domingo, 25 de agosto de 2013

Carontes son sus brazos





"Voi sapete ch'io v'amo"

 
   

No hay buena voluntad en el poeta que se pone a sufrir entre versos,
porta un marino extraviado y hace, ya por siempre, de ti, de mí,
albatros herido.

Te trepa en lo hondo porque el poema no tiene calles, ni respuestas, ni cobertizos,
como el amor que no tiene puertos,
siempre agotados, braceando sin destino.
Los poemas son dolores que se ciñen a nuestro talle.
Carontes son sus brazos,
avefría que nos huele el invierno por dentro cuando aún creemos sudar vida.

Cada recuerdo se imprime en palabras,
una bestia que acecha, un puntal que se clava en la carne
y que no cesa de tañer la angustia a los sangrantes.

Acostarnos en la violencia, cuando el sabor incrustado en la memoria nos reclama.
Cuando un olor marca el sendero como el buen can que a ciegas vuelve a casa.
Hacer señuelo con nuestra derrota y sentirnos un poco más a salvo.
De eso nos habla el poema cuando perdidos nos encontramos.

Vagaré pues en él,
tendré que hallar la cordura,
definirme ante el vacío.
Siempre una Jeanne Hébuterne enredada entre sus lazos,
tan trágicos.

Cuando ya no quede nada sagrado
y todo sean ardientes calendarios,
posibles bocas como pozos a los que entregarse.
Tan descompuestos cuando la palabra copula con su voz y nace un canto.
Cuando caer en la ranura del olvido es un buscado viaje
que te perfora y te hurga el drama y te ensaliva la memoria que no hace más que derramarse.

Entonces el poema, un pequeño e íntimo holocausto,
perfecta esgrima lírica que tras mucho dolor apenas parece dejar rastro.

miércoles, 21 de agosto de 2013

mi línea maginot


























la lluvia tarda horas en cortarse las venas
M.S.Papasquiaro


propósito de vida arrojándome a tus brazos,
como a las vías de un tren que ha de llegar ardiendo.
he hecho altar en tu respiración,
así sin esperarlo, cuando el deseo ya amortajado,
cuando lo propicio era dejarse caer hacia el otro lado,
la indefensión en mitad de la pérdida, 
he vuelto a la fiebre
porque has roto mi línea maginot. 
 
aquí, en lo deshabitado de la hora inconclusa,
en la frontera dormida de la carne de la que te adueñas,
cuando ya rotas todas las velas,
cuando todo es besar orillas,
amanezco con el alma drogada,
el sexo inundado,
y la piel que me habla en esperanto.

el animal que me despertó los incendios que creí extintos
eres tú.
ciertas islas nacieron para ensañarse con mi sal y en tus heridas
y por eso las abrazamos una y mil veces.
tal vez me revuelvo en ocasiones,
tal vez me revuelvo demasiado,
es sólo miedo a la felicidad 
y tus dañinos efectos secundarios.

el dolor no es el mismo cuando lo juzga el sol
porque de noche sabemos inventar lazos para el ahorcado
y hacer legrado de la pena,
así que me prepararé para el maremoto que nos suceda.

tomaste la temperatura a mi desesperación
cuando ya había enterrado partes de mí
con sus respectivos rezos, sus llantos, sus duelos.
tumbas pequeñas, rabias instaladas ya en lo hondo. 
era fortaleza triste hasta tu mirada.
aquí, en el pecio que alberga los sueños que se aplastan en la almohada.
aquí, en el naufragio del que no pensamos salir con vida. 
aquí, cuando te despuntas como el día y me suicido en tu abrazo
casi renacidos
inventando relámpagos en la batalla que llevará nuestros nombres. 
aquí. 
aquí estoy yo.


la caída desde ti rompe el hueso

jueves, 8 de agosto de 2013

tu canto de dolor
































Mi respiración, así, cuando acelerada,
abandona la fragmentaria vida de antaño y se acopla a ti,
ya sea sobre un sofá, sobre el suelo, sentada en un escalón,
cercada siempre por el umbral de tus palabras,
abandona el bodegón de muerte.
Ahí, en el bramar de las olas que me sacas de dentro,
en el viento que peina el trigo y barre las nubes del desasosiego,
en la necesidad de nombrarte en mitad de la noche
para saberme entera, 
hembra que conjura la infección de las palabras vacías
en esta suerte de herencia que es verter en tinta el sentir.

Desollando el corazón como pieza de cacería sobre la mesa
y volcarlo en un papel
con sus sombras,
con sus sobras,
dándome brazadas en el vientre de la noche
sin la piedad que me debo.
Poniendo el grito en el cielo o en el infierno
para saberme exacta, para saberme hallada,
para entenderme las arterias,
el pulso y el verbo.

Me presto, corsaria en celo, al canto de dolor de tu madrugada
te protegeré, haré enroque con mis brazos,
una soprano muda que lo desnudará todo en tu mirada
en esta quintaesencia del desahogo que me brindas
con la batiente ala de la memoria que augura el vuelo
acto reflejo de amarte con cada miembro y cada esquina
de este latifundio que es mi piel y que ya te pertenece.

En esta peregrina suerte de chocar con tu cuerpo,
me abandono, 
me hallo,
me desobedezco
cuando todo era páramo, cuando todo era yermo,
cuando nuestra calma era una promesa en el bolsillo de un niño,
un sueño de almohada,
un fuego fatuo.

Traigo en mis yemas la fiebre
y en tus ojos hallo la magia del precipicio,
así, paso a paso, hacia nosotros mismos.

jueves, 1 de agosto de 2013

intactos entre las ruinas







intento embellecer mi furiosa oscuridad

pero es difícil si abres los ojos





en lo rotundo del amor te encontré
justo cuando la siega de la esperanza
justo cuando los campos iban a empezar a arder en los adentros
porque la soledad es una pólvora que prende los peores vicios
aquellos que crecen como raíces ocultas de las que avergonzarse
bajo tierra, apestando a vida pero simulando muerte.

en la indolencia del sabernos siervos de un sentimiento 
que es nuestro oxígeno para el alma
bodega de ilusiones,
conscientes de que el amor ha de ser el lodazal al que nos enfrentamos tan limpios
líricos y expuestos como un dolor que se abre, que se ofrece, que se palpa
así, enajenados, nos lo robamos todo por dentro

simulamos la piel de un bunker y los huesos de amianto
pero nos destroza un suspiro no entendido
y un abrazo que no duela

hay una lentitud que embriaga los sueños
que nos punzan con el horario del reo que llevamos dentro.
y con la urdimbre de las palabras precisas
que existen pero no brotan de los labios
nos causamos daños irreparables

mientras se desarman los templos y se abre la tierra
se nos rompe la casa y la calma
y allí, intactos entre las ruinas,
nos sabemos serenos, eternos,  
acercando el momento.

porque el amor,
hermosa y cruenta sanguijuela que todos buscamos,
nos coloca en mitad de un lienzo que arde
en mitad de un libro cuyo final escribimos con sangre
en mitad de un mar que engulle nuestras naves.