He de cortar ramas de sol
J.R. Panedas
La carne no sabe lo que es la
paciencia
Y la paciencia huye de la carne, porque pudre la carne si se detiene en ella,
porque se desaprende a sí misma cuando se ve abono de camposanto.
Y la paciencia huye de la carne, porque pudre la carne si se detiene en ella,
porque se desaprende a sí misma cuando se ve abono de camposanto.
Guardarse las ganas, ponerse la
ropa, taparse la boca, cerrarse el sexo,
empotrarse en la quietud y asfixiar el
deseo con papel de celofán
para observar su conversión en mueca.
Hacerse de pasos hacia dentro,
funambulistas de la propia miseria,
que cuando caen,
caen de nuevo en su propia
miseria.
Quererse en la sal de los mares y
en la cornisa,
en lo duro y en lo exquisito,
por los siglos de los siglos,
caer.
Quererte a veces ingenua pero
siempre repleta de dulce malicia,
con las garras en los bolsillos,
hipnotizada
ante los gráficos de la propia y callada histeria.
Irreconocible en la calma
que trae el cansancio
cuando la distancia
es la forzada tregua de nuestras
guerras.
Con el aliento jadeante de tu corista favorita
haciendo nudos en mi
garganta.
Intoxicada de aleluyas de saliva que a bocajarro
sueñan penetrar el
seso/el sexo,
intoxicada al fin por tanta vida tragada.
Refugios de carne para siempre,
deshabitados para siempre.
Ser tu casa, angulosa matriz
sanadora,
vestida de alcobas,
con la médula felina,
lomo que reclama tu larga
caricia
y tus peligros.
De pico y pared me procuro cuando
brota la golfa carencia.
Esa que repta el largo pasillo.
Esa que me chilla por
dentro
como una parturienta novata y endemoniada.
Exhibiendo la amputación de
ti en mitad de un morboso desorden
que ya no me importa.
En mitad de una tierra
reseca,
que ya no me importa.
Cubierta de un cielo sin escaleras,
que ya no me
importa.
Me dedico a planear la muerte del dolor,
porque el dolor es un helecho
que no para de reproducirse,
me desobedece en la terraza,
me espía por las
ventanas,
se hace hiedra y me cubre,
me camufla,
se traga/devora a la mujer que
me intenta,
la vuelve estatua de sangre detenida.
En la cintura inmortal de la
noche,
cuando me desprendo de mi misma
y el mundo es un acantilado,
invento
señales para sacarme,
bengalas que fabrico con esmero para salvarme,
deliciosa
pólvora que regará de arañazos los techos de la madrugada.
Al final de todas las rabias nos
dolerán los brazos,
de tanto forcejear entre dentelladas de distancia
y será la
coda perfecta
será nuestro espanto y nuestra coartada
para romper infinitos
después de tantos silencios rebosando
hachazos.
atacas la liturgia, tu tinta portadora de puentes hechos a hilacho de sangre y escalofrío, que se meten entre el sistole y diástole y entrañan guadaña y música e imagino cientos de pasillos y patios y tabernas, naciendo de una manzana, con las profecías de tu poética de lo pagano y la rebeldía, en manos de un niño, juglar y tragador de fuego, a punto de recoger la última bala
ResponderEliminarmis, haces con la poesía granadas que se meten en ese lugar de lo triste y el desfiladero y hacen barricada!!
te abrazo salitre, salud!
por los siglos de los siglos,
ResponderEliminarcaer
Te parafraseo porque no sabría comentarte nada mejor.
Un abrazo!
Hola, Anna.
ResponderEliminarQué decir… Leerte es ver cómo te asomas a la vida (la vida, ese morir silencioso).
Un besazo, guapa.
La carne tan debil, tan fuerte... tan efimera. (perdon pero desde esta tablet no puedo poner acentos) xD
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