Las
cosas que se usan se estropean, se rompen, se ajan. Las que no se usan también.
El corazón no deja de ser un instrumento de cuerda frotada y requiere de su
luthier. Porque a veces se detiene y habita esos huecos insonorizados donde
nunca hay viento ni humedad, pequeñas habitaciones del pánico, pasajeros a
ninguna parte, silenciosos y tan
desafinados a la vez. Como ese mimo de la plaza, quieto, que aguarda el
tintineo de la moneda, o la mano que lo recorra y fabrique un nuevo temblor. Como
esa mirada que penetra nuestros ojos y se nos coloca tan hondo, como si nos
hubieran arrancado la ropa desde dentro. Eso aguardamos, quien nos aceche. Quien
nos descontrole. Y eso no sabemos cuándo llega.
Y
después cruzar los dedos, por aquello de la incertidumbre. Ser como el motor
del viejo Buick que nadie prueba a galopar sobre el asfalto. Como si guardáramos
nuestro rugido para un no se sabe cuándo, un no se sabe quién. Soñando que
lleguen tus manos a naufragar como barcazas en mi piel. De esas que cruzan a
nado miserias y galaxias. Soldados rasos con el cuerpo a tierra antes de que
silbe el plomo, eso somos. Aguardando una función, una guerra, una evasión. A
ver si llega el escándalo del poema/marea/persona que te cruce la carne de
norte a sur, inmersos en el formol amenazante del tiempo. Destilando la
palabra sin atrevernos a beber de ella. Recreando conversaciones con el
sepulturero antes de morir. Sin haber consumido toda la belleza que fabrican
las carnes, las bocas, los cuerpos, las ganas. Sin haberlo tocado todo como un
niño. Sin mancharnos la ropa. Sin habernos devorado para salvarnos creyendo en la resurrección de la
carne, en el mejor de los sentidos.
Siempre
habrá quien le ponga precio a nuestras ruinas, testaferros de nuestras miserias,
tan alegres y vociferantes, pero siempre habrá una borda por la que lanzarse,
de esas que se fabrican en las camas por las noches, entre miedos y oleajes de
soledad. Siempre habrá un orgasmo y una herida. Un puente de hierro. Nuestra
toma de tierra. Y combustible en las venas para arrancarnos una vez más y
fabricar un rugir, un correr, un naufragar.
Ese pulso al desafío de que pendemos
ResponderEliminarporque nunca aprendimos a construir nuestra ruinosa perfección
Besos
La incertidumbre es la mejor gasolina para nuestro motor corazón, la certeza la muerte en vida.
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