malditos sean los curiosos y que los malditos sean curiosos:
la esencia de la poesía es una mezcla de insensatez y látigo...
....el gran Hank

viernes, 23 de diciembre de 2016

Tegel-Flughafen




























Llegué a las diez de la noche a Berlín y me habían perdido la mochila.

Mi mochila de dos pisos para todo un invierno. Mi Annapurna berlinés y yo a pelo.

Muy pragmática, como buena teutona, la señorita del mostrador, me indicaba que estaba localizada. Que me la traerían a casa. Tuve que rebuscar para encontrar mi “casa” anotada en un papel arrugado. Mi nueva y temporal casa.

Recuerdo esa primera noche. Tú lo tenías todo. Yo no tenía nada. Ni cepillo de dientes, ni mis libros, ni mi pijama, nada. Y tú todo.

Me sentía perdida al principio, como desanclada. Eso sí, el trayecto de ida, tan ligera, tan volátil hasta ese séptimo piso sin ascensor que nos aguardaba en ese enjambre comunista al final de la Otto-Braun-Strasse.

Marco tendrá de todo, es alemán –dijiste. Y así era. Aunque lo único que utilizamos fue su vino blanco, con la coartada de la mochila extraviada siempre. Vino blanco como sustituto de ropa interior. Todo colaría. Todo estaba bien.

Fantaseé con la idea de reemplazar todo el contenido de mi equipaje y ser otra. Leer otros libros, vestir otra ropa. O haber perdido el pasaporte y toda una identidad y ponerme otro nombre. Alguno de esos que encontré en el árbol genealógico, uno exótico como Arabella o enigmático como Helen Ruby.

Chimeneas de carbón que te devolvían a la vida. Volver a sentir manos, pies y descongelar la mandíbula. Y fuera el frío. Podía ver el frío a través de la ventana. Podía olerlo. El frío era un leviatán en sí mismo.  

Recuerdo los dibujos, recuerdo la magdalena mordida y la bandera. Recuerdo esa bola del mundo partida y tirada en el suelo del salón como la mejor metáfora del planeta tierra. Recuerdo los borradores de Natalie, guionista de un culebrón alemán y su cenicero repleto de colillas de rubio y sus gafas y dioptrías aguardando sobre la mesa. Y me recuerdo a mí misma enamorándome de una ciudad.

Marco murió hace cinco años y yo me enteré hace dos meses. Ha estado vivo en mi cabeza durante todo este tiempo. De hecho imaginaba su vida, sus exposiciones, si seguiría con Natalie. En qué andaría metido con sus efectos especiales. Le imaginaba bebiendo glühwein. Picando el hielo de las ventanas del coche cualquier mañana de invierno. Bebiendo cerveza negra cualquier noche en Hackescher Markt. Limpiándose la gafas enteladas al salir de casa. Comprando carbón o vino blanco. Estaba vivo en mi cabeza, y recordé esa cita de que morimos dos veces. La segunda sucede cuando ya nadie nos recuerda. 



a Marco Riedel









viernes, 2 de diciembre de 2016

avistamiento de la oportunidad


























más porque eres tibio, 
ni frío ni caliente, 
te vomitaré de mi boca.
Apocalipsis 3:16





Con el cuerpo tan desparramado por toda la casa,
pensé que somos héroes llenos de polvo,
de los que provocan el calor, sin cerillas ni piedras,
haciendo literatura en cada gesto invisible,
muy en revolución francesa,
y nada crípticos en la oportunidad,
realismo mágico sui generis.

Provocando la asfixia de las bocas en las bocas,
epifanías de ascensor y jaurías en los pechos,
atentos siempre,
como niños persiguiendo el futuro
del próximo cuarto de hora.
Sin grandes planes
fuera de utilizar tu cuerpo
como arma homicida
en la escabechina de este amor.

Tan extremo, fuiste revelación.
Lanzando bengalas en mitad de la sala.
Destellos mágicos en mi pelo,
regalo del televisor en mute.
Risas-miel que untan el momento.

Porque la vida es un tajo hondo
que se está pudriendo desde cero.
Un valle macabro en el andamos perdidos
con sus noches eternas
buscando aparcamiento para el deseo,
sin diferenciar los cantos de sirena,
de policía o de ambulancia,
Ulises extraviados con la aorta cercenada
y zigzagueante en mitad del pasillo.

Viajeros en régimen abierto
que hacen celda de sus cuerpos,
manteniendo el equilibrio
enjuagados en cerveza,
sin más sueño
que hacerte quincalla en mi disnea
y hacerme peyote que te arranque de cada suelo.