viernes, 14 de octubre de 2016

hijos del papel de calco




Traigo el gesto sereno del que no llega por primera vez. Del que conoce lo inamovible de las nueve y diez de la mañana. Tras abrir la verja mecánica. Tras los cuatro números de la alarma. Tras cinco interruptores que interrumpen la penumbra. El tritono del encendido del Mac, como un santo y seña en mitad de la quietud. Conectividad. El buzón de entrada como una cola en el mercado que se va creando de repente. Ese momento de diez dedos sobre el teclado. Respaldo recto. Silla de ruedas que se mueve en corto para la invalidez de las horas. Y producir.

[Tengo el temblor controlado cuando fijo la mirada en un punto muerto. Y me abstraigo.  La medida exacta del flequillo que esconda la ansiedad de los ojos. El delirio armado bajo la ropa.  Las piernas que se cruzan y descruzan en un íntimo tango. Me amarro indefinida en un lienzo tan desconocido como tatuado.
El armario de la memoria tan lleno de ropa usada, el corazón tan segunda mano. Manejando con premura la culpa y existir al cobijo del umbral de la palabra. Cavar un EXIT en el pecho de la inercia y dejar de atusar la decepción por un rato, y dejar de amoldarnos a todos los colores del daño y sus bastardos hermanos, y cesar de fichar  en el abatimiento.  Inventar himnos entre allegros de rendición cuando somos rabias en modo automático. Que lo banal ya parece un arte tangible, de llevarse a casa, que lo pequeño nos sabe a gloria, envoltorios preciosos de la nada.
Deme un poco de oxígeno, me lo llevo puesto].

Dejen de clavar la punta del colmillo. Atraviesen, empalen. Dejen de urdir planes en la mediocridad infinita. Dejen de hacer placaje a lo más hondo y de vestir de adversario al yo mismo. Que todo quiere acabar en el aullido obsceno de esa grieta tan fiera que nos hicimos por dentro con tanto cariño como ceguera.  Como el que aprende a amar su cicatriz. Tan bien definidos en la indefinición. Tan desdibujados. Habitantes de la tela de araña, alimentando la hemofilia de la inanición, creyéndonos ilesos y únicos en la marabunta, contagiados de vacío y mordaza. Tan hijos del papel de calco. Tan nada.

  



1 comentario:

  1. Gracias por este texto. "El armario de la memoria tan lleno de ropa usada, el corazón tan segunda mano. Manejando con premura la culpa y existir al cobijo del umbral de la palabra."
    Abrazo

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