viernes, 30 de diciembre de 2016

el efecto doppler del dolor
























                                                                                                                  "Winter is coming"


 


Así es, cuando lo tienes encima es atronador pero a medida que se aleja se va calmando. Baja su volumen. O será que te acostumbras al daño. Un zumbido familiar. El dolor como un hilo musical que acaba por estar sin ser.
El aceite hirviendo de los corazones, salpicaba la sala, la blusa y el rompiente de las miradas. Después, con el vaho, dibujamos sobre todas las ventanas corazones deformes y palabras que parecían desaparecer con la salida del sol que todo lo seca, pero reaparecían de nuevo con la humedad. Vestigios del momento de esplendor. Recuerdos de la herida. Quién no ha escrito alguna vez en la luna trasera, húmeda o sucia, de un coche. O en el espejo del baño tras la ducha. O en una espalda. O en la arena. A veces también fueron a su manera poemas, marcas, tatuajes efímeros. Pero se los tragó el cristal, el mar, la carne. 

El loop que hicimos de gemidos es la banda sonora a la que regresar cuando el muñón de la vida está demasiado gastado, la vida como las rodillas de un niño o las manos de una madre. Que las fieras también mueren, ya lo sabíamos. Que nos hiere la garganta de la noche, también. Que bajo carpas tristes se consumen los días y las penas. Y la materia prima de los sueños nace de las derrotas que se instalan pecho adentro. 

Que lo impermanente busca su lugar para dejar huella y salir corriendo fabricando el propio y artesanal destierro.
Que mi ansia era tan drástica y la tuya alteraba la geografía de mi cuerpo.
Nuestro amor, una opulencia.
Enamoramiento pélvico que acabó chorreando al corazón.

Que todos íbamos a morir en las fauces postizas de la irrealidad, confundiendo tomas falsas con esa rabia monoplaza que es tan nuestra e indestructible.
Nuestros poemas segregaban fluidos y catástrofe a partes iguales.
Quise serte universo, pero no te llegué a calle. Quise abastecer sed de desierto, pero devine rocío, ni siquiera espeso manantial.

Ausculté tus deseos, lo intenté. Estallido-proeza de la carne en la carne. A veces sólo somos lo que somos, aunque nos cueste aceptarlo.



viernes, 23 de diciembre de 2016

Tegel-Flughafen




























Llegué a las diez de la noche a Berlín y me habían perdido la mochila.

Mi mochila de dos pisos para todo un invierno. Mi Annapurna berlinés y yo a pelo.

Muy pragmática, como buena teutona, la señorita del mostrador, me indicaba que estaba localizada. Que me la traerían a casa. Tuve que rebuscar para encontrar mi “casa” anotada en un papel arrugado. Mi nueva y temporal casa.

Recuerdo esa primera noche. Tú lo tenías todo. Yo no tenía nada. Ni cepillo de dientes, ni mis libros, ni mi pijama, nada. Y tú todo.

Me sentía perdida al principio, como desanclada. Eso sí, el trayecto de ida, tan ligera, tan volátil hasta ese séptimo piso sin ascensor que nos aguardaba en ese enjambre comunista al final de la Otto-Braun-Strasse.

Marco tendrá de todo, es alemán –dijiste. Y así era. Aunque lo único que utilizamos fue su vino blanco, con la coartada de la mochila extraviada siempre. Vino blanco como sustituto de ropa interior. Todo colaría. Todo estaba bien.

Fantaseé con la idea de reemplazar todo el contenido de mi equipaje y ser otra. Leer otros libros, vestir otra ropa. O haber perdido el pasaporte y toda una identidad y ponerme otro nombre. Alguno de esos que encontré en el árbol genealógico, uno exótico como Arabella o enigmático como Helen Ruby.

Chimeneas de carbón que te devolvían a la vida. Volver a sentir manos, pies y descongelar la mandíbula. Y fuera el frío. Podía ver el frío a través de la ventana. Podía olerlo. El frío era un leviatán en sí mismo.  

