leí que existen ecosistemas tan
reducidos como los charcos de marea de las rocas, el problema es saber dónde
termina uno y empieza otro. entonces trazo un paisaje en el corazón para ti. o
lo recorro contigo. una llanura y un precipicio caben en él. barroquismo
bombeando su aorta, mar rojo que se cubra de niebla cuando despunte el día. un
itinerario desde la absenta. los poetas franceses están al fondo, derramando
licores sobre esa barra centenaria, mientras yo escribo tu nombre con la punta
de una llave de seguridad sobre la cera, que como espuma, dibuja círculos
alrededor de las velas.
después siempre hay una ventana y
un callejón o un jardín, y un gato que pasa de los brazos de Bukowski a los de
Hemingway a los de Cortázar a los de Kerouac a los de Borges y así,
indefinidamente. ese felino de siete o siete mil vidas, siempre presente en el
momento de la revelación. transmisor territorial, desconfiado, carnívoro, y con
esa actividad nocturna y su tapetum lucidum que tanto nos enamora. el suelo
está sucio, lleno de escombros, el típico órgano vital roto y acabado tantas
veces como la vida de ese gato, sueños o travesías teñidas de desconsuelo, un
cocktail molotov de decepciones y lucidez y un ego enorme al que le van
pequeños los zapatos.
hay alcohol y sexo y dolor. en
exceso o en escasez. orfebres de los pozos vitales, cirujanos del alma, reyes
de las cañerías del daño. sus campos de algodón eran metafísicos, de ahí sus
halos jazzísticos y blueseros.
en el subterráneo están los
músicos, haciendo el trabajo sucio, acotando la zona tras el derrumbe, sedando tras la amputación y drenando entre
acordes, balizando/banalizando el peligro de estar solos, leyéndonos en voz alta.
#inacabado
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