«El largo diálogo de los hombres
acaba de cortarse. Y, por supuesto, un hombre a quien no se puede
persuadir es un hombre que da miedo. Así, al lado de los que no
hablaban porque lo juzgaban inútil, se extendían y se extiende aún
una inmensa conspiración del silencio […] El miedo es una técnica.
[…] Vivimos en el terror porque ya no es posible la persuasión,
porque el hombre […] no puede volverse hacia esa parte de sí mismo
[…] que reencuentra ante la belleza del mundo y de los rostros;
porque vivimos en el mundo de la abstracción, el mundo de las
oficinas y de las máquinas, de las ideas absolutas y del mesianismo
sin matices. Nos asfixia esa gente que cree tener la razón absoluta,
ya sea con sus máquinas o con sus ideas».
******************
«No vivimos solo de lucha y de odio. No
morimos siempre con las armas en la mano. Está la historia y están
otras cosas, la simple felicidad, la pasión de los seres, la belleza
natural. También ellas son raíces que la historia ignora, y Europa,
por haberlas perdido, es hoy un desierto».
********************
«Para
que un valor, o una virtud, arraigue en una sociedad, hay que
defenderlos de verdad, es decir, pagar por ellos siempre que se
pueda». Con frecuencia, el precio será la soledad: «El único
artista comprometido es el que, sin rechazar el combate, se niega al
menos a sumarse a los ejércitos regulares, me refiero al
francotirador».
«Se explica que tengamos más periodistas que escritores, más boy-scouts de la pintura que cézannes y que, en fin, la biblioteca rosa o la novela negra hayan ocupado el lugar de Guerra y paz o de La cartuja de Parma».
«La abstracción es el mal».
«Cuando se
quiere unificar el mundo entero en nombre de una teoría, no queda
otro camino sino lograr que ese mundo sea tan descarnado, ciego y
sordo como la teoría misma. No les queda otro camino que cortar las
raíces que unen al hombre con la vida y la naturaleza».
*************************
«Nuestra vieja Europa filosofa por fin como es
debido. Ya no decimos, como en épocas ingenuas: “Yo pienso así,
¿cuáles son sus objeciones?”. Ahora hemos adquirido lucidez;
reemplazamos el diálogo por el comunicado. “Nosotros decimos que
esta es la verdad. Vosotros siempre podréis discutirla. Eso no nos
interesa”. Pero, dentro de algunos años, la policía os mostrará
que yo tengo razón».
Camus predijo con amarga ironía el dictado actual de lo políticamente correcto en su novela La caída, 1956.
********************
«La pasión más fuerte del
siglo XX ha sido la servidumbre».
«Para que un pensamiento cambie al
mundo, primero tiene que cambiar la vida de quien lo concibe»,
afirma. Y apostilla: «Prefiero los hombres comprometidos a las
literaturas comprometidas»
*****************
«A veces
pienso en lo que dirán de nosotros los historiadores futuros. Les
bastará una frase para caracterizar al hombre moderno: fornicaban y
leían periódicos».
*(más exactamente: fornicaban y miraban sus móviles)
(o quién sabe, tal vez simplemente: miraban sus móviles).
Te vi a ti que eras yo
un silbido en la boca torcida
con saco de cuero y pantalón marrón
cruzando el campo desnudo
con huesos estivales largos y secos
en la amplitud de nuestro gran día
a media tarde y la noche más larga
pisabas fuerte con la cabeza al aire
Te vi un lastimero espectro
que azuza el fuego de los antiguos
arañados con palos frutos y espinos
como el néctar para su argumento
Te vi caminar por extensos campos
lejanos como el dedo de la Providencia
lejanos como los montículos que llamamos colinas
montañas talladas del corazón de la losa
Te vi hurgar en el saco
esparcir semillas por doquier
como el leñador tala a hachazos
roble fresno y los distintos pinos
para escritorios que reflejarán
un fajo de versos que hablan de árboles
que encierran toda sobria esperanza
toda borrachera como baño sagrado
Vi el libro en la estantería
Te vi a ti que eras yo
Vi al fin el saco vacío
Vi la rama que te daba sombra
EL LARGO CAMINO
Será mejor que aquí caminemos de puntillas
mientras por seguridad yo voy a la cabeza
Robert Louis Stevenson
Vagábamos con abrigos negros,
tiempo barrido, tiempo barrido,
dormíamos en dejadas chimeneas,
salíamos para hacer frente a la lluvia.
Mojados, embarrados, un poco idos,
sorteando surcos, masticando bulbos,
tanta hambre teníamos, tulipanes
fulgurantes de pétalos rotos.
Adornados con ombligos de Venus,
sudábamos a mares hacia el frente elegido,
el susurro de un rastro que en parte conocíamos,
lluvia que no era lluvia, lágrimas que aún no eran lágrimas.
Y el grial, ay, lo teníamos tan cerca,
con su capa de aluminio, envuelto en el sol.
Gladiolos en plena floración estallaban
por todas las rendijas. El mundo entero
ansioso porque las santa madre inspeccionara
nuestro mentón y repitiera la cantinela:
Te has manchado de mantequilla.
Cuánto te gusta la mantequilla...
y asaltamos una colina invadida de amarillo.
Montamos a caballo, vagamos por bosques,
hadas traviesas bailaban bajo nuestros pies.
Las ramas nos azotaban la cara.
Nuestro reino detrás de una alambrada...
Luchamos en las canteras, pulimos mármoles,
de rodillas disparamos por el botín en fervientes círculos.
Montamos furiosos campamentos,
nuestras tiendas perforadas por estacas,
marcadas a navaja...
zorrillos calibrando la tierra dura,
maldiciendo el barrizal cuando nos hundíamos.
Recogimos centeno, rellenamos sacos, hicimos almohadas
para nuestros hombres. Frotamos la sangre de catres empapados,
cubrimos la cabeza inerte de los mártires, llevamos en equilibrio
cubos llenos hasta el borde
y no vimos nada y lo vimos todo.
Nos subimos a lomos del gran oso, metimos el cucharón
en el lechoso licor vertido como un lago blanco ante nosotros.
Nuestros osados barcos soltaban obscenidades escritas
en velas de pergamino, flotando en ríos iletrados, volcados
en sangrientos charcos de fango tras la lluvia.
Tocamos alabanzas con cuernos de animales sagrados:
abucheos, confesiones, rezos adolescentes
tejidos hasta formar tapices de jardines enclaustrados.
Ya no teníamos madre, y rasgando hilos infinitesimales,
los juramentos surgieron con más violencia sin mala voluntad
salvo la de haber nacido: nuestra lealtad al avance
y al movimiento de las estrellas.
Una luz azul proyectada desde la gorra de un ser
que ya no podíamos nombrar. Subimos las escaleras
hasta un cielo aún más azul surcado por banderines,
sangrando al viento. Saboreamos el espectáculo.
Luego desapareció, pero ya nos habíamos ido.
Poseíamos un resplandor nuevo. El rocío nos caía
por la nariz. Alardeábamos del brillo de la piel,
la mudábamos sin un suspiro. Algunos levantaban la linterna.
Otros parecían caminar con luz propia.
Feroces montículos que no eran montículos, en el
horizonte...
Al acercarnos caímos sobre masas de abrigos
abandonados por los almirantes, el púrpura de reyes destronados,
medallas de honor, botas militares de piel de lengua de perro,
vales, guaridas de animales, armiño y vellón lucidos por
los de mayor rango, príncipes y pilotos, magos y místicos.
Mas ningún rango teníamos nosotros, pescando harapos
tejidos por ciegos.
El nuestro era un país de hoyos. Estaban vacíos.
Y, sin embargo, albergaban todas las esperanzas de un niño:
nuestra historia feliz, nuestra vida feliz,
cortadas con la tela de una lucha extática.