Recuerdo los dibujos, recuerdo la magdalena mordida y la bandera. Recuerdo esa bola del mundo partida y tirada en el suelo del salón como la mejor metáfora del planeta tierra. Recuerdo los borradores de Natalie, guionista de un culebrón alemán y su cenicero repleto de colillas de rubio y sus gafas y dioptrías aguardando sobre la mesa. Y me recuerdo a mí misma enamorándome de una ciudad.

Marco murió hace cinco años y yo me enteré hace dos meses. Ha estado vivo en mi cabeza durante todo este tiempo. De hecho imaginaba su vida, sus exposiciones, si seguiría con Natalie. En qué andaría metido con sus efectos especiales. Le imaginaba bebiendo glühwein. Picando el hielo de las ventanas del coche cualquier mañana de invierno. Bebiendo cerveza negra cualquier noche en Hackescher Markt. Limpiándose la gafas enteladas al salir de casa. Comprando carbón o vino blanco. Estaba vivo en mi cabeza, y recordé esa cita de que morimos dos veces. La segunda sucede cuando ya nadie nos recuerda. 



a Marco Riedel









domingo, 11 de diciembre de 2016

quitamiedos



Siempre funciona así,
las curvas más peligrosas están repletas de quitamiedos.
Suelen albergar las vistas más maravillosas
u ocultar muros macizos
en los que estampar todos tus órganos internos,
creando un espectacular e improvisado graffiti,
abstracto y devastador,
sea posible.

Así que reduces la velocidad
pero tu mirada se va hacia el abismo.
Justo ahí te gustaría que todo fuera lento,
un slow motion,
mientras suene love reign o'er me
e inhalar ese fragmento de paisaje hasta el cerebro.

Pero el deseo es como un saco repleto de cuchillas de afeitar
que debes cargar a peso y con poca ropa.
Con cuidado o muy drogado.
El cerco al placer,
esa valla guillotina en la que el error rompe el hechizo.
Jugadores de ruleta rusa,
confiados a su suerte,
cum laude en entrega.

De esos que se suben a todas las atracciones en la feria de la decepción.
Con todos los cursos de socorrismo en el cv
y luego ahogados solitarios en playas desiertas.
Carteles de perros peligrosos yendo de farol.
Staff only y al otro lado la nada.

Somos las vistas fantásticas,
somos el miedo y el quitamiedos,
somos el accidente, somos el muro,
el pie en el freno, el asfalto,
la velocidad, el impulso,
la curva cerrada, el abismo y la muerte.

Dependiendo del orden,
valdremos más o menos la pena.

viernes, 2 de diciembre de 2016

avistamiento de la oportunidad


























más porque eres tibio, 
ni frío ni caliente, 
te vomitaré de mi boca.
Apocalipsis 3:16





Con el cuerpo tan desparramado por toda la casa,
pensé que somos héroes llenos de polvo,
de los que provocan el calor, sin cerillas ni piedras,
haciendo literatura en cada gesto invisible,
muy en revolución francesa,
y nada crípticos en la oportunidad,
realismo mágico sui generis.

Provocando la asfixia de las bocas en las bocas,
epifanías de ascensor y jaurías en los pechos,
atentos siempre,
como niños persiguiendo el futuro
del próximo cuarto de hora.
Sin grandes planes
fuera de utilizar tu cuerpo
como arma homicida
en la escabechina de este amor.

Tan extremo, fuiste revelación.
Lanzando bengalas en mitad de la sala.
Destellos mágicos en mi pelo,
regalo del televisor en mute.
Risas-miel que untan el momento.

Porque la vida es un tajo hondo
que se está pudriendo desde cero.
Un valle macabro en el andamos perdidos
con sus noches eternas
buscando aparcamiento para el deseo,
sin diferenciar los cantos de sirena,
de policía o de ambulancia,
Ulises extraviados con la aorta cercenada
y zigzagueante en mitad del pasillo.

Viajeros en régimen abierto
que hacen celda de sus cuerpos,
manteniendo el equilibrio
enjuagados en cerveza,
sin más sueño
que hacerte quincalla en mi disnea
y hacerme peyote que te arranque de cada suelo.

viernes, 18 de noviembre de 2016

el corazón lleno de venados


























ve y ama sin ayuda de nada en la tierra.
William Blake


Vienes y decapitas la cuerda floja de los cinco días,
tragaluz de fin de semana
para el letargo, para refrescar la página,
para los amamantados de nicotina y nieblas.
Esos que estamos en peligro de extinción
sin darnos cuenta
sin darnos tiempo
sin darnos fuego
sólo hay un tú, sólo hay un yo.

En nuestra colección de fogonazos y tiros al aire,
a hombros de ansiedades varias,
con nuestro elenco de indomables sollozos
calcinaremos pecados y penitencias,
porque son tan necesarias las hogueras privadas
como las medallas que sacamos de los escombros.

Justo fuera de las palabras simulacro,
hábitat de los que no amainan,
que el despeñadero siempre aguarda
y yo te traigo el corazón lleno de venados
y el cuerpo como obra inacabada.
Ahí le falta un que me aprietes
ahí una boca solapada
al pelo, tus manos
a la piel, que sigas el sendero de todas las rabias.

El fuego cruzado en los ojos
pudrir el aire que nos separa
ser animal
ser la mujer que te muerde
acampar en tu pecho
acostarse en el rastro que dejan las presas
y a horcajadas sobre el corazón y la distancia
llegarnos lejos.

Que sólo es desahogo, te digo,
sangría lírica del enfermo,
barreños para la negrura
y perfume para el alma en descomposición,
plantas carnívoras atragantadas de amor,
humedad y desorientación.

Rindo tributo a las piezas que nos faltan,
a los huecos que nos dejamos dentro.
Nidos brutales,  ánforas frescas,
pecios insondables, cráteres de carne,
donde guardar derrotas, paños mojados,
larvas y promesas,
puñales romos
para la estirpe de perdedores,
lobos deslunados,
y poetas de capó de las noches eléctricas
que conquistan oscuridades
y hacen cima y rima en babélicas herrumbres,
aunque luego salgan de casa y parezcan tan enteros.

jueves, 17 de noviembre de 2016

Javier Egea


Noche canalla

Yo no sé si la quise pero andaba conmigo,

me guiaba su risa por la ciudad tan gris.

Ella tenía en su boca colinas de Ketama

y el cielo de sus ojos me pintaba de añil.

Yo vi tantas estrellas como ella puso siempre

en aquel cielo raso como un paño de tul.

Ella llevaba el pelo como la Janis Joplin

y los labios morados como el Parfait-Amour.

La he perdido en un bosque de jeringas brillantes

por donde nos decían que se llegaba al mar;

se fue sobre un caballo de hermosos ojos negros,

por más que yo me muera no la podré olvidar.

Bajo el cielo ceniza me conducen mis piernas.

Esta noche no tengo ni esperanza ni amor.

Sólo queda el calor de mi pobre navaja.

Hoy me he visto la cara de un retrato-robot.

A pesar de sus ojos he salido a la calle,

a pesar de sus ojos me ha tocado vivir .

En un barrio de muertos me trajeron al mundo.

Esta noche canalla no respondo de mí.


*


Epigrama 2


¿Qué cómo me enamoré?

-No podrán con nosotros, le dije.

Y seguí mi paseo solitario.


*

 

Quizá me confundí de calle y de aventura

pero ya me conocen sus farolas y el alba,

y conocen mi sombra, mi canción, mi tristeza

y esta costumbre vieja de andar erguido y solo.

 

*


Hay noches que no ofrecen

sino palomas ciegas en sus escaparates

Hay en algún lugar personas que no soportan ya el silencio

Soledades al filo de la pólvora

soledades que tienen chaqueta en su respaldo

soledades con banqueros al fondo

soledades de las torres

las desmoronadas torres

soledades canallas bogando las venas y los albañales

No No era este el lugar ningún lugar nunca más un lugar


*


Desarbolando el cielo me tropecé la herida.


*


Otro romanticismo

Te escribo nuevamente desde una tarde helada

de esas en que nos puede el sentimiento

y la obsesión -ese pingajo de la soledad-

te derriba, te ocupa, sienta plaza en tu cuerpo

y, lo más peligroso, te alumbra, te interroga.

Y ves que los renglones se estrechan,

las letras se amontonan

y comprendes el hueco imposible,

el espacio que nunca compartimos

y este bello recurso de contarte la vida

poblando de historia y de sueños

las hojas tibias del dolor

que tanto me recuerdan tus muslos o tu espalda.

Por ellos navegué durante tanto tiempo,

en ellos aprendí tantas cosas extrañas,

tanto golpe de mar,

que parece imposible olvidarte así, de pronto,

como quien tira la luz por la ventana,

como quien se despuebla de golpe de esperanza.

¿Quién puede responder sin ningún truco

a las preguntas viejas, enquistadas,

hechas parte de ti?

¿Quién cruzará de un salto las aguas del olvido

sin sentir cómo quema en la carne la sorpresa de un día,

las sábanas de un día, los cuerpos ofreciéndose,

las ojeras del gozo al amanecer?

¿No volverá el amor ,

aquel juego con náufragos y cofres,

a sorprendernos con su mano abierta,

a dejar en la playa de un hombro

como alga de plata que reposa

la saliva brillante del deseo?

Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!

Por eso he de decirte -aunque sea por escrito-

que está la casa abierta para ti,

que te esperan los libros, el té, mi soledad,

las dudas de las tardes de domingo,

la pequeña verdad

que no se tiene en pie sin tus palabras.

No es posible saber cuando todo enmudece

y la vida se ha vuelto una sórdida esquina

si nos falló el presentimiento

o será que el mercado nos fue tragando

con sus comadres y su algarabía,

que no supimos vernos ni hablarnos

entre anuncios de sopas luminosas,

promesas y altavoces

pregonando los últimos saldos

de la felicidad.

Será que llevaremos inevitablemente

un lenguaje podrido que amarga el paladar

y te pone a escupir en mitad de la urgencia

cuando toda la historia apenas si consiste

en decirnos que sí, que nos amamos.

Y los golpes, tan fuertes, las aguas del olvido,

tan hondas… Yo no sé!

Hay cosas en la vida

que sólo se resuelven junto a un cuerpo que ama.

Y cartas que se escriben

cuando la prisa clava su aguijón

y te deja colgando del alero

y te da por pensar

que es posible que no nos conociéramos

aunque fuimos viviendo el mismo frío,

la misma explotación,

el mismo compromiso de seguir adelante

a pesar del dolor.




lunes, 7 de noviembre de 2016

20 del 95




Antes decía 20 sin plomo, pero cuando llegó la del 98 tuve que empezar a especificar.
Me encantan esos cinco minutos esnifando del surtidor, y la borrosidad que envuelve mi mano mientras lleno el depósito y cómo encharcada a mis pies dibuja pequeños arco iris como las pompas de jabón.
Me gusta poner gasolina cuando ha llovido, la mezcla de los dos olores me retrotrae al asiento trasero en el coche de mi padre y yo como un Beagle asomando el morro por la ventana y mi madre diciendo "no huelas, que es malo".
Hacía lo mismo con el pegamento y medio, me encantaba despegarlo de mis dedos y olerlo en esas tardes eternas de trabajos manuales.
Crecemos y ponemos gasolina nosotros y olemos sin que nadie nos riña. Seguimos teniendo tardes eternas de trabajos manuales en las que nos pegamos el uno al otro, con el loctite improvisado del deseo por medio. Y nadie nos dice que sea malo. Amarrarme a tu cuello y pegar la nariz y aspirar profundamente como si quisiera arrancarte el alma o la yugular o media hora más tumbados.
Y que nadie me riña, si acaso que lo hagas por no pegarme demasiado, por no esnifarte demasiado, por no inventar tardes de lluvia en los cuerpos y arco iris en los sofás, por no salirnos un poco al recortarnos en lugar de seguir la línea de puntos, por no comernos con las manos, por no hablar con la boca llena de amor, por no estar menos quieta, por no estar más despeinada, más desnuda, más loca, más cerca.

jueves, 3 de noviembre de 2016

IMAGINA QUE VAMOS A UN CASTING DE UNA PELÍCULA DE XAVIER DOLAN Y NOS COGEN DE ACTORES PRINCIPALES - XAVIER DOLAN



























las mañanas son la sala de espera del mundo
la distancia entre tu cuello y mi boca
que salvaguarde los trescientos amaneceres que nos quedan
intento escribir algo que valga la pena
desde aquí en el autobús
el día nace y las aceras se llenan de supervivientes
música de padres en la radio del conductor
coches de policía tronando al otro lado del cristal
la vida solo era en participio
pues todo tiempo pasado fue arrastrado por el humo de los periódicos
en aquel kiosco al cruzar la esquina
la actualidad agolpándose en las primeras planas
casos de corrupción, delitos y algún espacio para el heroísmo
como si necesitáramos
escribirlo para que de verdad existiera
como si todas esas palabras sobre legalidad democrática y crecimiento económico
escondieran algo
algo potente y vacío
como una metáfora
como quitarte el sujetador despacio (nunca se me dio bien quitar sujetadores)
antes de meternos en la cama (en el colegio
tuve un compañero que decía ser especialista en quitar sujetadores con los dientes)
hombres con cachava y frases de Hollywood que escupirles a la cara
el ser humano parece hacerse viejo en su sopa enorme de tiempo
un plato manchado con grasa de cerdo para los que pasan hambre
un poco de yerba venida del barrio de los gitanos
y un montón de libros de poesía
con los que poder tirar los días
en los que no estás
para levantarme de la cama.

viernes, 28 de octubre de 2016

deshazte de mí


























Llévame a un país extranjero.
Quédate nuestro pasado íntegro.
Méteme en una de esas tiendas de vinilos,
de esas profundas, 
que huele a agujas y tiempo.
Déjame ahí,
sin tarjetas, sin dinero. 
Sin identificación. 
Sin maletas.
Perdido, emocionado, 
entusiasmado, 
palabra que nunca uso, 
sí, entusiasmado. 
Tócame la nuca y mírame con cariño,
antes de salir. 
Dime que vas a la sección de descatalogados, 
en busca de rarezas, joyas, ya sabes. 
Yo te diré ok mientras mis dedos naufragan 
en busca de aquel sueño en 33 rpm.
Pero deshazte de mí.

miércoles, 26 de octubre de 2016

toma de tierra




Las cosas que se usan se estropean, se rompen, se ajan. Las que no se usan también. El corazón no deja de ser un instrumento de cuerda frotada y requiere de su luthier. Porque a veces se detiene y habita esos huecos insonorizados donde nunca hay viento ni humedad, pequeñas habitaciones del pánico, pasajeros a ninguna parte, silenciosos y  tan desafinados a la vez. Como ese mimo de la plaza, quieto, que aguarda el tintineo de la moneda, o la mano que lo recorra y fabrique un nuevo temblor. Como esa mirada que penetra nuestros ojos y se nos coloca tan hondo, como si nos hubieran arrancado la ropa desde dentro. Eso aguardamos, quien nos aceche. Quien nos descontrole. Y eso no sabemos cuándo llega. 

Y después cruzar los dedos, por aquello de la incertidumbre. Ser como el motor del viejo Buick que nadie prueba a galopar sobre el asfalto. Como si guardáramos nuestro rugido para un no se sabe cuándo, un no se sabe quién. Soñando que lleguen tus manos a naufragar como barcazas en mi piel. De esas que cruzan a nado miserias y galaxias. Soldados rasos con el cuerpo a tierra antes de que silbe el plomo, eso somos. Aguardando una función, una guerra, una evasión. A ver si llega el escándalo del poema/marea/persona que te cruce la carne de norte a sur, inmersos en el formol amenazante del tiempo. Destilando la palabra sin atrevernos a beber de ella. Recreando conversaciones con el sepulturero antes de morir. Sin haber consumido toda la belleza que fabrican las carnes, las bocas, los cuerpos, las ganas. Sin haberlo tocado todo como un niño. Sin mancharnos la ropa. Sin habernos devorado para salvarnos creyendo en la resurrección de la carne, en el mejor de los sentidos. 

Siempre habrá quien le ponga precio a nuestras ruinas, testaferros de nuestras miserias, tan alegres y vociferantes, pero siempre habrá una borda por la que lanzarse, de esas que se fabrican en las camas por las noches, entre miedos y oleajes de soledad. Siempre habrá un orgasmo y una herida. Un puente de hierro. Nuestra toma de tierra. Y combustible en las venas para arrancarnos una vez más y fabricar un rugir, un correr, un naufragar.

viernes, 14 de octubre de 2016

hijos del papel de calco




Traigo el gesto sereno del que no llega por primera vez. Del que conoce lo inamovible de las nueve y diez de la mañana. Tras abrir la verja mecánica. Tras los cuatro números de la alarma. Tras cinco interruptores que interrumpen la penumbra. El tritono del encendido del Mac, como un santo y seña en mitad de la quietud. Conectividad. El buzón de entrada como una cola en el mercado que se va creando de repente. Ese momento de diez dedos sobre el teclado. Respaldo recto. Silla de ruedas que se mueve en corto para la invalidez de las horas. Y producir.

[Tengo el temblor controlado cuando fijo la mirada en un punto muerto. Y me abstraigo.  La medida exacta del flequillo que esconda la ansiedad de los ojos. El delirio armado bajo la ropa.  Las piernas que se cruzan y descruzan en un íntimo tango. Me amarro indefinida en un lienzo tan desconocido como tatuado.
El armario de la memoria tan lleno de ropa usada, el corazón tan segunda mano. Manejando con premura la culpa y existir al cobijo del umbral de la palabra. Cavar un EXIT en el pecho de la inercia y dejar de atusar la decepción por un rato, y dejar de amoldarnos a todos los colores del daño y sus bastardos hermanos, y cesar de fichar  en el abatimiento.  Inventar himnos entre allegros de rendición cuando somos rabias en modo automático. Que lo banal ya parece un arte tangible, de llevarse a casa, que lo pequeño nos sabe a gloria, envoltorios preciosos de la nada.
Deme un poco de oxígeno, me lo llevo puesto].

Dejen de clavar la punta del colmillo. Atraviesen, empalen. Dejen de urdir planes en la mediocridad infinita. Dejen de hacer placaje a lo más hondo y de vestir de adversario al yo mismo. Que todo quiere acabar en el aullido obsceno de esa grieta tan fiera que nos hicimos por dentro con tanto cariño como ceguera.  Como el que aprende a amar su cicatriz. Tan bien definidos en la indefinición. Tan desdibujados. Habitantes de la tela de araña, alimentando la hemofilia de la inanición, creyéndonos ilesos y únicos en la marabunta, contagiados de vacío y mordaza. Tan hijos del papel de calco. Tan nada.

  



miércoles, 5 de octubre de 2016

no todas entran limpias


























De eso ya me di cuenta,
no todas entran limpias.
Te falta el sonido de la red que tanto te pone.
Planear mucho no implica
no acabar besando el suelo trágicamente
de vez en cuando.

Querer hacerlo bien
no es hacerlo bien.
Mirar a otro lado
y entusiasmar al macabro
-de traje planchado y reloj siempre en hora-
con nuestras danzas de quijotes sedados.
Volvernos peligrosamente inofensivos.
Y seguir en la línea de triples,
cuánto más difícil mejor.

La rabia viene astada
aunque tú te dibujes otro mundo
en los murales que hay al otro lado de tus ojos.
Aunque tú te amarres
a la página antibiótico,
y hagas pólvora del escombro,
dejes que arda tu zona precintada
y quieras alterar el escenario del crimen.

No todo sucede. No todo cambia.

Aunque sepas que el corazón es un motor de nafta,
aunque aprendas a exhibir tus barrotes,
y a huir del estar a salvo.
Habrá carambolas, potras y tropiezos.
Harás captura de pantalla de momentos horribles
que se anclarán a tu cabeza
en tamaño din A4.
Embadurnarás de vaselina los raíles de tu cordura
aunque no quieras.
Aunque no te des cuenta.
Querrás ser un hombre sereno bañado por el sol.
Querrás ser una mujer insensata que defienda sus aristas.

Harás ronda de reconocimiento a tus errores,
y te querellarás contra tu cuerpo.
Seguirás yendo en dirección equivocada,
buscando pestañeos a muñecas de trapo.
Calzándote una a una las leyes de Newton
sin por ello detener el efecto parabólico de la frustración.

Ni controlar al animal
Ni dopar al castigador que albergamos.
Incubar el ultimátum si acaso
y llegar tarde a cada uno de tus sueños.
CLOSED
Y a lo bonzo,
una vez más,
quemarte en el poema.
a ver si deviene en un Little Boy
que haga arder el extrarradio de tus miedos.

Y no querer ni salvar los muebles.
Si vas lleno de minas a todas partes.
Adormecer tu mandíbula un rato,
candar la azotea,
y no pensar mucho,
y no pensar nada.
Fluir en verde
mientras aceptas la temeridad de estar vivo,
pero rogando que por favor alguna entre,
sucia o limpia,
pero que entre.  

domingo, 2 de octubre de 2016

la extranjera
























 en realidad, ellos eran el mejor anuncio de coca-cola






Han pasado más de cincuenta años y sigue siendo la extranjera, y así será siempre.

A los veintiuno en Inglaterra eras mayor de edad y te daban la llave de casa. Por un artículo de Laurie Lee en prensa, se plantó con las amigas en esa isla hedonista, mediterránea, pequeño oasis en un semi margen del franquismo. Se enamoró de la luz blanca que no tenía que ver con los tristes veranos del mar del norte. De la arena, de sus calas, sus campos y sus gentes. Del desprenderse de la ropa que se inventaba en cada una de sus suaves noches. Y de un corsario, también se enamoró. Y los instintos se encendían salvajes.

Recogió la almendra, pisó la uva. Y supo que la tierra era tan de verdad como su piel. La niña de guerra que se mudó doce veces de casa, de pueblo, ciudad, país, continente. La misma, echó raíces.

El día que me contó cómo iba con otra veintena de niños a aquellas salas con esas lámparas, a desnudar sus rodillas por el raquitismo, supe que fue otro tipo de niña y la abracé muy fuerte. Como un nudo.

Y aunque a veces se queja del calor sin tregua, de que pocos entiendan sus sarcasmos y de haber tenido la familia lejos, aún no ha perdido el acento, ni el blanco de su piel, aún es la extranjera y aún no se ha ido.



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Todos somos países extranjeros. Arribamos el uno al otro de visita. Ojeamos nuestros rincones más emblemáticos. Las postales siempre están cargadas de felicidad y luz. Intentamos aprender lo mínimo, al menos, para comunicarnos, casi nos bastan los ojos y la carne. Nos mostramos receptivos, curiosos, dóciles. Nos recorremos. Palpamos el clima del otro. Poco a poco nos adentramos en esa jungla privada o bien nos quedamos en los miradores echando fotos al paisaje, como todos, desde lejos. Es como una playa en la que decides hasta dónde mojarte. A veces cuesta y hace falta valor, ya sabes, te mojas la nuca y uno poco los hombros antes de tirarte, no sabes si tocarás pie, no sabes nada. O bien regresas a la arena, con la sal hasta las rodillas y aún un poco de hambre. Y miras hacia allá a los que chapotean, a los que nadan, y allí a lo lejos un hombre casi ahogándose. Y aunque observas que respira con dificultad, que sus brazos ya no dan más de si, hay algo, algo en su extenuación que te hace saber que está más vivo de lo que nunca tú has estado y de que cuando desaparezca en ese fondo, seguirá estándolo.



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A veces nos quedamos, a veces partimos. Partir es un verbo triste, es un verbo que hace daño. Partir es romperse en dos. Como yo me parto cuando de ti me alejo. Y aún así no he perdido mi acento, ni el tacto de mi piel, aún no me he ido.