miércoles, 17 de diciembre de 2014

en la negrura y en la combustión


























                                     y liberar gacelas heridas 
que habitan barrancos y poesía



Me sirvo en terrones
tímida y brutal
me obligo a vencer la asfixia
haciendo de nuestras bocas
dos nubes de agua
aunque después se me corra la mirada
en rímel, rabia y ocaso que se rompe
emboscada-bucle
silenciando el deseo
bella bestia que dormita entre nuestras pieles
no tocándote
no tocándome

Ser mujer de cartas boca arriba*
nunca inmaculada
siempre marcada, mordida, vehemente
y después toda una vida para curarme las caricias de ti
lamerlas, gatuna, para extraviar el escozor en mitad de un invierno
en mitad de la nada, de la calma

abandonarnos en un monte
envueltos de catástrofe,
arrancados de los lienzos
para restarnos humedad como mejor sabemos
y sudar el dolor
y que me prestes tu oscuridad para hacer proa incrustada en la luz
y sudar el sabor
como mejor sabemos
dilatarnos las pupilas,
salvajes y obstinados,
soñarnos presa,
acorralarnos

habitar los polos de un mismo amor
rezar a la incandescencia a la que nos debemos
y ser sombra que abrase a pesar de las tormentas,
desnudos de pena y peso
con los corazones como locas brújulas marítimas
que creen en el abandono y en el abismo
cuando ya conocen los caminos

que todo este placer acabe en herida es previsible
alacrán que nace para morderte de frente
cuando nos alimentamos de desconsoladas
e inconfesadas
bocanadas de nostalgia
tan manchados de rutina e infierno
mirando hacia otro lado
aferrados a lo artificial, vaho que esconde la belleza
coordenadas de habitación para los que sueñan bosques

tú, que conquistas mis arterias
metiendo mano a mis invernaderos
portador del caos
que invades mis frentes con tu ejército de calor inesperado
te derramo el huracán de palabras que anida en mi pecho

no te pediré jamás clemencia a la hora de amarme
porque cuando destilas negrura me aprendo
y cicatrizo renacida
en la combustión de nuestros cuerpos  
no me defenderé jamás de tu mirada
porque el súmmum del amante de tórax estallado
mana frenesí y ceguera a partes iguales



martes, 2 de diciembre de 2014

Peinando trigo y desgarrando piel *
























Existen esas mañanas en las que amarte es ya algo involuntario
un acto reflejo del trotón que alberga mi pecho
lo febril trepando rodilla arriba
lo persistente
a pesar de la asimetría del deseo
a pesar de precisar la caricia en el rincón y no tenerla
existen esas mañanas

Cuando nos precipitábamos el uno en el otro
sin estribos
sin decoro
paisajes no enmarcados que inundaban la pared
se derramaban en el suelo
como ventanas infinitas de temblor
con la espontaneidad del niño
que habita el arrebato sin consecuencias,
nadie ponía horas al día ni nombre a los meses
no nos dolía nada
si acaso, abandonar la habitación.

La memoria como arma de doble filo
en manos de un romántico drogado
y el amor que se labra sus propias manías
suelta timones en la tormenta
y cava sus propios cráteres para danzar todas nieblas del mundo

Existe el segundo en el que disuelves la multitud
y el universo es un abstracto
y me golpea tu dulzura
y le estallan a las palabras los corsés
y tiro por la borda todos los nunca

Pienso en ti
y en tu calor, rúbrica exquisita,
pienso en volver a ensuciarme en tu mirada,
en el vuelo en picado sobre tu boca,
en la cabaña de gemidos que hay en tu espalda,
en abandonar el pasado entre nombres que crepitan
y en las brasas que sangramos 
de las que siempre brotará un dolor tan mal repartido

y aún así
lúcidamente,
anunciarnos en lo insalvable y aceptarlo
porque pensarte no deja de ser un insano ejercicio
un peinar trigo y desgarrarse la piel

porque también creer que te tiemblo aún es un acto de fe



*de una canción de Antonio Vega

lunes, 17 de noviembre de 2014

millas y millas de temblor




























mi "cadáver lleno de mundo"
I. P. Montalbán


Hay tantas maneras de dibujar el naufragio
y somos tan diestros al conjugar el agotamiento con el amor.
Infinitos que se quieren abarcar, ciegos y obstinados.  
Adosarnos a la vida y auscultar muros en busca de latidos sencillos,
y nutrir la nada.

