A veces el poema, como una espina que se arranca del dedo
corazón,
pero nunca entera.
Y después, por un momento, súmmum, lamer la gloria del vacío
más extremo,
venerar el hueco que habitó el dolor.
Tras gemir en la hoja en blanco, todo se diluye a los pies
de la cama,
en un riff perfecto, milésimo suicidio de la congoja desde
cualquier ventana.
Otra vez las ganas de morder vida a lo Biedma.
Otra vez habitar la selva de palabras con el capital de tu
cuerpo en las manos
y toda la tinta detenida que descarrila en la noche,
vuelve a ser bella.
Asistir al aviso febril de tu desorden,
perder de vista la panorámica de la angustia que devasta.
No recordar que la derrota se instala en la espalda.
Cancelar todos los inviernos.
Volver al conjuro de los vasos de tubo y las calles mojadas
que ya no nos tenían
y al precipitarse en los ojos del otro, que ya no tenemos.
En un reino animal con estrellas, hambre y música,
amainar el sabor metálico de tu boca,
iluminar tus ruinas.
Pero no bastará con la poesía,
ni abandonarnos en el chillido
con los acantilados en fuga
nombrando el alboroto de la carne,
no bastará para callar cadenas y rutinas,
si acaso una oda a los sumideros que tragan melancolía
si acaso un canto a las lenguas gatunas con las que nos
curábamos las heridas,
antes de que arribe el foso que se abre tras el después del poema.
Es espantoso el polvo que ocultó nuestros brillos,
es cruel aprender a agitarse en la celda,
la doble trama del dolor,
el arpegio de un cuerpo que pretende romperse antes de la
caída.
Sólo un esfuerzo brutal y sincero en encontrarnos por
dentro.
Rescatar lo que sepultamos sin darnos cuenta aunque sea por
un maldito momento.
Y volver a ser la que acaricia a los perros,
y la de las tardes en descomposición eterna,
la que esculpe en tu entrepierna hermosas victorias de lo
cotidiano,
la que dibuja barcos y aguaceros,
la que besa los muros que derriba,
la que llagada de poesía no halla postura fuera de tu alcance,
la que abusa de nuestro modo instrumental y horizontal,
con el corazón violento y mojado.
La que te exilia al itinerario único que te lleve de mi nuca
a mis tobillos.
No el cuarto de hora que sigue al último verso.
Quiero durarte lo que tardan las estrellas en morir
y no podrá ser pero quiero.
Tardes en descomposición eterna...eres grande!
ResponderEliminarayyyy...justo estaba en tu blog!!
Eliminary tú sabes de lo que hablo y cuando es, es eterna, sí
besazo