viernes, 21 de julio de 2023

Filosofías del underground - Luis Racionero

¿Por qué esta obsesión por ser racional? ¿Por qué idolizar una forma de pensamiento, inventada por hombres del siglo V, hasta el punto de pedirle al mundo que también él sea racional y nos dé soluciones racionales a nuestras preguntas? El mundo y la vida son como son. Los únicos que somos racionales somos nosotros. No es correcto inventar el racionalismo y luego proyectarlo sobre el mundo, y pedirle que sea racional. Esto es un proceso neurótico denominado en psicoanálisis transferencia. La cuestión no estriba en seguir haciéndole preguntas racionales a la vida, no en seguir empeñándose en que el mundo actúe según una lógica racional; porque esta es una actitud paranoica nacida del miedo a la vida y a la imparcialidad de la naturaleza. La actitud mental sana consiste en buscar intensamente la experiencia, vivir las situaciones con la mente abierta, tratando de aprender por experiencia cuál es la ordenada racionalidad del mundo. ¿Por qué tanto miedo a lo irracional? ¿Por qué nos asusta el flujo de la vida y necesitamos aferrarnos a las ilusorias esencias inmutables del racionalismo? Detrás del miedo al cambio está el miedo a la muerte. Sería preferible menos cartesianismo y algo más de gozo ante el misterio de la vida. Que la desesperación y la angustia sean las actitudes más nobles ante la vida es una idea puritana y represiva. Muchas veces lo que más cuesta no es lo mejor; el sufrimiento no aumenta la energía vital, sino que la mutila; y en último término lo fundamental para la vida es la energía vital. Energía, decía Blake, es gozo eterno. El pensamiento puede potenciar o coartar esta energía. Quien prefiera un Kierkegaard para explicar lo absurdo de la vida puede empaparse de lúcida desesperación: es su elección subjetiva y temperamental. Pero quien quiera usar el pensamiento para aumentar sus energías vitales, para vivir más intensamente, para sumergirse en la corriente vital, que todo lo lava y alimenta, hallará útiles las filosofías irracionales, que no tienen por objetivo la búsqueda de la verdad, sino la experiencia del gozo vital. De eso que Jorge Guillén definía, sencillamente así:

                  Ser nada más. Y basta.
                   Es la absoluta dicha. 



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