Lo nuestro no tiene nombre.
Si lo describo digo manantial, bestia, lejos.
Si te pienso digo fuego, amor, dentro.
Cuando te muerdo soy un animal.
Antes, sin darme permiso, habitaba lo superfluo.
En mitad de tu madrugada nace el momento al que quiero amarrarme,
cuando te lanzas por el balcón de la piel
tantas y tantas veces,
detenerme en esa rotura perseguida ansiada y lograda,
tu cima, tu calma, tu arrullo,
investigar tu sed y el rumbo de tus ojos,
cuando eres un rehén en mis manos
cuando eres un canto en mi boca
o un caballo en mi corazón
y llenar la senda
de caricias hermosas y proclamas sucias
y viceversa
ambos locos y con la locura bien saciada
que este amor se nos cava hasta el hueso
siempre cayendo
el uno en el otro
celebrando el caos y el triunfo
o el triunfo del caos
pero celebrarnos
que te traigo mi ejército de caderas en movimiento
y tú, ráfagas de manoseo cardíaco
-y sí, en la habitación de al lado
alguien diseña la herida futura
de tanto querer sin poder
nuestros cuerpos y su juerga pendiente
y su porción de fiebre
y el calambre de nuestro encuentro-
pero aquí y ahora, el transitar de tu carne/territorio
se labra lentamente
la obsesión revolucionaria de tocarte entero
de frecuentar tu envés
de conocer tu hambre
tu exacta hambre
y saciarte
cometer tus pecados
todos
ya que eres el suburbio del poema
al que no quiero resistirme
amasarnos en cualquier calle
cuando la ropa es un juego y tu boca el jugo de la maldad más turbia
cuando un ascensor es un horno
la cama un velero
las ganas un bosque
y deshacernos un rito.
Nuestro abrazo abarca un imperio, un infinito.
Preciosa canción y precioso conjuro
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