A veces no es necesario dibujar poliedros con las palabras,
que fueran sólo días sin nombre que abrazan en lo roto
bastaría.
Ni danzas perfectas,
ni placeres orquestados,
sólo un gesto pequeño  
en mitad del gateo oscuro del tiempo
que nos pasa sin ser visto entre las piernas,
sólo un aliento que nos brinde sentido
y no un refundar la pena constante.

Se nos da bien el vuelo corto con grilletes,
como halcones adiestrados que hacen hogar en el guante y su caricia.
Y amamantar la rabia mirando hacia otro lado
también se nos da de lujo.
Acostumbrarnos al hueco en el hueco
y ver cómo se vacían nuestros distritos rojos de vicios y humedad 
mientras morimos con la anatomía del intento
-tan aprendido y propio- entre las manos.
Limpios tras arder en mil noches de san juan
para, una y otra vez,  
construir ese tríptico desasosegante del que vuela, cae y repta,
del que obedece, calla y paga,
del que sueña, despierta y traga.
Dejando sedientas nuestras flores del mal
y observar la vida desde atalayas tristes.

En lugar de hacer zoom con nuestros cuerpos
y elevarnos
y tramar el amor una vez más,
tramar la vida, 
en una suerte de ficción que se hace carne,
habitar nuestra fuerza.

Recorrernos en millas y millas de temblor,

hacernos bellos 
y no estafarnos a nosotros mismos.

viernes, 10 de octubre de 2014

búnker-corazón


quiero decir:
lo que muero cada noche, 
mis huesos torcidos por abrazar una sombra.
/A.P./


Llegué en mitad de una noche avispero
de esas que te vienen infectadas de tintas ajenas
que uno busca como árboles en la tormenta.
Noches de las que quedan grandes, de las mal apretadas
que le barren las calles a la rabia pero nunca a la tuya.
Buscando el poema-antiaéreo, urdiendo el poema-madriguera
mientras duermen nuestros cancerberos
y visitamos nuestros infiernos.
Repleta madrugada de cuerpos a la deriva
océanos, bocas, muslos, cepos del amor.

Llegué para morderte la tiniebla de los ojos con las manos
para esculpirnos vida en una marea de versos regalados.
Amantes transitivos que se invaden
se interrogan con violencia
y se dejan hacer en el mismo instante,
en esta suerte de bondage lírico
en el que sólo se desata al perro del deseo.

Veloces cazadores del momento y el hueco en el cuerpo
que despachan la nostalgia y la rutina con sus garfios
con todo el arte que contienen las palabras usadas
que se pronuncian recién nacidas casi sin querer.

Haciendo vida en el secarral de la luz,
atascos, transbordos,
alimentando las sombras
mientras soñamos con nenúfares que ardan
y succionen el veneno del tiempo que nos separa.
Cuando el ahora es una sala de espera y nosotros nos tejemos al dolor
Arrodillando la fuerza
y desdibujando corazas
con promesas etílicas
y vigilias
para derramarse
y vaciarse en ellas

Traficando imágenes que sudan locura y soledad
Nuestros “duelos y quebrantos”.
Cada cual con sus llamas
sus ochomiles
sus inviernos
y sus pasados,
cristos yacentes a los que ya no rezamos.

Soy yo la que te llora en cada vela derramada
Soy yo la que apuesta al rojo en cada eje ebrio de la fortuna
Y mis ganas, tripulación enloquecida que amenaza con arrojarse a tu lava,
Y mi amor no empuñado que amenaza con arrojarse a tus leones
y habitar tu mandíbula alucinada.

Porque no me encuentro en tus pensamientos
cuando apoyas la sien en la ventanilla
y le miras las piernas al mundo,
te digo que se comba el dolor por dentro, 
se me clava si me echas a los perros,
me rompo si no nos enhebramos y ardemos.








