viernes, 28 de octubre de 2016

deshazte de mí


























Llévame a un país extranjero.
Quédate nuestro pasado íntegro.
Méteme en una de esas tiendas de vinilos,
de esas profundas, 
que huele a agujas y tiempo.
Déjame ahí,
sin tarjetas, sin dinero. 
Sin identificación. 
Sin maletas.
Perdido, emocionado, 
entusiasmado, 
palabra que nunca uso, 
sí, entusiasmado. 
Tócame la nuca y mírame con cariño,
antes de salir. 
Dime que vas a la sección de descatalogados, 
en busca de rarezas, joyas, ya sabes. 
Yo te diré ok mientras mis dedos naufragan 
en busca de aquel sueño en 33 rpm.
Pero deshazte de mí.

miércoles, 26 de octubre de 2016

toma de tierra




Las cosas que se usan se estropean, se rompen, se ajan. Las que no se usan también. El corazón no deja de ser un instrumento de cuerda frotada y requiere de su luthier. Porque a veces se detiene y habita esos huecos insonorizados donde nunca hay viento ni humedad, pequeñas habitaciones del pánico, pasajeros a ninguna parte, silenciosos y  tan desafinados a la vez. Como ese mimo de la plaza, quieto, que aguarda el tintineo de la moneda, o la mano que lo recorra y fabrique un nuevo temblor. Como esa mirada que penetra nuestros ojos y se nos coloca tan hondo, como si nos hubieran arrancado la ropa desde dentro. Eso aguardamos, quien nos aceche. Quien nos descontrole. Y eso no sabemos cuándo llega. 

Y después cruzar los dedos, por aquello de la incertidumbre. Ser como el motor del viejo Buick que nadie prueba a galopar sobre el asfalto. Como si guardáramos nuestro rugido para un no se sabe cuándo, un no se sabe quién. Soñando que lleguen tus manos a naufragar como barcazas en mi piel. De esas que cruzan a nado miserias y galaxias. Soldados rasos con el cuerpo a tierra antes de que silbe el plomo, eso somos. Aguardando una función, una guerra, una evasión. A ver si llega el escándalo del poema/marea/persona que te cruce la carne de norte a sur, inmersos en el formol amenazante del tiempo. Destilando la palabra sin atrevernos a beber de ella. Recreando conversaciones con el sepulturero antes de morir. Sin haber consumido toda la belleza que fabrican las carnes, las bocas, los cuerpos, las ganas. Sin haberlo tocado todo como un niño. Sin mancharnos la ropa. Sin habernos devorado para salvarnos creyendo en la resurrección de la carne, en el mejor de los sentidos. 

Siempre habrá quien le ponga precio a nuestras ruinas, testaferros de nuestras miserias, tan alegres y vociferantes, pero siempre habrá una borda por la que lanzarse, de esas que se fabrican en las camas por las noches, entre miedos y oleajes de soledad. Siempre habrá un orgasmo y una herida. Un puente de hierro. Nuestra toma de tierra. Y combustible en las venas para arrancarnos una vez más y fabricar un rugir, un correr, un naufragar.

viernes, 14 de octubre de 2016

hijos del papel de calco




Traigo el gesto sereno del que no llega por primera vez. Del que conoce lo inamovible de las nueve y diez de la mañana. Tras abrir la verja mecánica. Tras los cuatro números de la alarma. Tras cinco interruptores que interrumpen la penumbra. El tritono del encendido del Mac, como un santo y seña en mitad de la quietud. Conectividad. El buzón de entrada como una cola en el mercado que se va creando de repente. Ese momento de diez dedos sobre el teclado. Respaldo recto. Silla de ruedas que se mueve en corto para la invalidez de las horas. Y producir.

[Tengo el temblor controlado cuando fijo la mirada en un punto muerto. Y me abstraigo.  La medida exacta del flequillo que esconda la ansiedad de los ojos. El delirio armado bajo la ropa.  Las piernas que se cruzan y descruzan en un íntimo tango. Me amarro indefinida en un lienzo tan desconocido como tatuado.
El armario de la memoria tan lleno de ropa usada, el corazón tan segunda mano. Manejando con premura la culpa y existir al cobijo del umbral de la palabra. Cavar un EXIT en el pecho de la inercia y dejar de atusar la decepción por un rato, y dejar de amoldarnos a todos los colores del daño y sus bastardos hermanos, y cesar de fichar  en el abatimiento.  Inventar himnos entre allegros de rendición cuando somos rabias en modo automático. Que lo banal ya parece un arte tangible, de llevarse a casa, que lo pequeño nos sabe a gloria, envoltorios preciosos de la nada.
Deme un poco de oxígeno, me lo llevo puesto].

Dejen de clavar la punta del colmillo. Atraviesen, empalen. Dejen de urdir planes en la mediocridad infinita. Dejen de hacer placaje a lo más hondo y de vestir de adversario al yo mismo. Que todo quiere acabar en el aullido obsceno de esa grieta tan fiera que nos hicimos por dentro con tanto cariño como ceguera.  Como el que aprende a amar su cicatriz. Tan bien definidos en la indefinición. Tan desdibujados. Habitantes de la tela de araña, alimentando la hemofilia de la inanición, creyéndonos ilesos y únicos en la marabunta, contagiados de vacío y mordaza. Tan hijos del papel de calco. Tan nada.

