jueves, 17 de noviembre de 2016

Javier Egea


Noche canalla

Yo no sé si la quise pero andaba conmigo,

me guiaba su risa por la ciudad tan gris.

Ella tenía en su boca colinas de Ketama

y el cielo de sus ojos me pintaba de añil.

Yo vi tantas estrellas como ella puso siempre

en aquel cielo raso como un paño de tul.

Ella llevaba el pelo como la Janis Joplin

y los labios morados como el Parfait-Amour.

La he perdido en un bosque de jeringas brillantes

por donde nos decían que se llegaba al mar;

se fue sobre un caballo de hermosos ojos negros,

por más que yo me muera no la podré olvidar.

Bajo el cielo ceniza me conducen mis piernas.

Esta noche no tengo ni esperanza ni amor.

Sólo queda el calor de mi pobre navaja.

Hoy me he visto la cara de un retrato-robot.

A pesar de sus ojos he salido a la calle,

a pesar de sus ojos me ha tocado vivir .

En un barrio de muertos me trajeron al mundo.

Esta noche canalla no respondo de mí.


*


Epigrama 2


¿Qué cómo me enamoré?

-No podrán con nosotros, le dije.

Y seguí mi paseo solitario.


*

 

Quizá me confundí de calle y de aventura

pero ya me conocen sus farolas y el alba,

y conocen mi sombra, mi canción, mi tristeza

y esta costumbre vieja de andar erguido y solo.

 

*


Hay noches que no ofrecen

sino palomas ciegas en sus escaparates

Hay en algún lugar personas que no soportan ya el silencio

Soledades al filo de la pólvora

soledades que tienen chaqueta en su respaldo

soledades con banqueros al fondo

soledades de las torres

las desmoronadas torres

soledades canallas bogando las venas y los albañales

No No era este el lugar ningún lugar nunca más un lugar


*


Desarbolando el cielo me tropecé la herida.


*


Otro romanticismo

Te escribo nuevamente desde una tarde helada

de esas en que nos puede el sentimiento

y la obsesión -ese pingajo de la soledad-

te derriba, te ocupa, sienta plaza en tu cuerpo

y, lo más peligroso, te alumbra, te interroga.

Y ves que los renglones se estrechan,

las letras se amontonan

y comprendes el hueco imposible,

el espacio que nunca compartimos

y este bello recurso de contarte la vida

poblando de historia y de sueños

las hojas tibias del dolor

que tanto me recuerdan tus muslos o tu espalda.

Por ellos navegué durante tanto tiempo,

en ellos aprendí tantas cosas extrañas,

tanto golpe de mar,

que parece imposible olvidarte así, de pronto,

como quien tira la luz por la ventana,

como quien se despuebla de golpe de esperanza.

¿Quién puede responder sin ningún truco

a las preguntas viejas, enquistadas,

hechas parte de ti?

¿Quién cruzará de un salto las aguas del olvido

sin sentir cómo quema en la carne la sorpresa de un día,

las sábanas de un día, los cuerpos ofreciéndose,

las ojeras del gozo al amanecer?

¿No volverá el amor ,

aquel juego con náufragos y cofres,

a sorprendernos con su mano abierta,

a dejar en la playa de un hombro

como alga de plata que reposa

la saliva brillante del deseo?

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!

Por eso he de decirte -aunque sea por escrito-

que está la casa abierta para ti,

que te esperan los libros, el té, mi soledad,

las dudas de las tardes de domingo,

la pequeña verdad

que no se tiene en pie sin tus palabras.

No es posible saber cuando todo enmudece

y la vida se ha vuelto una sórdida esquina

si nos falló el presentimiento

o será que el mercado nos fue tragando

con sus comadres y su algarabía,

que no supimos vernos ni hablarnos

entre anuncios de sopas luminosas,

promesas y altavoces

pregonando los últimos saldos

de la felicidad.

Será que llevaremos inevitablemente

un lenguaje podrido que amarga el paladar

y te pone a escupir en mitad de la urgencia

cuando toda la historia apenas si consiste

en decirnos que sí, que nos amamos.

Y los golpes, tan fuertes, las aguas del olvido,

tan hondas… Yo no sé!

Hay cosas en la vida

que sólo se resuelven junto a un cuerpo que ama.

Y cartas que se escriben

cuando la prisa clava su aguijón

y te deja colgando del alero

y te da por pensar

que es posible que no nos conociéramos

aunque fuimos viviendo el mismo frío,

la misma explotación,

el mismo compromiso de seguir adelante

a pesar del dolor.




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