Mi corazón nació desnudo
y fue envuelto en canciones de cuna.
Más tarde sólo llevó
poemas por ropa.
A modo de camisa
cubrían mi espalda
los poemas que había leído.
Así viví durante medio siglo
hasta que nos encontramos y no hubo necesidad de
palabras.
Por la camisa colgada en el respaldo de la silla
sé esta noche
cuántos años
de aprender de memoria
te he esperado.
SOBRE UNA BAILARINA DE BRONCE DE DEGAS
Dices que la pierna sostiene al cuerpo
pero ¿no has visto nunca
la semilla en el tobillo
desde donde el cuerpo crece?
Dices (si eres constructor de puentes
que creo que eres) que cada pose
debe guardar su equilibrio natural
pero ¡nos has visto nunca
los tercos músculos de las bailarinas
mantener el suyo tan poco natural?
Dices (si eres tan racional
como yo espero que seas) que la evolución del bípedo
hace ya tiempo que concluyó
pero ¿no has visto nunca
ligeramente metido en la cadera
el signo milagroso aún
que predice la bifurcación de los cuerpos
veinte centímetros más abajo?
Contemplemos, pues, juntos
(los dos sabemos que
la luz es la mensajera
del espacio y el tiempo)
contemplemos esta figura
para verificar
yo mi diosa
y tú el esfuerzo.
Pensemos en términos de puentes.
Mira. la carretera de la pierna y la espalda
articulada a la cadera y el hombro
se sostiene firme en la palma del talón
como pilar una sola pierna
el muslo sobre la rodilla
un miembro en voladizo.
Pensemos en términos de puentes
en lo que antaño los hombres llamaron Leteo.
Mira: el cuerpo común que atravesamos
vulnerable, habitado, cálido
también aguanta.
Peso muerto, peso vivo
y resistencia aerodinámica lateral.
Dejemos así que el puente que esta bailarina nos
tiende
soporte el peso de todos nuestros viejos prejuicios
verifiquemos pues de nuevo,
Tú mi diosa
y yo el esfuerzo.
PALABRAS II
La lengua
es la primera hoja del espinazo
los bosques del lenguaje la circundan
como un topo
la lengua
escarba la tierra del discurso
Como un pájaro
la lengua
vuela en los arcos de la palabra escrita
La lengua está emplumada y sola en su boca
VIEJO POEMA DE AMOR
El heno
olía al amor
del cielo por la tierra.
Eras el dolor de mis costillas
que afligían
los carros aún por descargar.
Los muertos
ocupaban el umbral
con la vista tras ellos.
Eras la casa
la bujía bajo el ciruelo
y mi eternidad.
DISTANCIA
Llenaste los termos con café
y empacaste nuestras huellas, por si hiciera falta
echárselas a las fauces de la nieve eterna
imposible de atestiguar.
Juntos, como carpinteros con sus martillos
le enseñamos a la distancia
cómo construir un techo
con los árboles
entre los que corremos.
En el silencio detrás
ya no escuchamos la pregunta
distante de la casa de verano:
Y mañana ¿dónde
vamos a estar?
Al atardecer los perros con sus arneses temían
que el bosque no fuera a tener fin.
Y cada noche bajo la nieve
los calmamos con lo inesperado de nuestra risa.
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