  



miércoles, 5 de octubre de 2016

no todas entran limpias


























De eso ya me di cuenta,
no todas entran limpias.
Te falta el sonido de la red que tanto te pone.
Planear mucho no implica
no acabar besando el suelo trágicamente
de vez en cuando.

Querer hacerlo bien
no es hacerlo bien.
Mirar a otro lado
y entusiasmar al macabro
-de traje planchado y reloj siempre en hora-
con nuestras danzas de quijotes sedados.
Volvernos peligrosamente inofensivos.
Y seguir en la línea de triples,
cuánto más difícil mejor.

La rabia viene astada
aunque tú te dibujes otro mundo
en los murales que hay al otro lado de tus ojos.
Aunque tú te amarres
a la página antibiótico,
y hagas pólvora del escombro,
dejes que arda tu zona precintada
y quieras alterar el escenario del crimen.

No todo sucede. No todo cambia.

Aunque sepas que el corazón es un motor de nafta,
aunque aprendas a exhibir tus barrotes,
y a huir del estar a salvo.
Habrá carambolas, potras y tropiezos.
Harás captura de pantalla de momentos horribles
que se anclarán a tu cabeza
en tamaño din A4.
Embadurnarás de vaselina los raíles de tu cordura
aunque no quieras.
Aunque no te des cuenta.
Querrás ser un hombre sereno bañado por el sol.
Querrás ser una mujer insensata que defienda sus aristas.

Harás ronda de reconocimiento a tus errores,
y te querellarás contra tu cuerpo.
Seguirás yendo en dirección equivocada,
buscando pestañeos a muñecas de trapo.
Calzándote una a una las leyes de Newton
sin por ello detener el efecto parabólico de la frustración.

Ni controlar al animal
Ni dopar al castigador que albergamos.
Incubar el ultimátum si acaso
y llegar tarde a cada uno de tus sueños.
CLOSED
Y a lo bonzo,
una vez más,
quemarte en el poema.
a ver si deviene en un Little Boy
que haga arder el extrarradio de tus miedos.

Y no querer ni salvar los muebles.
Si vas lleno de minas a todas partes.
Adormecer tu mandíbula un rato,
candar la azotea,
y no pensar mucho,
y no pensar nada.
Fluir en verde
mientras aceptas la temeridad de estar vivo,
pero rogando que por favor alguna entre,
sucia o limpia,
pero que entre.  

domingo, 2 de octubre de 2016

la extranjera
























 en realidad, ellos eran el mejor anuncio de coca-cola






Han pasado más de cincuenta años y sigue siendo la extranjera, y así será siempre.

A los veintiuno en Inglaterra eras mayor de edad y te daban la llave de casa. Por un artículo de Laurie Lee en prensa, se plantó con las amigas en esa isla hedonista, mediterránea, pequeño oasis en un semi margen del franquismo. Se enamoró de la luz blanca que no tenía que ver con los tristes veranos del mar del norte. De la arena, de sus calas, sus campos y sus gentes. Del desprenderse de la ropa que se inventaba en cada una de sus suaves noches. Y de un corsario, también se enamoró. Y los instintos se encendían salvajes.

Recogió la almendra, pisó la uva. Y supo que la tierra era tan de verdad como su piel. La niña de guerra que se mudó doce veces de casa, de pueblo, ciudad, país, continente. La misma, echó raíces.

El día que me contó cómo iba con otra veintena de niños a aquellas salas con esas lámparas, a desnudar sus rodillas por el raquitismo, supe que fue otro tipo de niña y la abracé muy fuerte. Como un nudo.

Y aunque a veces se queja del calor sin tregua, de que pocos entiendan sus sarcasmos y de haber tenido la familia lejos, aún no ha perdido el acento, ni el blanco de su piel, aún es la extranjera y aún no se ha ido.



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Todos somos países extranjeros. Arribamos el uno al otro de visita. Ojeamos nuestros rincones más emblemáticos. Las postales siempre están cargadas de felicidad y luz. Intentamos aprender lo mínimo, al menos, para comunicarnos, casi nos bastan los ojos y la carne. Nos mostramos receptivos, curiosos, dóciles. Nos recorremos. Palpamos el clima del otro. Poco a poco nos adentramos en esa jungla privada o bien nos quedamos en los miradores echando fotos al paisaje, como todos, desde lejos. Es como una playa en la que decides hasta dónde mojarte. A veces cuesta y hace falta valor, ya sabes, te mojas la nuca y uno poco los hombros antes de tirarte, no sabes si tocarás pie, no sabes nada. O bien regresas a la arena, con la sal hasta las rodillas y aún un poco de hambre. Y miras hacia allá a los que chapotean, a los que nadan, y allí a lo lejos un hombre casi ahogándose. Y aunque observas que respira con dificultad, que sus brazos ya no dan más de si, hay algo, algo en su extenuación que te hace saber que está más vivo de lo que nunca tú has estado y de que cuando desaparezca en ese fondo, seguirá estándolo.



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A veces nos quedamos, a veces partimos. Partir es un verbo triste, es un verbo que hace daño. Partir es romperse en dos. Como yo me parto cuando de ti me alejo. Y aún así no he perdido mi acento, ni el tacto de mi piel, aún no me he ido.