malditos sean los curiosos y que los malditos sean curiosos:
la esencia de la poesía es una mezcla de insensatez y látigo...
....el gran Hank

miércoles, 29 de mayo de 2013

hago de mi cuerpo servidumbre




Lo eterno de cada instante es su fuga
                              (acerca de Nietzsche)




Trabé la ilusión para hallarme serena en la grieta.
Quise hacer de todo rubor, calor inadvertido.
Vivir del íntimo gorjeo que nace de lo fértil de los sueños.

Pensar que los cuerpos zarpan siempre en direcciones opuestas.

Mostrarme indiferente en el corazón de lo abierto,
en lo abierto de la carne,
en el forjar el goce como un arte.
Estirando los márgenes de la nada,
olvidando que hay vida incluso en los versos inflamados que brotan en las noches.

Pero ahora que me entiendo contradictoria,
ahora que me remedio en este lugar que es el poema,
que son tus brazos,
que es cualquier lugar si prende el recuerdo, el instinto o la marea.

Ahora que sé del brasero del alma y del espinazo roto de la calma
ya no pretendo adiestrar la fuerza que nace de la entraña.
pues sé que en las palabras llanas que derraman los ojos se abarca todo,
se rinde el animal y se escribe la historia,
a pesar de lo trágico del vínculo que une distancias,
a pesar de sentir la soledad como una flecha que nos herirá mañana,
sé cruzar las derrotas y hacer de ellas peldaños.
sé batirme en tu mirada y romperme delicada.
sé volcarme en tu boca con arrojo y llamaradas.

Y sé que en lo abrupto seremos inmortales aunque sea por un momento.

Por eso hago de mi cuerpo servidumbre
por eso rezo a la fuga que es regreso.
 

4 comentarios:

  1. Hacer de cenizas, versos mágicos.

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  2. La verdadera poesía es como la fotografía de Burckel, por una parte de atrapa y por otra parte te expulsa, te dispara más allá de la imagen y las palabras, te empuja sin remedio a buscar y leer más y completar y construir con todo eso en tu interior. Te hace ponerte a buscar y reflexionar algo así:
    El punto de partida es un total acierto: partir de la serenidad premeditada y buscada, para ver mejor, como quien se sube a una atalaya o una colina para divisar mejor la naturaleza de la distancia. Y ¿cómo se arma? Pues con las piezas de la ilusión, es decir, del sueño (en la semejanza que Víctor Hugo atribuyó a ambas). Una vez ahí, se observa, se analiza, se piensa, y uno piensa en sí y en el mundo, confronta a ambos y los confunde irremediablemente después (“hablamos de la naturaleza y al hablar nos olvidamos de nosotros mismos, pero nosotros somos también naturaleza” dice Nietzsche). Pues entonces, ahí instalados, en la atalaya, en esa posición ya por fin “indiferente”, por tanto, en cierto modo libre y más objetiva que antes, uno advierte (¿y qué es advertir? ¿tal vez intuir, entender, percibir vagamente? ¿comprender con el instinto?) el corazón de lo abierto, la entraña de lo visible, de lo vivible. Y quizá es en ese punto donde uno renuncia ya a atar de cualquier modo la fuerza de la entraña y se deja ir sin miedo, suelta las manos del manillar, y ahí tal vez se empieza a abarcar todo (todo y nada) porque todo se respira entonces maravilloso y trágico, futuro y presente, y ahí uno puede llegar a ser inmortal un momento, sabiendo que, serlo un momento supondrá ya serlo siempre, independientemente de lo que pueda durar la vida. Y ahí, justo ahí, en ese punto del viaje que se emprendió desde la atalaya, uno se advierte (otra vez “advierte”: instinto y conciencia) fuerte, muy fuerte, capaz de cruzar derrotas de cualquier magnitud y hacer peldaños de ellas, y romperse delicadamente (¿Yeats, Keats?). Y ahí, justo ahí, uno se abandona, se remedia entre los brazos, en el lugar o la marea donde se prende con vocación imborrable el recuerdo, en el poema. En el poema que uno escribe y sobre todo, porque cuando uno escribe sólo pretende, en el poema que uno vive, en el poema que puede ser vivir. Y justo ahí se puede abandonar uno en la servidumbre del cuerpo, en la fuga que es lo único que permanece y dura (Quevedo) y, tal vez así, “vivir iluminado por un mundo que aún no ha existido” (Nietzsche otra vez), vivir iluminado en un mundo que así, ya existe.
    La verdadera poesía, la buena, produce la catástrofe maravillosa de una determinada servidumbre.
    :)

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  3. dificilmente podemos poner resistencias a lo que nace de la entraña, no podemos silenciarlo durante mucho tiempo, nos mueve el instinto y la naturaleza innata y es ella la que nos lleva por mucho que luchemos contra ella, cuanto antes lo hacemos y nos rendimos ante nosotros mismos y nuestras contradicciones antes nos liberamos aun siendo servidumbre. Magnifica poesía.Fuego.

    besicos

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