Thomas Bernhard, aullidos del lobo sin manada, por Antonio Lucas



  • El escritor austriaco hizo de la literatura su martillo contra todo lo que consideró reprobable: desde la ciudad en la que creció, Salzburgo, hasta los modales de su país, Austria
  • Insobornable, polémico, irónico y sulfuroso, dejó una obra con la que tocó todos los géneros y que ahora se refuerza con los textos recuperados e inéditos en español que Alianza reúne en el volumen 'En busca de la verdad', donde vibra su potente voz civil

Thomas Bernhard odiaba directamente su país. No a la manera de los folclóricos del rencor (digamos, por ejemplo, nacionalistas y demás adeptos a ideologías meñiques), sino con una condensación de lucidez sin reglamentos. Levantó una literatura furibunda, extrema y convulsa que zarandeaba a los gregarios, a los conformes a tiempo completo, a los mediocres. Y en esa espeleología por el desafecto afrontaba asuntos principales: la incomunicación, la soledad y la obsesión intelectual como billete de ida hacia la locura.

En el largo viaje de su literatura, de su condición de ciudadano atento, no esquivaba ninguna querella. No se escondía. Y tenía el sarcasmo como hisopo de la escritura. Bernhard es algo así como una conciencia que se inmola y se remonta a sí mismo cada vez que arde en todas direcciones. Bernhard hizo libros para negar una vida que no le gustaba, realzando más la vida. Preñó sus libros de observaciones fieras, como un insumiso que no abraza sin consecuencias el soborno de vivir. Y en esa expedición sin compañeros de viaje no se agota nunca.

"De niño odié los libros, había muchos, mi abuelo escribía... Empecé a leer muy tarde"

Escribió novela, teatro, ensayo, poesía. Recibió una veintena de reconocimientos literarios. Rechazó otros tantos. Escribió sobre ello en 'Los premio's, un libro póstumo que preparó al detalle para que fuese publicado cuando él mismo fuese ya ceniza. Nació en Austria en 1931 y falleció en Austria en 1989. Su muerte fue anunciada después del funeral. Está enterrado en Viena. Su obra está lejos de la cháchara mareante de la sociedad que combatió. Tuvo una de las misantropías más productivas de la literatura europea de la segunda mitad del siglo XX. Y lo explicaba así: "Cuando se está solo mucho tiempo, cuando se ha acostumbrado uno a estar solo, cuando se ha adiestrado uno para estar solo, se descubren cada vez más cosas por todas partes allí donde para los demás no hay nada". Esta percepción podría ser su poética, su norma de conducta.

Bernhard escribió sin tregua. Novelas como 'Helada' (1964), 'Trastorno' (1967), 'Corrección' (1975) y 'El malogrado' (1983) (donde reflexiona sobre el infierno del talento extremo y, lo que es peor, la infelicidad de no poseerlo) dan cuenta de su contundente galaxia literaria, donde el dolor y la extrañeza lo ocupan todo. La autobiografía también fue riel de su escritura, con la pentalogía formada por 'El origen', 'El sótano', 'El aliento', 'El frío' y 'Un niño', volúmenes en los que analiza descarnadamente el presente que habita. En poesía destaca 'Bajo el hierro de la luna' o 'Los locos'. Los reclusos. Y en teatro, El reformador del mundo, 'El presidente' y 'Los famosos', entre otras piezas. Todo en Bernhard es intenso. Todo en él es feroz.

Y así queda también apuntalado en los textos del Bernhard público (buena parte inédito en español) y que ahora recoge Alianza Editorial en el volumen 'En busca de la verdad. Discursos, cartas de lector, entrevistas y artículos', a la venta el próximo 16 de octubre. Es una miscelánea que recorre de 1954 a 1989 y que abre el campo de tiro con un texto sobre Rimbaud escrito a los 23 años que bien podría ser una declaración de guerra poética: "Las obras de los que siempre echan las campanas al vuelo y que resuenan hasta en las cervecerías llenas de borrachos, las de los poetas de revista y los fabricantes de artículos literarios de exportación, que a veces les reportan el Premio Nobel, son en su mayoría sólo tonterías engalanadas y productos de moda. Lo que importa en literatura es lo original, precisamente lo elemental, gente como Jean-Arthur Rimbaud".

