Quise encontrar la palabra que definiera el momento que
sucede a tu cuerpo, a tu voz, a tu presencia, a tu géiser. La palabra que incluyera cierta
devastación porosa de los sentidos, como un derrumbe silencioso e íntimo que
trepa la vena y se instala en cada órgano, con su frío, como pequeños yunques
taquicárdicos y furiosos que dibujan las llagas y los temblores. Nuestro después, ese que contiene un vacío que es más que un vacío. Que hable de cómo se me queda la habitación en harapos. Que albergue un galope desolado, un mar y su vastedad pero con todo el
significado de su profundidad y negrura. Cuando las olas del oxígeno hinchan y deshinchan
pechos. Cuando parece que basta cerrar los ojos. Pero no existe. Esa palabra no
existe. Y la necesito.
En japonés Komorebi define la luz que se filtra a través de
las hojas de los árboles. Mångata en sueco es la carretera de luz que dibuja la
luna sobre el mar. Y Waldeinsamkeit en alemán es la sensación de soledad que se
tiene en mitad de un bosque sintiéndose en contacto con la naturaleza.
Cuando no existe el bálsamo de la palabra hay que buscarla y quien la necesita la encuentra. Necesidad
de acotar ese sentimiento en una estructura gramatical, sonora y repetible.
Poder abandonarla sobre la hoja, manosearla, escribirla cien veces y llegar a odiarla,
pervertirla. Como una doma del instante que mezcla dolor y plenitud. Palabra que sea el barco guía, el práctico que entra al buque en el
puerto, y lo deja quieto, a salvo. Que deje quieto y a salvo el dolor. Apagar el zumbido y no cargar con el
equipaje del momento. Como meter en el cuadro el paisaje que sostiene la duda.
Entender el cuerpo que se enciende y se apaga, cual faro de carne que ruge
entre las vértebras. Ser incivilizada contigo es disfrutar el alarido, ungida
de un léxico de fuego, sólo trazando mareas y gritos. Pero debo huir del
momento innombrable. Después de entrelazar cuerpos, lenguas, miradas, con esa
geometría de los pulsos, sacarme de ella con una palabra, una sola. Callar
belleza con lenguaje. Deshacer los nudos. Una palabra, una sola, cinco, seis, ocho letras. Lo que
sea, pero atar ese cuarto de hora que te sucede en el que no hay anclajes, en
el que el suelo desaparece. Achicar el universo para encontrarme, forjar rumbos
de codeína. Traducir mi violencia en ti y por fin entenderme.
Me gustaría creer que siempre que se busca el bálsamo de la palabra se puede encontrar pero me temo que no creo en eso. Adoro la palabra pero creo hay muchas cosas, muchas, que no pueden referirse con palabras. Creo que al español, por ejemplo, le falta un poco más de síntesis, como por el que hay en esa precioisa "komorebi" (me gusta mucho su significado).
ResponderEliminarTe dejo mi abrazo
(preciosa la imagen)