Me duchaba, el sol tardaría en salir, sonaba Lazarus de Bowie on repeat, aún había estrellas. Un gato aguardaba alimento mientras me observaba por la ventana. Soñé que ardía el Trópico de Capricornio dibujando -en esa línea imaginaria- un anillo de fuego que abrazaba al mundo, como cuando tú y yo nos abrazamos intentando la asfixia del espacio que nos separa. Un reflejo fragmentado en la humedad del espejo, mientras desenredaba mi pelo, pensando en el pasado como un cristal roto sobre el que no caminar ni con la mente.
“Canto a un dios mineral”, leí y anoté en mi libreta, "un dios jugador, fragmentado y lubricante”. Vuelve a amanecer y la quimera del Equilibrio sigue siendo ese país que no existe. No hay diapasón para el deseo, ni rail, ni horario. Es un dragón que no duerme. No hay vestido que le quepa a la alegría cuando sucede, siempre estalla y se queda desnuda llenándolo todo. Y no hay remedios para la muerte. Escribo desde el hueco que dejan los sentimientos y las personas cuando aún está caliente. Desde el no-lugar. Siempre hay alguien filmando la secuencia del dolor, esa que contiene un goteo lleno de madrugadas sin fondo, de neones en los charcos, coches mal aparcados y gatos leoninos. El telefilme que crees haber visto mil veces. Una transición por el filo de un aroma que se recorre en acto de funambulismo salvaje cuando el colapso en la sien hace que sudemos memorias del animal que fuimos anoche. Por eso vuelco el paisaje y trato de expresar su textura. Con este patrimonio de tintas monstruosas que chorrea de mi plumaje cansado de lluvias. Tanto “religare verbal”. El cuerpo se consuela en plena expiación porque le sobrecoge la performance infinita del deterioro privado mientras mezcla añicos y fe en un mismo cuenco, y hay un momento de luz que virtuoso atraviesa como una raíz mi tiempo, y un demiurgo que vela un árbol talado en mitad del espanto se aloja en mi parpadeo.
Necesito un tórax lleno de palabras explosivas como chaleco, necesito rasgar los lienzos que son prisiones y escupir sobre ellos besos y tinta, como vino que fermenta en las bocas del demonio. Deambular el poema cuando cruza el pecho del horizonte y así sentir su luz caliente trepando mi yugular y mi rostro. Y entonces detenerme en el polvo suspendido de la calma cuando inunda la habitación, ese que parece no caer nunca y llevarme lejos para ser la arena de una playa que delira delirante aunque solo sea un momento.
y seguirá delirando delirante del recuerdo de una espuma que le nació como un tumor contrariado o un milagro inesperado cuando La Piel se hizo tiempo para cantarle, susurrando, una lágrima un hasta ahora o un fado
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