Y a partir de aquí, 'En busca de la verdad' (traducido por Miguel Sáenz, excelente 'bernhardiano') va hilvanando textos que son la consecuencia de un hombre que no acepta las costumbres de su tiempo. Pero no sólo eso, sino de alguien que viene a contar su desacuerdo en voz alta, desenmascarando hipocresías, ansioso de reyertas, más con rigor que rencor.

"Al principio me interesaron Péguy, Bernanos, Michaux... eran gente magnífica"

Bernhard es producto de sí mismo y de una infancia en que la vida no le fue ni buena, ni noble, ni sagrada por un cóctel de carencias afectivas (no conoció a sus padres), 'extremaunciones' económicas (creció en la pobreza criado por sus abuelos) y debilidades de salud (siempre estuvo al borde del naufragio). Pero remontó su fragilidad desde una poderosa escritura que está entre las más proteicas de la Europa contemporánea. "La vigencia de la palabra de Bernhard sigue siendo, en mi opinión, absoluta", sostiene Sáenz.

Nada de lo humano le era ajeno. En 'Unas palabras para jóvenes escritores', publicado en este volumen y una de sus piezas más intensas y descarnadas, chuta e impacta con una alforja de sugerencias que, de algún modo, son la hoja de ruta de sí mismo: "No os veo donde está la vida violenta y valiente, sino como pulcros custodios de archivos, funcionarios amargados, como lacayos de bien retribuidos consejeros del organismo de protección de la Naturaleza o de algún departamento de cultura provincial o municipal. Estáis metidos en el café, sin lágrimas ni humor, odiándoos a vosotros mismos y odiando vuestro entorno, muy lejos de la vida... Habéis vendido vuestro carácter y sentís un miedo desenfrenado de la necesidad, miedo de vuestros pensamientos, miedo de vuestra malignidad... Vuestras reverencias son indescriptibles; os inclináis ante cualquier desharrapado con influencia... ¡El pueblo de los exaltados se ha convertido en un pueblo de agentes de comercio!".

Hay en Bernhard una cierta agonía que es a la vez revitalizadora. Es un objetor infatigable. La suya es una enmienda literaria a la totalidad. El alma con filo que no acepta destellos de esperanza, sino que pide más luz, más luz, en un afán de arrancar máscaras y deshacer convenciones.

En él la literatura es un microscopio con el que denunciar y un telescopio con el que llegar más lejos en la investigación de sus observaciones. En su obra planea la desesperación con una cierta representación teatral de los rechazos, pero en cada una de sus líneas hay una conmoción planeando.

Está en la órbita de Kafka, de Musil, de Canetti, de Hrabal y, antes, de Montaigne o Étienne de la Boétie. Aquellos que no derogan la verdad con palabras de apaño. "Cobardía, vanidad y curiosidad son en el fondo los tres impulsos esenciales a los que la vida debe su continuación, aunque todos los motivos imaginables hablen en contra de ella... Todos los hombres son monstruos en cuanto se quitan la coraza", dice en respuesta a una entrevista de Jean-Louis de Ramboures recogida en este volumen.

"En persona soy muy distinto al de mis obras; sí y no, eso es quizá lo interesante"

Las relaciones humanas, el Estado, la Iglesia, los editores, la literatura, la filosofía, la música, el mar, las ciudades... Estos asuntos que también forman parte de la mercancía literaria que da cuerpo y sustancia al escritor Thomas Bernhard. "Cuando decidió ir en dirección contraria, como cuenta en su libro 'El sótano', tomó la decisión más acertada de su vida. Nunca lo lamentó él, ni sus lectores", sostiene Miguel Sáenz. Tampoco sus enemigos, que fueron un patrimonio caudaloso en su vida.A veces, casi un motivo para seguir en pie. "Yo y mi obra tenemos tantos enemigos como habitantes tiene Austria, incluidos la Iglesia, el Gobierno y el Parlamento, salvo algunas excepciones. De esas excepciones me alimento y existo", dijo el autor de Trastorno en 1982.

La coherencia está entre sus avales mejores. De hecho, 'En busca de la verdad', que recoge 35 años de oficio en las letras desde frentes más domésticos que los de sus libros de creación, presenta a un Bernhard que de principio a fin muestra la misma raíz resistente, brutal y poética, aunque la complejidad de su pensamiento sí fue manifestando cambios que van incrementando su necesidad de escribir, incluso sin haber alcanzado nunca nada parecido a la esperanza.

"Nunca se sabe quién se es. Son los demás lo que le dicen a uno qué y quién es"

Da la derrota por segura en todo momento, pero no se deja arrastrar por la pereza. Y menos aún, por la pereza del terror. Para el escritor austriaco la literatura no es una superchería, tampoco un bálsamo, sino que está más cerca de la cirugía sin anestesia para poder entrarle adentro de la piel a todos esos que desde el poder (desde cualquiera de los peldaños del poder) condenan a la mayoría a conformarse con su insignificancia. Tan sólo la música le salvó.Aquella que estudió de niño en Salzburgo y que le puso delante a Mozart como cobijo contra la tormenta, como una de las escasas realidades de la que no arrepentirse.

Quizá el escritor que hoy más emparente con la estética sulfurosa de Thomas Bernhard sea el francés Michelle Houellebecq. En ambos hay una sospecha grabada a fuego: cuando hay consenso en que «todo está bien» en verdad hay que entender que "todo va mal". De la lectura del autor austriaco que ofrecen estos textos dispersos, sueltos, rescatados y empacados no es fácil sacar demasiadas conclusiones. Son más las preguntas que plantea, el justo valor de la reflexión sobre un tiempo cuya esencia torcida es portátil y sirve también para auscultar mejor algunos aspectos siniestros de estos días de ahora, pues en su esencia el hombre no ha cambiado desde el hombre.

Bernhard es, de algún modo, una asignatura siempre pendiente por la profundidad de su sarcasmo, por la devastación de su desnudez, por la aceleración de su antiidealismo. Cada lectura, con el tiempo, lo renueva. Él lo decía así: "Estamos en el territorio más horrible de la Historia entera. Estamos asustados, y concretamente asustados como material monstruoso del nuevo ser humano... Todos juntos no hemos sido en esta segunda mitad de siglo más que un solo dolor; ese dolor es hoy lo que somos; ese dolor es ahora nuestro estado espiritual". La claridad, en la prosa de Bernhard, da frío según aumenta. Es el sex appeal y el desamparo de los lobo sin manada.

 


martes, 30 de septiembre de 2014

otra prosa impúdica y deshecha

























Si pudiera escribir un poema y pensar que es un exorcismo y que de alguna manera tras él llegará la calma, o un puerto que amanece, o algo que me salve, supongo que me enfrentaría de otro modo a las cosas. Si un poema no fuera un coladero de desfachatez y egocentrismo, si fuera el calabozo al que destinar la frustración, donde se desnuda el miedo y la ilusión a partes iguales. Si supiera dejarme vencer sin decírmelo a mí misma y servirme de rehén, algo impúdica y deshecha y que a nadie le importe. Si supiera. Me entrenaría en el arte de la huida del propio cuerpo, pero dejo una escandalosa estela de intentos y rejas de realidad y rabiosa hembra. Un reguero de maldiciones y tardanzas. 
Me hablo todo el tiempo de lo intangible y de lo hermoso que te encuentro cuando -horizontal y excitada-, te invoco como un mantra del momento adecuado, aquel que se oculta entre las sienes/los muslos, aquel que sé buscarme y encontrarme, y gozar-forzar-gozar, soñando ser tu manuscrito. 
Si supiera arrancarme la lucidez y ponerme a vivir en el atrezzo que te viene con el pack de logros, metas y sonrisas luminosas. Si supiera sería otra pero no sería yo. Aunque lo intento. Me invento sensata y abrazadora de lo que me envuelve. Con lo tóxico y el declive. Me lleno los bolsillos de piedras pero no como virginia, para ir al río. Horneo ricas carnes, no mi cabeza como sylvia. Intento amarrarme a la tierra. Intento ubicarme en las coordenadas dictadas por la cordura y sus tristes aledaños. Ensayo y error. Desdichada e incauta, extraviada perra de paulov. Ahora escucho a cave y the ship song. Supongo que se mezcla con la noche y me inventa esos pozos y pasadizos que me habitan y que no se recorren a diario, por suerte, por desgracia o por gloria bendita. Solo en noches de tristeza y pared. 
Si supiera hacer algo con la porosidad de los recuerdos que vienen cargados de piel y sabor, podría travestir los momentos y triturarlos en confetti predestinado al suelo, pero al contrario, recojo todos los restos, como si supiera que no hay más celebración tras tu cuerpo. Migajas doradas que llevarse a la boca y al alma. Si me valiera por mí misma no te pediría tus manos y tu voz. Sabría qué hacer con este excedente de deseo. Cuando el cuerpo del otro es una barca, el cuerpo del otro, edificio al que encaramarse y buscar el vacío una vez coronado y saltar. Confundir caída con vuelo. El cuerpo del otro. Casa de perros insomnes, música de criaturas violentas.
Puedes recoger las redes, pienso. Esto será un mar vacío. Lleno de naves, románticas, sí, pero hundidas y tan hondo. Ni siquiera sé rezar. Pero me socorro, lo juro. Tengo candiles para todas las noches, los prendo sin angustia pero con ansiedad. Que no es lo mismo. Con la ansiedad se me abre el pecho, la angustia sabe de ovillar a la gente hasta el rincón y sus arrabales. Pero yo ansiosa y pizarnik hasta el extremo, adolezco de todo lo que inventa mi mente y más. Siempre torcerlo, la maquiavélica distorsión, tocar el fondo con la lengua, abrir la boca y frotar las paredes, para almacenar algo más de odio o pena, que no dejan de ser picos y pozos de lo mismo. Soy mi propio obstáculo, yo y los subterfugios que me regalo. Todos mis ríos desembocan en el mismo fango. Y lo sé.



domingo, 21 de septiembre de 2014

lírica de sanatorio, túnel y orquesta salvaje




































Me olvidé de cómo se descuidan los mapas que nos labramos en la piel. Allí donde fue camino/guerra dejamos crecer la hierba y taponamos heridas con esa sobada lírica de sanatorio, túnel y orquesta salvaje que aprendimos, nunca supimos cómo, en alguna cuneta. Más tarde, con lúcida falsedad, las llamaremos cicatrices, y las mostraremos hasta orgullosos pero sin acercarnos demasiado, porcelana china que podría romperse, les reservamos estantes altos y las miramos con recelo, como pequeños acantilados que vamos coleccionando. Panorámicas del fracaso en las que el foto finish siempre muestra que perdimos los dos aunque horriblemente sonrientes. 

Pero todo lo que no sangra llamativamente tampoco coagulará nunca. Serán patadas en el vientre, vivir con la costilla quebrada e intentar andar derecho y sentir cómo te pincha en cada respiración un olor, una estación, una palabra. 

Después vendrá el hacer poemas con cada daño. Decorar los accidentes, convertirlos en naturalezas muertas, santuarios de la pérdida y gastar en ellos cientos de noches mirando, buscándole el brillo a los ojos del pescado y el dichoso adjetivo cargado de pólvora, sacrificio y arañazos. El exorcismo de la poesía. El poema quedará limpio al salir de la tintorería privada, la danza macabra de la ansiedad permanecerá en sus márgenes, de los cañaverales que habita nuestra flaqueza sólo brindaremos el sol, la nube, la postal, ofreciendo así toda la bisutería de nuestro pensamiento, en lugar de dibujar con la boca las bandadas de abedules y los bosques de estorninos que morían de quietud y fuego donde nos crecía lo impensable. Preferimos frotar las palabras hasta la intemerata y desfigurar el momento. Y soltarlo, como cachorros que ya no nos muerden.  

