"Voi sapete ch'io v'amo"
No hay buena voluntad en
el poeta que se pone a sufrir entre versos,
porta un marino extraviado
y hace, ya por siempre, de ti, de mí,
albatros herido.
Te trepa en lo hondo porque
el poema no tiene calles, ni respuestas, ni cobertizos,
como el amor que no tiene
puertos,
siempre agotados,
braceando sin destino.
Los poemas son dolores que
se ciñen a nuestro talle.
Carontes son sus brazos,
avefría que nos huele el
invierno por dentro cuando aún creemos sudar vida.
Cada recuerdo se imprime
en palabras,
una bestia que acecha, un
puntal que se clava en la carne
y que no cesa de tañer la
angustia a los sangrantes.
Acostarnos en la
violencia, cuando el sabor incrustado en la memoria nos reclama.
Cuando un olor marca el
sendero como el buen can que a ciegas vuelve a casa.
Hacer señuelo con nuestra
derrota y sentirnos un poco más a salvo.
De eso nos habla el poema
cuando perdidos nos encontramos.
Vagaré pues en él,
tendré que hallar la cordura,
definirme ante el vacío.
Siempre una Jeanne
Hébuterne enredada entre sus lazos,
tan trágicos.
Cuando ya no quede nada
sagrado
y todo sean ardientes
calendarios,
posibles bocas como pozos
a los que entregarse.
Tan descompuestos cuando
la palabra copula con su voz y nace un canto.
Cuando caer en la ranura
del olvido es un buscado viaje
que te perfora y te hurga
el drama y te ensaliva la memoria que no hace más que derramarse.
Entonces el poema, un
pequeño e íntimo holocausto,
perfecta esgrima lírica
que tras mucho dolor apenas parece dejar rastro.