En cuanto supimos adónde íbamos, reptamos
con abrigos consagrados. Podríamos haber seguido para siempre
de no ser porque aquí y allá nos tiraban del almidón de las mangas
Le rompimos el corazón a nuestra madre y nos convertimos
en quienes somos.
Seguimos respirando y, por tanto, nos marchamos,
borrachos, abrumados, cada uno de un dios.
Ahora apaga la linterna.
Pon el pulgar en la mecha.
Si se pega, te quemarás.
Si se apaga, te convertirás
en un rayo de luz que se extinguirá
en la noche, transformado en un sueño
adornado con baratijas.
Vimos los ojos de Ravel, perfilados de azul, dos veces
parpadearon. Cantamos arias propias, cánticos decepcionados,
blues inertes de terreno sagrado y zapatos mortales,
de infanterías olvidadas y distancias jamás soñadas...
Pero solo llegamos a una colina humana, compuesta de soldados de madera
vigilando en los pliegues de las mantas, tan cerca como la mano de un hermano,
tan lejos como el sueño, la orden de un padre...
...el largo camino, hijos míos.
Surgimos de nuestros capullos de polilla vivos en la
noche,
el cielo emborronado de estrellas que ya no vemos.
El credo de un niño cosido en los pañuelos...
Dios no nos abandona nunca,
somos lo único que conoce.
No debemos abandonarlo,
él somos nosotros,
el éter de nuestros actos.
Los silbidos de un vagabundo, tiempo barrido, tiempo
barrido.
Dormimos. Conspiramos, tensamos la vibrante cuerda.
Cohibidos pero contentos, empezamos de nuevo.
Diario. Domingo. 8 de abril. 1973.
Muere Picasso
Abril es el mes más cruel etc. ¿Qué queda?
Los husos de Brian Jones. El amigo Jim Morrison. La
bandana
de Jimy Hendrix. El ángel de la cinta de la frente. La
guirnalda de Judie.
El cuello almidonado de Baudelaire. El birrete
esculpido de Voltaire. El yelmo de los cruzados como
un templo en sí mismo. El bolso de viaje de Rimbaud. Su
genuflexión
artificial. Espacio surrealista. Cerebro de pájaro de
Brancusi.
Fragmento de Picasso riendo.
Oraciones.
a Arthur Rimbaud.
Él era joven. Tan
malditamente joven. Completamente maldito. Borracho con la Sangre de muñecos
bebés. Potencia, risa enloquecida, corriendo codo a codo con su visión y su
demonio. Precozmente penetra el culo de los muñecos. Clava alfileres en las
cabezas de los inocentes. Mala semilla de spleen dorado. Ja Ja. Portador de la
última risa. Cabellos rubios enredándose en tu respiración vital. Hidrógeno
blanco. Rimbaud. Salvador de los científicos olvidados: los alquimistas. La
alquimia de la palabra. El poder de la palabra. Rayos de amor. Balas en el
altar. Obscenas ceremonias. No dejan pruebas sobre las pistas. Oro. Detrás.
Rimbaud bendito. Rimbaud herido. Rimbaud: ángel con mangas de cabello azul.
[NO] luz sin sombra. Rimbaud era una piedra rodante. ¿Son todos los profetas
perseguidos? Era demasiado joven.
Imaginar esa grabación de Horses, con 29 eléctricos años, sin saber dónde llegaría. Y ahora yo, en un atasco temblando porque su rabia quedó atrapada en esa resina magnética que son los vinilos, mientras Free money me está erizando la piel y la piel es de quién la eriza, de quiénes te la erizan. Imaginarla saliendo del estudio con su banda, sin saber muy bien lo que había hecho y lo que sería, dirigiéndose a cualquier antro a seguir celebrando la vida, enloquecida, febril, desbocada, con la piel vuelta, histérica, galopando, arañando, siendo, latiendo.
"con los caballos de la palabra debo hacer un camino..."
JG
I
Y construí tu rostro.
Con adivinaciones del amor, construía tu rostro
en los lejanos patios de la infancia.
Albañil con vergüenza,
yo me oculté del mundo para tallar tu imagen,
para darte la voz,
para poner dulzura en tu saliva.
Cuántas veces temblé
apenas si cubierto por la luz del verano
mientras te describía por mi sangre.
Pura mía
estás hecha de cuántas estaciones
y tu gracia desciende como cuántos crepúsculos.
Cuántas de mis jornadas inventaron tus manos.
Qué infinito de besos contra la soledad
hunde tus pasos en el polvo.
Yo te oficié, te recité por los caminos,
escribí todos tus nombres al fondo de mi sombra,
te hice un sitio en mi lecho,
te amé, estela invisible, noche a noche.
Así fue que cantaron los silencios.
Años y años trabajé para hacerte
antes de oír un solo sonido de tu alma.
II
Alza tus brazos, ellos encierran a la noche, desátala sobre mi sed,
tambor, tambor, mi fuego.
Que la noche nos cubra con una campana
que suene suavemente a cada golpe del amor.
Entiérrame la sombra, lávame con ceniza, cávame del dolor,
límpiame el aire:
yo quiero amarte libre.
Tú destruyes el mundo para que esto suceda
tú comienzas el mundo para que esto suceda.
III
Me has amado las manos y caerán con el otoño.
Has amado mi voz y está arrasada.
Mi rostro ha reventado sobre ti como una piedra impura.
Me has amado y amado
para que huya de mí, señor de sombras.
Me has destruido para que yo sea luz humana cantando
como las criaturas de tu sangre.
IV
Que del recuerdo suba el olor de tu cuerpo y se haga tu cuerpo.
Que la noche devuelva tu dulzura.
Que tus manos sean dadas por el temblor que dieron.
Que tus ojos regresen de todo lo mirado.
Paloma del amor
en vez
asciendes pura en libertad
giras y cantas como el cielo vas invadiendo el mundo.
V
Como un niño te canto bajo la noche oscura.
Cofre de los secretos, juegos hondos,
temblores del otoño como pañuelos rápidos,
te canto allí para que seas.
Señora del candor,
con boca limpia digo uno a uno tus nombres,
pongo mi rostro en la penumbra que de ellos desciende,
hago un gran fuego con tus nombres bajo la noche oscura.
En realidad quiero decir: me haces andar contra la muerte.
Lo que necesitáis, jóvenes escritores, no es más que la vida
misma, nada más que la belleza y depravación de la tierra; es el campo de mi
padre y la inaudita perseverancia de mi madre, es la lucha de vuestras almas a
la que tiene que arrastraros vuestra propia hambre y vuestra propia
depravación, es el ansia de fama que atormentaba a un Verlaine o un Baudelaire
en los «campos elíseos». Lo que tenéis que tener no son seguros de enfermedad y
becas, premios y becas de estímulo; es la falta de hogar de vuestras almas y la
falta de hogar de vuestra carne, el desconsuelo cotidiano, la desolación
cotidiana, la helada cotidiana, el dar media vuelta todos los días, un pan solo
cotidiano que en otro tiempo hicieron surgir criaturas tan maravillosas y
miserables como Wolfe, Dylan Thomas y Whitman, ciudades, paisajes, es decir,
logros frente al polvo, el mensaje de una existencia atormentada, incorregible,
que se devora de hora en hora para crear poesías nuevas y poderosas. Lo que
necesitáis está por todas partes, donde uno se levanta y muere, donde la lluvia
lava la piedra y donde el sol se hace tormento.
Sin embargo, ¿dónde estáis vosotros, que os dejáis mimar
como poetas de nuestro pueblo, que camináis como futuras obras completas sobre
un asfalto que revienta? ¿Dónde estáis? ¿Qué hacéis con el tiempo, que solo
está ahí una vez para vosotros, una vez para todos nosotros, y que se os
deshace en la lengua antes de que hayáis podido probarlo?
