El mismo poema, sí, el mismo. Como un paisaje lunar que recorrer con la luz apagada por dentro, como una serpiente reptando entre las ruinas y los versos, hasta donde no llega nadie. Llegarse. Un poema largo, casi infinito, un poema como una vida en el contorno de tu boca. Cargado de tinta o tinto o brebaje rimeliano como el que cargo en mis pestañas. Un poema aún no escrito en la buhardilla de un planeta lejano que aún no tiene nombre ni quien lo nombre. Pueden ser unos fragmentos tallados con la pluma de un ave milenaria que picotea restos de comida de cualquier vertedero triste o regala un último vuelo al animal atropellado que aguarda en la carretera, porque cuando el mar se muestra embravecido ya sabemos que el hambre sin más no se calma. El hambre desorienta. El poema también. Y trae dos orillas, como todo, como los cuerpos. Como el cuerpo que flota y es su propio mar. Como un verbo lanza de llamas. Como tus ojos bomba y tu lenguaje de imperio romano. El mismo poema que quiere sol y agua. Como nosotros. Como los nidos y las cuevas. Unos lo visten de himno romántico. Otros hacen testimonio de una rabia. Reclutan tristezas o manifiestan hazañas. Le crecen garras al poema. Y lluvias y rayos. A veces callejones y barroquismo. Le crecen balcones y bromelias. Un aguijón bizarro muy dentro mientras una maleza de cristal exuberante y rotunda se descalza en tu lengua. Deja que me enrosque en tus ojos para escribirlo. Un poema que urge o ruge. Que trepa y parte. Que te teme o te mata. Es el mismo poema, sí, y estamos dentro. Desde que es un cachorro ya muerde. Es puerto para la desesperación y puente para el desesperado. Se cree locura, se cree vanguardia. A veces humo, a veces sorpresa. En harapos, deslumbra. Con la cara limpia, seduce. Precipitado, apabulla. Puede ser magia negra, invisible caricia que te navega entre las escápulas. Y puede ser un fardo de latidos abandonado en una playa. El mismo poema que quiere fuego y madrugada. El mismo que a punto de coronar la cima se te escapa. Vendimia sagrada, un pecho lleno de piedras, una estación vacía o una puerta mal cerrada. Se queda quieto, aguarda. Enferma en un espejo. Es indecente y glorioso. Se revuelve, resiste, manipula, enreda, desordena y se rinde antes de la destrucción. Es un prado oscuro y una trampa. Viene dispuesto a acabar contigo. Te vacía. Te asfixia. Te eleva y te revive. Es el mismo poema, sí, el mismo. Un atardecer lleno de estorninos derrochando luces rojas en mitad de la calma. Es el mismo, lo habitas, desorientado y hambriento. No salgas.
Es el mismo poema, si, el mismo. Si poeta, son las mismas palabras siempre pero que maravilla lo que haces con ellas.
ResponderEliminarF.