También olvidé que habitabas el bronquio de la madrugada, aquel que se dilata y esnifa toda la humedad y el metal de nuestros misterios más carnales desde que hice del oficio de escarbar en la mujer tu más miserable aventura. 

Y ahora, aquí, con el mapa de la tarde, violando cada significado de la palabra, en la orgía de nuestros daños, con la punta endemoniada del domingo y la gramática desnuda de las manos masturbaremos el sentimiento sobre el teclado una vez más porque en el fondo sólo somos habitaciones cerradas y un animal desgarrado con demasiado tiempo para pensar.


miércoles, 10 de septiembre de 2014

desnucar la calma


























He de cortar ramas de sol

J.R. Panedas



La carne no sabe lo que es la paciencia
Y la paciencia huye de la carne, porque pudre la carne si se detiene en ella,
porque se desaprende a sí misma cuando se ve abono de camposanto. 


Guardarse las ganas, ponerse la ropa, taparse la boca, cerrarse el sexo, 
empotrarse en la quietud y asfixiar el deseo con papel de celofán 
para observar su conversión en mueca.

Hacerse de pasos hacia dentro, 
funambulistas de la propia miseria, 
que cuando caen, 
caen de nuevo en su propia miseria. 


Quererse en la sal de los mares y en la cornisa, 
en lo duro y en lo exquisito, 
por los siglos de los siglos, 
caer. 


Quererte a veces ingenua pero siempre repleta de dulce malicia, 
con las garras en los bolsillos, 
hipnotizada ante los gráficos de la propia y callada histeria. 
Irreconocible en la calma que trae el cansancio 
cuando la distancia 
es la forzada tregua de nuestras guerras. 
Con el aliento jadeante de tu corista favorita 
haciendo nudos en mi garganta. 
Intoxicada de aleluyas de saliva que a bocajarro 
sueñan penetrar el seso/el sexo, 
intoxicada al fin por tanta vida tragada. 


Refugios de carne para siempre, deshabitados para siempre.


Ser tu casa, angulosa matriz sanadora, 
vestida de alcobas, 
con la médula felina, 
lomo que reclama tu larga caricia 
y tus peligros. 


De pico y pared me procuro cuando brota la golfa carencia. 
Esa que repta el largo pasillo. 
Esa que me chilla por dentro 
como una parturienta novata y endemoniada. 
Exhibiendo la amputación de ti en mitad de un morboso desorden 
que ya no me importa. 
En mitad de una tierra reseca, 
que ya no me importa. 
Cubierta de un cielo sin escaleras, 
que ya no me importa. 

Me dedico a planear la muerte del dolor, 
porque el dolor es un helecho que no para de reproducirse, 
me desobedece en la terraza, 
me espía por las ventanas, 
se hace hiedra y me cubre, 
me camufla, 
se traga/devora a la mujer que me intenta, 
la vuelve estatua de sangre detenida. 


En la cintura inmortal de la noche, 
cuando me desprendo de mi misma 
y el mundo es un acantilado, 
invento señales para sacarme, 
bengalas que fabrico con esmero para salvarme, 
deliciosa pólvora que regará de arañazos los techos de la madrugada. 


Al final de todas las rabias nos dolerán los brazos, 
de tanto forcejear entre dentelladas de distancia 
y será la coda perfecta 
será nuestro espanto y nuestra coartada
para romper infinitos 
después de tantos silencios rebosando hachazos.

sábado, 30 de agosto de 2014

hacerte el dolor


























Incluso cuando se nos queman las historias estas gozan de fulgor.
Cuando a vista de pájaro, son pequeños bosques que han crecido y se consumen en nuestras manos. Cuando todo viene a hacerte el dolor.
El hilo envuelve la noche entera y aprieta y muerde nuestros huecos. La rueca endemoniada de los instantes necesita aceite y cordura.
Cuando presiento un mar en la espalda y tiemblo con los ojos mojados en sal. 
Somos sombras en los muros y caerá la tarde. Y las noches que soportaron nuestra negligencia romántica ya dejaron de contarse.
Algo novelados, algo previsibles, animales henchidos de amor con temperaturas poco delicadas. Fuimos.

Ungidos en el brillo urgente de las estrellas extasiadas que vienen a morir en los ojos ahora y para siempre, tras la piel y sus combinaciones, con sus cimas y sus pozos, en el punto-puñal definido, en alguna cicatriz había que detenerse.
a respirar. a morir.
 
La carne exaltada conoce la travesía cuando muerde el puerto. Antes vive la pasión improvisada que sólo entienden los amantes untados de miel y bella rabia.
Lo que viene tiene algo de ceremonia y de luz que se desata en las grietas y nos convierte en extraños. Y ahora diré infinito, labio, venda, suelo.
Y rodeada de espino el alma, verá como le estalla el caparazón al mañana y en la nervadura de nuestra fuerza y el viraje que sufre el sentir, iremos al soltar la sucia pena bien lejos, para no escuchar sus gritos al llegar a nuestras casas.

miércoles, 20 de agosto de 2014

imantados y precoces en la herida





En la insistencia del ruido,
con la vida hasta el cuello, me dejé caer la noche hasta los tobillos.
Le nacieron sogas a las palabras y astillas a los rincones donde me ponía a pensarte. Gasté los pomos de las puertas que nos separan de sólo imaginarme cruzando umbrales y ardieron las calles prometidas y sus soportales con olor a demonio.

El silencio es un idioma en sí, basta con cerrar los ojos y tocar pie en tu pensamiento, sin artificio. Hay que hacerlo lento, como cuando tienes miedo o alguien duerme.
Te hago un tajo en el abdomen y entro. Te tomo por los extremos. Mis manos en tus manos, mis muslos en tus muslos. Imantados. Engancho tu mente. Engancho tus pestañas. Sólo es un momento y ahí me detengo. Apnea voluntaria, inhalarte hasta el pre-desmayo. Paseo contigo por el museo de tus gestas y tus desgracias. Visto tu piel y tu aliento. Calada de ti. De dulces drogas el pecho lleno nos salvará de las palabras. Azaleas en tu tráquea, flor por tallo. Deambulo tus arrabales. Oleajes y escolleras. Vinos para descoser las almas. Matrioska infame y ensayada que inunda tu territorio. Y ahí, el silencio como un manto marino que calma. Y así entender lo insondable.

Después siempre vivir en el despeñadero o en la horizontalidad de nuestros salones. Después. 
El sueño de la luz recortada entre nuestros cuerpos. Extinguir con abrazos la distancia y volcarnos en el clima que crean dos ecuadores al enfrentarse, derramando todos los cielos por el costado.
Sujetos a la epifanía que se da en las salas de espera que inventamos en mitad del fracaso, con el aullido interno y la adrenalina del salto, precoces en la herida que nos haremos, anunciando nuestro infinito y lírico colapso.

Aquí, junto a mi temor, estoy yo tendida con el éxtasis y la furia bajo la ropa, abordándome callada, con la descarada ingenuidad de la que aguarda una tormenta ya empapada.

//Y sin embargo sonrío porque nos sé irrenunciables//.
 
 

*y mil gracias a Dulce Locura
que me descubrió el inquietante ojo de Arthur Tress

jueves, 31 de julio de 2014

la femme de la terre



Me armo de desnudez para ti
no afloja la taquicardia de los amantes
se desvanece aún más la cordura si acaso

cuando te relincha el alma en el pecho
lo equilátero y lo deforme del corazón
se hace uno y bombea rojo a mares

vicioso horizonte siempre alejándose
descorcho el momento que no llega
con el afán de sacudirme el estremecimiento
pero el deseo es un gato que se eriza
y sus uñas espuelas al aliento

te amarras a mi respiración
sales y entras
un animal y su pulso
conquistas mis pulmones
pura posesión
tierra maleable, 
barro, entraña, arte.


me arrodillé en mitad del poema
y atravesaste mi columna lentamente
vértebra a vértebra
y lo temido
el sexo como cráter en la hembra
que siempre despierta

me dolía tu recuerdo en la boca
y podría haber hecho coraza
con los deseos que me amputé
pero siempre me preferí expuesta
lamiendo tus acantilados.