jueves, 16 de mayo de 2013

Sylvia Plath





















MONóLOGO A LAS 3 A.M.
Mejor que se desgarre
cada fibra, que la ira fluya
desatada, la sangre empapando, vívida,
el sofá, la alfombra, el suelo,
mientras el calendario con forma de serpiente
me asegura que estás
a un millón de verdes condados de aquí;

mejor eso que quedarme aquí sentada, muda,
convulsionándome así bajo las espuelas de los astros,
con la mirada perdida, echando pestes,
maldiciendo todas y cada una de las veces
que nos despedimos, que los trenes partieron
arrancando a esta loca, estúpida magnánima
de su único reino.

 
CANCIóN DE AMOR DE UNA MUCHACHA LOCA

"Cierro los ojos y el mundo entero cae fulminado;
Abro los párpados y todo vuelve a renacer.
(Seguramente fui yo quien te conformó en mi mente.)

Las estrellas salen valseando, vestidas de azul y de rojo,
Y la negrura arbitraria entra galopando:
Cierro los ojos y el mundo entero cae fulminado.

Soñé que me hechizabas para llevarme a la cama,
Que me cantabas con locura, que me besabas con delirio.
(Seguramente fui yo quien te conformó en mi mente.)

Dios cae desde el cielo, las llamas del infierno se consumen:
Salen los serafines y los hombres de Satán:
Cierro los ojos y el mundo entero cae fulminado.

Imaginé que volverías, tal y como me dijiste,
Pero crecí y ahora no recuerdo ni tu nombre.
(Seguramente fui yo quien te conformó en mi mente.)

Debería haber amado a un pájaro del trueno en vez de a ti;
Ellos, al menos, al llegar la primavera, vuelven a rugir.
Cierro los ojos y el mundo entero cae fulminado.
(Seguramente fui yo quien te conformó en mi mente.)


 
LAS PIEDRAS

Esta es la ciudad donde arreglan a la gente.
Yo aguardo tendida sobre una gran bigornia.
El círculo del cielo azul mate

Voló como el sombrero de una muñeca
Cuando caí fuera de la luz. Entré
En el estómago de la indiferencia, en el armario silencioso.

La madre de los morteros me reduce.
Me transformo en un guijarro inmóvil.
Las piedras del vientre eran pacíficas,

La lápida muda, nada la zarandeaba.
Tan sólo el hueco de la boca rompió a sonar,
Grillo inoportuno

En una cantera de silencios.
Las gentes de la ciudad lo oyeron
Y, taciturnas, por separado, dieron caza a las piedras,

Mientras él les decía a gritos dónde se ocultaban.
Borracha como un feto,
Mamo los pechos de la oscuridad.

Las sondas me abrazan. Las esponjas me curan los líquenes
Con su beso. El maestro joyero hurga con su cincel
Y me labra un ojo de tigre.

Esto es el post infierno: ya veo la luz.
Un viento desatasca el pabellón
Del oído, ese viejo aprehensivo.

El agua ablanda el labio de sílex,
La luz del día esparce su mismidad por la pared.
Los injertadores están contentos,

Calientan las pinzas, empuñan sus delicados martillos.
La corriente sacude los cables,
Voltio tras voltio. El hilo sutura mis fisuras.

Un obrero pasa llevando mi torso rosado.
Los depósitos están llenos de corazones.
Esta es la ciudad de las piezas de repuesto.

Mis piernas y mis brazos vendados
Exhalan un olor dulzón, como a goma.
Aquí te curan la cabeza, cualquier miembro.

Los viernes vienen los niños a que les cambien sus garfios
Por manos, y los muertos ceden sus ojos a los demás.
Mi enfermera calva lleva el amor por uniforme.

El amor, carne y sangre de mi maldición.
El florero, reconstruido, alberga
La rosa esquiva.

Diez dedos conforman un cuenco para las sombras.
Me pican las costuras. Qué se le va a hacer.
Pronto estaré como nueva.


Traducción de Xoán Abeleira


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