Ocupaban tan poco, que conservó sus discos.
Le seguían gustando las portadas:
una descolorida de haber estado al sol,
otra marcada en círculos por un vaso de agua,
otra pintorreada por su hija
y arreglada una vez que le dio por el orden.
La esperaron así hasta que en la viudez,
buscando cualquier cosa, dio con ellas.
Fue reaprendiendo cómo cada sumiso acorde
había precedido a una letra y a otra,
prolongadas y unidas por los surcos,
y la sensación cierta de ser joven
surgió igual que despierta la primavera a un árbol,
mientras sonaba aquella frescura antes oculta,
aquella certidumbre de tiempo almacenado,
como al oírlas la primera vez.
Incluso el tantas veces referido
brillo, el amor, dejaba al descubierto,
como sobrevolando, el claro inicio,
que prometía aún satisfacción,
resolverse, ordenarse para siempre.
Volver a colocarlos en su sitio, o llorar,
le fue difícil sin pensar con lástima
que no se cumplió entonces, y que ahora era imposible.
Me parece un buen antro, así que me voy a quedar.
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