Noche canalla
Yo no sé si la
quise pero andaba conmigo,
me guiaba su risa
por la ciudad tan gris.
Ella tenía en su
boca colinas de Ketama
y el cielo de sus
ojos me pintaba de añil.
Yo vi tantas
estrellas como ella puso siempre
en aquel cielo raso
como un paño de tul.
Ella llevaba el
pelo como la Janis Joplin
y los labios
morados como el Parfait-Amour.
La he perdido en un
bosque de jeringas brillantes
por donde nos
decían que se llegaba al mar;
se fue sobre un
caballo de hermosos ojos negros,
por más que yo me
muera no la podré olvidar.
Bajo el cielo
ceniza me conducen mis piernas.
Esta noche no tengo
ni esperanza ni amor.
Sólo queda el calor
de mi pobre navaja.
Hoy me he visto la
cara de un retrato-robot.
A pesar de sus ojos
he salido a la calle,
a pesar de sus ojos
me ha tocado vivir .
En un barrio de
muertos me trajeron al mundo.
Esta noche canalla
no respondo de mí.
*
Epigrama 2
¿Qué cómo me
enamoré?
-No podrán con
nosotros, le dije.
Y seguí mi paseo
solitario.
*
Quizá me confundí
de calle y de aventura
pero ya me conocen
sus farolas y el alba,
y conocen mi
sombra, mi canción, mi tristeza
y esta costumbre
vieja de andar erguido y solo.
*
Hay noches que no ofrecen
sino palomas ciegas en sus escaparates
Hay en algún lugar personas que no soportan ya el
silencio
Soledades al filo de la pólvora
soledades que tienen chaqueta en su respaldo
soledades con banqueros al fondo
soledades de las torres
las desmoronadas torres
soledades canallas bogando las venas y los albañales
No No era este el lugar ningún lugar nunca más un lugar
*
Desarbolando el cielo me tropecé la herida.
*
Otro romanticismo
Te escribo
nuevamente desde una tarde helada
de esas en que nos
puede el sentimiento
y la obsesión -ese
pingajo de la soledad-
te derriba, te
ocupa, sienta plaza en tu cuerpo
y, lo más
peligroso, te alumbra, te interroga.
Y ves que los
renglones se estrechan,
las letras se
amontonan
y comprendes el
hueco imposible,
el espacio que
nunca compartimos
y este bello
recurso de contarte la vida
poblando de
historia y de sueños
las hojas tibias
del dolor
que tanto me
recuerdan tus muslos o tu espalda.
Por ellos navegué
durante tanto tiempo,
en ellos aprendí
tantas cosas extrañas,
tanto golpe de mar,
que parece
imposible olvidarte así, de pronto,
como quien tira la
luz por la ventana,
como quien se
despuebla de golpe de esperanza.
¿Quién puede
responder sin ningún truco
a las preguntas
viejas, enquistadas,
hechas parte de ti?
¿Quién cruzará de
un salto las aguas del olvido
sin sentir cómo
quema en la carne la sorpresa de un día,
las sábanas de un
día, los cuerpos ofreciéndose,
las ojeras del gozo
al amanecer?
¿No volverá el amor
,
aquel juego con
náufragos y cofres,
a sorprendernos con
su mano abierta,
a dejar en la playa
de un hombro
como alga de plata
que reposa
la saliva brillante
del deseo?
Hay golpes en la
vida, tan fuertes… Yo no sé!
Por eso he de
decirte -aunque sea por escrito-
que está la casa
abierta para ti,
que te esperan los
libros, el té, mi soledad,
las dudas de las
tardes de domingo,
la pequeña verdad
que no se tiene en
pie sin tus palabras.
No es posible saber
cuando todo enmudece
y la vida se ha
vuelto una sórdida esquina
si nos falló el
presentimiento
o será que el
mercado nos fue tragando
con sus comadres y
su algarabía,
que no supimos
vernos ni hablarnos
entre anuncios de
sopas luminosas,
promesas y
altavoces
pregonando los
últimos saldos
de la felicidad.
Será que llevaremos
inevitablemente
un lenguaje podrido
que amarga el paladar
y te pone a escupir
en mitad de la urgencia
cuando toda la
historia apenas si consiste
en decirnos que sí,
que nos amamos.
Y los golpes, tan
fuertes, las aguas del olvido,
tan hondas… Yo no
sé!
Hay cosas en la
vida
que sólo se
resuelven junto a un cuerpo que ama.
Y cartas que se
escriben
cuando la prisa
clava su aguijón
y te deja colgando
del alero
y te da por pensar
que es posible que
no nos conociéramos
aunque fuimos
viviendo el mismo frío,
la misma
explotación,
el mismo compromiso
de seguir adelante
a pesar del dolor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario