 de abril de 2020

GELEM, GELEM



“quién eres? Soy 1 extranjero para dios/
para la policía/para mí mismo”
Papasquiaro



tengo esa cualidad, de modo fino la llamaríamos abstracción, realidad llana y dura, dinastías de alta graduación. Un perro verde, un Naia, un Jean León...cualquier cosa que diluya las tardes torcidas o confinadas. Los domingos, carnicerías los llamé hace años, siguen siéndolo en ocasiones. Esa es mi estela, no hay más ramas. La luna en el mar riela, recitaba en quinto curso. He sido la del corrido mexicano también, y al final, quiero verte de nuevo contenta...
La luna en el mezcal riela. O aquella noche en un youth hostel de Viena, donde un chileno me hablaba de María Sabina y de cómo, hasta los topes de peyote, vio a la luna devorar todas las nubes mientras oía los pasos de las hormigas. Yo con dieciocho ya sólo pensaba en eso, en una tal María Sabina y en el paso de las hormigas. Después llegaron tantas cosas y tantas nada.
Me flipé por Basquiat. Me leí todo Dostoievski en trenes mientras cruzaba y descruzaba Europa. Y a Gidé en una litera en Berlín. Lloré de frío en la torre del Danubio. Atesoré todo tipo de sueños y cimas. Los ochomiles, les llamaríamos después. Todas esas pendientes que subiríamos sí o sí. Sin sherpas, pronósticos o celebraciones.
Ay los sentimientos, como jineteras calle arriba calle abajo, qué caras y qué crueles. Cuántas fiebres y cuántas raíces afiladas bien adentro. El búnker prefabricado que nos trajeron a casa una tarde cualquiera de espanto. Y se acotó y acostó en nuestras lindes, el corazón del pánico.

Mi mente haciendo trompos en la cresta del dolor, ya fue costumbre. Y cómo surfeaba la maldita...
A veces el poema no llega y solo tengo una orilla sucia de testamentos que no me implican. Romero y llanto. Me endemonio y goteo. Y el corazón es un campo labrado.
Y soy barrancos y hechizos, no me lo tengas en cuenta. Se me pasa. Todo se me pasa. Incluso la mujer que soy, pasa y se desvanece. Como una jaqueca, como una resaca, como un tornado.




jueves, 12 de marzo de 2020

Todo lo que se quedó fuera del Voyager I


El cinco de septiembre de mil novecientos setenta y siete yo tenía diecisiete meses y dos días cuando se lanzaba una sonda espacial de setecientos veintidós kilogramos desde Cabo Cañaveral a explorar el espacio interestelar. Lo que más me atrae de ese episodio de la historia espacial, no es ya lo que nos ha podido mostrar el Voyager I, que así se llama, sino lo que iba y va en el corazón de esa sonda. Esa botella y su mensaje dentro del océano cósmico, tal y como la han descrito, alberga saludos en cincuenta y seis idiomas, además de una sección de sonidos de la tierra que incluyen desde un volcán, la lluvia, un pozo de lodo (¡), latidos, risa, fuego, un perro manso, el aserrado, la sirena de un barco, un caballo, un tren y un beso entre otros. A toda esa poesía le quedan unos diecisiete mil setecientos dos años para salir de la Nube de Oort, en la que entrará dentro de unos trescientos años…. /La próxima vez que te diga que te abrazo inmenso, no quiero que olvides lo que pretendo describir al decir inmenso y menos aun lo que abarca un te amo infinito, simplemente piensa en el Voyager I/

Fue a Carl Sagan a quién encargaron ese listado de elementos definitorios de la humanidad para enviar al espacio exterior en un intento de explicar quiénes somos y en ese equipo se hallaba una jovencísima Ann Druyan. Cuentan que Sagan y Druyan estaban enamoradísimos. A la audaz científica se le ocurrió grabar sus ondas cerebrales por si una avanzadísima civilización tecnológica llegara algún día a descifrarlas. Dicen que Druyan colocó su cabeza y su corazón enamorado en la Voyager.

Ciento dieciséis imágenes también viajan en esos discos de oro que acompañan al Voyager. Desde la hojas de un árbol, una madre amamantando, dunas de arena, el ADN, un supermercado, Mercurio, Júpiter, la página de un libro, un cuarteto de cuerda, el Taj Mahal, la demostración de lamer, comer, beber, velocistas, una cosecha de algodón, el río Snake y la Cordillera Teton, interior de una casa con un artista y fuego….a priori una selección muy random, después mientras las miras te sumerges en una especie de nana del tiempo y te llenas de paz y algo más que de momento soy incapaz de definir.

Todo ello con su banda sonora que va desde sonidos aborígenes, folklore mexicano, jazz, ópera….incluso Chuck Berry y su Johnny be good rasgando la eterna noche cósmica.

