Me miro las manos y de repente me parece
que tienen un color
inconfundiblemente amarillento.
Algo inquietante porque el hígado
siempre es un problema y detesto el amarillo
por ese motivo y otros muchos
que quizás algún día me anime a consultar
con mi psiquiatra. En el caso
de que algún día decida
contratar los servicios de un psiquiatra.
Así que me levanto
y me acerco al baño
y escruto mi rostro en el espejo
y hago muecas y tiro de mi cara
en un sentido y otro
y me examino el blanco de los ojos
acercándolos lo más posible al fluorescente
hasta que me doy cuenta
de que parezco una especie de mono
estúpido y enloquecido
y que las dos docenas de análisis de sangre
que me suelo hacer todos los años
nunca revelan motivo alguno
para sentir alarma.
Un poco más tranquilo
decido reventarme un grano
sin poder evitar pensar
que no somos otra cosa
que un triste hatajo de pobres hombres.
sólo que a veces
me siento el más imbécil
de todos ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario