malditos sean los curiosos y que los malditos sean curiosos:
la esencia de la poesía es una mezcla de insensatez y látigo...
....el gran Hank

martes, 30 de septiembre de 2014

otra prosa impúdica y deshecha

























Si pudiera escribir un poema y pensar que es un exorcismo y que de alguna manera tras él llegará la calma, o un puerto que amanece, o algo que me salve, supongo que me enfrentaría de otro modo a las cosas. Si un poema no fuera un coladero de desfachatez y egocentrismo, si fuera el calabozo al que destinar la frustración, donde se desnuda el miedo y la ilusión a partes iguales. Si supiera dejarme vencer sin decírmelo a mí misma y servirme de rehén, algo impúdica y deshecha y que a nadie le importe. Si supiera. Me entrenaría en el arte de la huida del propio cuerpo, pero dejo una escandalosa estela de intentos y rejas de realidad y rabiosa hembra. Un reguero de maldiciones y tardanzas. 
Me hablo todo el tiempo de lo intangible y de lo hermoso que te encuentro cuando -horizontal y excitada-, te invoco como un mantra del momento adecuado, aquel que se oculta entre las sienes/los muslos, aquel que sé buscarme y encontrarme, y gozar-forzar-gozar, soñando ser tu manuscrito. 
Si supiera arrancarme la lucidez y ponerme a vivir en el atrezzo que te viene con el pack de logros, metas y sonrisas luminosas. Si supiera sería otra pero no sería yo. Aunque lo intento. Me invento sensata y abrazadora de lo que me envuelve. Con lo tóxico y el declive. Me lleno los bolsillos de piedras pero no como virginia, para ir al río. Horneo ricas carnes, no mi cabeza como sylvia. Intento amarrarme a la tierra. Intento ubicarme en las coordenadas dictadas por la cordura y sus tristes aledaños. Ensayo y error. Desdichada e incauta, extraviada perra de paulov. Ahora escucho a cave y the ship song. Supongo que se mezcla con la noche y me inventa esos pozos y pasadizos que me habitan y que no se recorren a diario, por suerte, por desgracia o por gloria bendita. Solo en noches de tristeza y pared. 
Si supiera hacer algo con la porosidad de los recuerdos que vienen cargados de piel y sabor, podría travestir los momentos y triturarlos en confetti predestinado al suelo, pero al contrario, recojo todos los restos, como si supiera que no hay más celebración tras tu cuerpo. Migajas doradas que llevarse a la boca y al alma. Si me valiera por mí misma no te pediría tus manos y tu voz. Sabría qué hacer con este excedente de deseo. Cuando el cuerpo del otro es una barca, el cuerpo del otro, edificio al que encaramarse y buscar el vacío una vez coronado y saltar. Confundir caída con vuelo. El cuerpo del otro. Casa de perros insomnes, música de criaturas violentas.
Puedes recoger las redes, pienso. Esto será un mar vacío. Lleno de naves, románticas, sí, pero hundidas y tan hondo. Ni siquiera sé rezar. Pero me socorro, lo juro. Tengo candiles para todas las noches, los prendo sin angustia pero con ansiedad. Que no es lo mismo. Con la ansiedad se me abre el pecho, la angustia sabe de ovillar a la gente hasta el rincón y sus arrabales. Pero yo ansiosa y pizarnik hasta el extremo, adolezco de todo lo que inventa mi mente y más. Siempre torcerlo, la maquiavélica distorsión, tocar el fondo con la lengua, abrir la boca y frotar las paredes, para almacenar algo más de odio o pena, que no dejan de ser picos y pozos de lo mismo. Soy mi propio obstáculo, yo y los subterfugios que me regalo. Todos mis ríos desembocan en el mismo fango. Y lo sé.



domingo, 21 de septiembre de 2014

lírica de sanatorio, túnel y orquesta salvaje




































Me olvidé de cómo se descuidan los mapas que nos labramos en la piel. Allí donde fue camino/guerra dejamos crecer la hierba y taponamos heridas con esa sobada lírica de sanatorio, túnel y orquesta salvaje que aprendimos, nunca supimos cómo, en alguna cuneta. Más tarde, con lúcida falsedad, las llamaremos cicatrices, y las mostraremos hasta orgullosos pero sin acercarnos demasiado, porcelana china que podría romperse, les reservamos estantes altos y las miramos con recelo, como pequeños acantilados que vamos coleccionando. Panorámicas del fracaso en las que el foto finish siempre muestra que perdimos los dos aunque horriblemente sonrientes. 

Pero todo lo que no sangra llamativamente tampoco coagulará nunca. Serán patadas en el vientre, vivir con la costilla quebrada e intentar andar derecho y sentir cómo te pincha en cada respiración un olor, una estación, una palabra. 

Después vendrá el hacer poemas con cada daño. Decorar los accidentes, convertirlos en naturalezas muertas, santuarios de la pérdida y gastar en ellos cientos de noches mirando, buscándole el brillo a los ojos del pescado y el dichoso adjetivo cargado de pólvora, sacrificio y arañazos. El exorcismo de la poesía. El poema quedará limpio al salir de la tintorería privada, la danza macabra de la ansiedad permanecerá en sus márgenes, de los cañaverales que habita nuestra flaqueza sólo brindaremos el sol, la nube, la postal, ofreciendo así toda la bisutería de nuestro pensamiento, en lugar de dibujar con la boca las bandadas de abedules y los bosques de estorninos que morían de quietud y fuego donde nos crecía lo impensable. Preferimos frotar las palabras hasta la intemerata y desfigurar el momento. Y soltarlo, como cachorros que ya no nos muerden.  

También olvidé que habitabas el bronquio de la madrugada, aquel que se dilata y esnifa toda la humedad y el metal de nuestros misterios más carnales desde que hice del oficio de escarbar en la mujer tu más miserable aventura. 

Y ahora, aquí, con el mapa de la tarde, violando cada significado de la palabra, en la orgía de nuestros daños, con la punta endemoniada del domingo y la gramática desnuda de las manos masturbaremos el sentimiento sobre el teclado una vez más porque en el fondo sólo somos habitaciones cerradas y un animal desgarrado con demasiado tiempo para pensar.


miércoles, 10 de septiembre de 2014

desnucar la calma


























He de cortar ramas de sol

J.R. Panedas



La carne no sabe lo que es la paciencia
Y la paciencia huye de la carne, porque pudre la carne si se detiene en ella,
porque se desaprende a sí misma cuando se ve abono de camposanto. 


Guardarse las ganas, ponerse la ropa, taparse la boca, cerrarse el sexo, 
empotrarse en la quietud y asfixiar el deseo con papel de celofán 
para observar su conversión en mueca.

Hacerse de pasos hacia dentro, 
funambulistas de la propia miseria, 
que cuando caen, 
caen de nuevo en su propia miseria. 


Quererse en la sal de los mares y en la cornisa, 
en lo duro y en lo exquisito, 
por los siglos de los siglos, 
caer. 


Quererte a veces ingenua pero siempre repleta de dulce malicia, 
con las garras en los bolsillos, 
hipnotizada ante los gráficos de la propia y callada histeria. 
Irreconocible en la calma que trae el cansancio 
cuando la distancia 
es la forzada tregua de nuestras guerras. 
Con el aliento jadeante de tu corista favorita 
haciendo nudos en mi garganta. 
Intoxicada de aleluyas de saliva que a bocajarro 
sueñan penetrar el seso/el sexo, 
intoxicada al fin por tanta vida tragada. 


Refugios de carne para siempre, deshabitados para siempre.


Ser tu casa, angulosa matriz sanadora, 
vestida de alcobas, 
con la médula felina, 
lomo que reclama tu larga caricia 
y tus peligros. 


De pico y pared me procuro cuando brota la golfa carencia. 
Esa que repta el largo pasillo. 
Esa que me chilla por dentro 
como una parturienta novata y endemoniada. 
Exhibiendo la amputación de ti en mitad de un morboso desorden 
que ya no me importa. 
En mitad de una tierra reseca, 
que ya no me importa. 
Cubierta de un cielo sin escaleras, 
que ya no me importa. 

Me dedico a planear la muerte del dolor, 
porque el dolor es un helecho que no para de reproducirse, 
me desobedece en la terraza, 
me espía por las ventanas, 
se hace hiedra y me cubre, 
me camufla, 
se traga/devora a la mujer que me intenta, 
la vuelve estatua de sangre detenida. 


En la cintura inmortal de la noche, 
cuando me desprendo de mi misma 
y el mundo es un acantilado, 
invento señales para sacarme, 
bengalas que fabrico con esmero para salvarme, 
deliciosa pólvora que regará de arañazos los techos de la madrugada. 


Al final de todas las rabias nos dolerán los brazos, 
de tanto forcejear entre dentelladas de distancia 
y será la coda perfecta 
será nuestro espanto y nuestra coartada
para romper infinitos 
después de tantos silencios rebosando hachazos.