No os veo donde está la vida violenta y valiente, sino como
pulcros custodios de archivos, funcionarios amargados, como lacayos de bien
retribuidos consejeros del organismo de protección de la Naturaleza o de algún
departamento de cultura provincial o municipal. Estáis metidos en el café, sin
lágrimas ni humor, odiándoos a vosotros mismos y odiando vuestro entorno, muy
lejos de la vida, de los bosques, de las montañas, de la vecindad, muy lejos de
toda poesía… Habéis vendido vuestro carácter y sentís un miedo desenfrenado de
la necesidad, miedo de vuestros pensamientos, miedo de vuestra malignidad,
miedo del campo y la trilla, los picos y las palas, miedo de la verdad, de
vuestra propia inferioridad y de vuestra propia grandeza. Capituláis ante la
pequeñez, ante el título de doctor y ante el partido, hoy en el consejo
municipal, mañana en la redacción de cultura de vuestro periódico de provincia;
vuestras reverencias son indescriptibles; os inclináis ante cualquier
desharrapado con «influencia». Y así habéis creado la gran época de los
consorcios de lírica y trusts de prosa, que es también la época de los seguros
y pragmatizaciones. Sin embargo, ¿qué cabe esperar de autores pragmatizados?
¿De vosotros, los poetas pragmatizados, que habéis entrado en una sociedad por
acciones en las páginas P. y L. y tenéis en el bolsillo un acuerdo con la
industria que os garantiza todos los premios de las academias?
Los libros que escribís son aburridos, son de papel, vuestra
lengua es ficticia (no sois ya capaces de hablar como corresponde a vuestro
origen), ofende el lenguaje de Hölderlin,
Whitman, Brecht; vuestros libros son de papel de guirnaldas
de Todos los Santos y vuestros versos saben a madera de escritorio. Es como si
no hubierais vivido nada, como si vivierais de los libros de los viejos primos,
como si os llenarais el estómago en el desayuno, comida y cena con tísicos
Rilkes y su pálida parentela, como si vuestros abuelos no hubieran sido
cerveceros, carniceros, comerciantes en grano, guerreros, feriantes, gitanos… y
verdaderos poetas.
Vuestra prosa no tiene primavera ni verano, ni otoño ni
invierno, no es negra ni roja; se filtra en el estómago como unas gachas sin
sal. Pero como no vivís como los cerveceros, carniceros, feriantes y gitanos,
como tenéis miedo del cayado del tiempo y de vuestra propia desesperación, por
eso no tenéis ya nada que decir.
La época en que cantabais vuestra propia hambre, la época en
la que los jóvenes escritores se alzaban contra los presidentes, la época en
que hicisteis la revolución ¡ha pasado! Ha pasado la época en que Hamsun vagaba
por Nueva York, en que Sillanpää no pudo recoger su premio Nobel, porque él,
que vivía, tenía siete hijos, pero ni un centavo para viajar en el bolsillo del
abrigo. Y ha pasado la época en que cantabais vuestros versos con un laúd. El
pueblo de los poetas y pensadores se ha convertido en un pueblo de asegurados,
un pueblo de funcionarios y miembros del partido, una región de débiles, un
paisaje de portadores impasibles de documentos. ¡El pueblo de los exaltados se
ha convertido en un pueblo de agentes de comercio!
Sin duda, ¡nadie se hunde ya en los rincones de la tierra!
Nadie degenera ya para gloria de la poesía. ¡Pero nadie conoce ya tampoco la
hierba y los ríos! Y si seguís pagando tranquilamente vuestras primas de
seguro, hasta los sesenta años, y haciendo reverencias a los payasos de la
gaceta de las amas de casa y las revistas líricas y filosóficas, no seréis
nunca un Lorca ni un Gottfried Benn ni un Charles Péguy ni mucho menos un Whitman.
Las subvenciones en chelines que aguardáis os aniquilarán.