EN EL AMOR NO HAY REGATEOS [PARIS] 22 DE OCTUBRE DE 1923
Querida, queridísima Génica:
Sólo puedo responderte esto:
Cuando se ama de verdad a
alguien, se lo acepta íntegro, con sus vicios, sus defectos, sus miserias, y
sin cansarse. Nunca consentiré en separarme de ti; NUNCA. En amor no hay
regateos: todo o nada. Pero yo necesito todo. Ya que eres despiadada conmigo,
ya que no consientes en darme tregua y no te decides a ser razonable, también
yo seré cruel, y te diré: sufres; sea, continúa sufriendo. Pero yo sufro como
un condenado; he superado todo sufrimiento, y sin embargo vivo y tengo
paciencia. Ten paciencia también tú; haz como yo. No me das más que sinsabores.
Tú tienes momentos agradables. Pero para mí ya no hay momentos agradables en
esta vida. Cada segundo es una eternidad infernal, SIN SALIDA, sin esperanza.
Es extraño, muy extraño que no te compadezcas de mi mal y que persistas, pese a
todo, en quejarte de los medios que empleo para aliviarlo. Respecto de las
deducciones que haces sobre las consecuencias de este alivio, hace ya mucho que
he renunciado a discutirlas. En este caso no se trata de medicina. Comprende de
una vez por todas que considero perdida mi vida; cómo no va a estarlo cuando
los dolores en que me deshago en llanto son tan espantosos, que ya mismo
renunciaría a vivir con tal de librarme de ellos. Una sola hora de alivio no
tiene precio para mí; todo lo demás no me importa. Escucha esto, además:
Acaso tenía buenas noticias para
ti, pero el abatimiento infinito en que me ha hundido tu carta las ha hecho
pasar al último término. He consultado en lo del doctor Toulouse a uno de sus
médicos; considero que es una consulta muy importante. Se trata del neurólogo
del servicio. Y no bien le describí las primeras sensaciones tuve al fin por
primera vez la impresión de hallarme ante un hombre que capta la naturaleza
especial de mi mal. Me formuló preguntas tan precisas, tan relacionadas con lo
que siento, que comprendí que por fin veía algo. Y por lo demás, así que hubo
auscultado mis reflejos, lanzó un grito, diciéndome: ¡Ah he encontrado la clave
del problema! Debo volver a verlo mañana para saber de qué se trata, pero por
fin tengo una esperanza. Tranquilízate, pues. Esto debe arreglarse dentro de
poco. Y escríbeme una carta más reposada y amorosa. Quédate en Rumania lo más
que puedas; será mejor para ti.
Con mis mejores pensamientos y
todo mi cariño.
Artaud, Antonin, Textos, Buenos
Aires, Ediciones Calden, 1978.
El ombligo de los limbos
Allí donde otros exponen su obra yo sólo pretendo mostrar
mi espíritu.
Vivir no es otra cosa que arder en preguntas. No concibo
la obra al margen de la vida.
No amo en sí misma a la creación. Tampoco entiendo el
espíritu en sí mismo. Cada una de mis obras, cada uno de los proyectos de mí
mismo, cada uno de los brotes gélidos de mi vida interior expulsa sobre mí su
baba.
Estoy en una carta escrita para dar a entender el
estrujamiento íntimo de mi ser, tanto como estoy en un ensayo exterior a mí
mismo y que se me presenta como una indiferente incubación de mi espíritu.
Sufro que el Espíritu no halle lugar en la vida y que la
vida no se encuentre en el Espíritu, sufro del Espíritu-órgano, del
Espíritu-traducción o del Espíritu-atemorizante-de-las-cosas para hacerlas
ingresar en el Espíritu. Yo dejo este libro colgado de la vida, deseo que sea
masticado por las cosas exteriores y en primer término por todos los
estremecimientos acuciantes, todas las vacilaciones de mi yo por venir.
Todas estas páginas se arrastran en el espíritu como témpanos. Perdón por mi total libertad. Me niego a hacer diferencias entre cada minuto de mí mismo. No acepto el espíritu planeado.
Es preciso acabar con el Espíritu como con la literatura.
Quiero decir que el Espíritu y la vida se encuentran en todos los grados. Yo
quisiera hacer un libro que altere a los hombres, que sea como una puerta
abierta que los lleve a un lugar al que nadie hubiera consentido en ir, una
puerta simplemente ligada con la realidad.
Y esto no es el prefacio de un libro, como tampoco lo son
los poemas que lo indican en la lista de todas las furias del malestar.
Esto no es más que un témpano atragantado. Una gran
pasión razonadora y superpoblada arrastraba a mi yo como un puro abismo.
Resoplaba un viento carnal y sonoro, y el azufre también era denso. Y pequeñas
raíces diminutas llenaban ese viento como un enjambre de venas y su
entrelazamiento fulguraba. El espacio sin forma penetrable era calculable y
crujiente. Y el centro era un mosaico de trozos como una especie de rígido
martillo cósmico, de una pesadez deformada y que sin parar cae como un muro en
el espacio con un estruendo destilado. Y la cubierta algodonosa del estruendo
tenia la opción obtusa y una viva mirada que lo penetraba. Sí, el espacio
entregaba su puro algodón mental donde ningún pensamiento era todavía claro ni
devolvía su descarga de objetos. Pero paulatinamente la masa dio vueltas como
una náusea potente y fangosa, una especie de fuerte flujo de sangre vegetal y
detonante. Y las ínfimas raíces trémulas en el filo de mi ojo mental se
arrancaban de la masa erizada del viento a una velocidad vertiginosa. Y todo el
espacio como un sexo saqueado por el vacío ardiente del cielo, se estremeció. Y
algo como un pico de paloma real socavó la masa turbada de los estados, todo el
pensamiento más hondo se diversificaba, se disipaba, se volvía claro y reducido.
Entonces era preciso que una mano se transformara en el
órgano mismo de la aprehensión. Y aún dos o tres veces giró la masa artificial
y cada vez, mi ojo se enfocaba sobre un sitio más exacto. La oscuridad misma se
hacía más densa y sin objeto. Todo el hielo ganaba la claridad.
Dios-el-perro contigo y su lengua
que atraviesa la costra como una saeta
del doble morrión abovedado
de la tierra que le causa ardor.
Y aquí está el triángulo de agua
que se aproxima con paso de chinche
pero que bajo la chinche ardiente
se transforma en cuchillada.
Bajo los senos de la espantosa tierra
dios-la-perra se ha marchado,
de los senos de la tierra y de agua congelada
que pudren los agujeros de su lengua.
Y aquí está la virgen-del-martillo
para masticar las cuevas de la tierra
donde la calavera del perro del cielo
siente crecer el horroroso nivel.
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