Sin dejar de lado el lema motivacional en latín que se envió en código morse: Per aspera ad astra, que significaría a través del esfuerzo, el triunfo, o por el sendero áspero, a las estrellas, que nos lleva a Séneca y su Non est ad astra mollis e terris via, No hay camino fácil a las estrellas.

A mí toda esta sobredosis de información me fascina. Algo así como un selfie de la humanidad, del mundo conocido en mil novecientos setenta y siete. Un curriculum vitae para el más allá, gustos, aptitudes, conocimientos…

Y sin querer.... imaginar que ese Voyager I está enterrado en un lugar inaccesible de nuestro propio planeta, y en ese pensamiento me pierdo y empiezo a hiperventilar a lo Augusto Monterroso…

viernes, 24 de enero de 2020

Poemas de Frank Abel Dopico











Apuntes de Gulliver


A Miguel Barnet y a Pedro de la Hoz.

Crecieron los enanos que huían de las flores.
Creció un arbusto seco tan alto que sostuvo el peso de los cielos.
Creció Yudith aunque sigue escuchando a las hormigas.
Creció el perro blanco a pesar de las piedras y los palos.
Creció el brazo derecho a pesar del brazo izquierdo y a pesar de los escalofríos y las playas.
Creció la tormenta. Sin lluvia.
Crecieron los mapas y los diccionarios a pesar de las barricadas del reloj.
Creció el príncipe pero no tiene el reinado prometido.
Creció la puesta del sol. Con algunos errores, eso sí.
Crecieron las muchachas de mi barrio, una a una, seno y aire.
Los muchachos también, de pronto, frente a la antigua bodega y con permiso de los padres.
Creció mi primer amor y mi segundo amor, el tercero y así hasta el infinito.
Fulano se hizo grande, no recuerdo su nombre, pero un día me golpeó sobre los ojos.
Creció mi país y salió de viaje por el mundo, como en las aventuras.
Creció el cuchillo del hombre que vendía atardeceres.
Creció la añoranza y ya no le sirven los vestidos.
A José, el mudo, no le hizo falta crecer porque cambió el crecer por su jardín de rosas.
Alguien, lejanamente, hace crecer sus sueños pintándole los labios.
Crecieron los piratas, ahora el mar les parece más pequeño, los tesoros abundan.
Creció la primavera, alta, pensante, con las uñas postizas.
Únicamente los juguetes conservan su estatura.



Frank Abel Dopico (Santa Clara, 1964-2016)































«Aquí desfalleció el corazón de un cautivo" 

"Es nuestra piel, su breve dinastía
cruza por la noche. En la piel del oído
estamos juntos por el viento,
en los altos balcones estamos juntos,
yo recordando las uvas de tu pelo
y el recuerdo devorando las uvas de tu pelo.
Las noches en que hablamos cosas sin sentido
y apagamos lámparas y nunca juntos fuimos contra un árbol
ni contra una pared ni contra el cielo,
a ninguno nos temblaba la piel
ni recogimos caracoles en los ojos del otro.
Jamás vino la palabra, la palabra puma, tigre, rosa de los vientos,
la palabra mordisco, cascabel, sexo, naranja,
jamás nació un violín en el oído ajeno.
Tú quedabas en tu pulpa, en la sustancia verde de los amaneceres,
el corazón como un otoño limpio oía caer las hojas de otro otoño,
y quedabas trémula, luego perdías el color, el olor, el nombre,
te quedabas en la hoja incolora
que los barredores del otoño acumulan en ciertas almas grises.
Yo te oía gotear en el silencio, caminarte a ti misma
con un fósforo encendido,
entrar en los pueblos callados donde la neblina gobierna a las palomas
y los hombres son aprendices de los hombres,
trapecistas de un mundo que se inicia.
Yo escuché a tu reloj decir que era tu piel,
allá lejos, donde la espuma del invierno se muere sobre el muro
y los ciervos del tiempo beben espuma muerta para fecundar el hambre de las ciervas.
Yo escuché a la luz decir que era tu vientre,
me saltaba la luz entre las manos,
la luz aullaba y era entonces que la luna salía de la Tierra
como una semilla lanzada a qué Universo;
yo te sabía nerviosa, te sabía Margarita Gautier
y rompía las páginas del libro
para después hacerlo con tiros de memoria
con la luz que da en el charco una ventana abierta,
un vientre luminoso reflejándose a lo largo de los ríos
y la palabra puma, tigre, rosa de los vientos,
la palabra mordisco, cascabel, sexo, naranja,
la palabra perdiéndose en un extraño oído

a la deriva de lo que somos y olvidamos..."