malditos sean los curiosos y que los malditos sean curiosos:
la esencia de la poesía es una mezcla de insensatez y látigo...
....el gran Hank

miércoles, 28 de junio de 2017

siempre la sal

La cura para todo es siempre agua salada: el sudor, las lágrimas o el mar.
Karen Blixen




jueves, 22 de junio de 2017

Oxígeno y café


























Navegamos el veneno
como ebrias estrellas de mar
que sueñan un camino de tierra
y un sol brillante y doloroso
que venga a secar toda la humedad
que no nazca del desgarro
Llegar a casa
y recorrer descalza su suelo frío
Desnudarme de escombros sin tregua
remorder el momento
como centinela de tu carne
Detenerme
Escribir un poema honesto y vulgar
que gima azafranes y tristezas
en algunos versos
y el resto sea un derrumbe lento
del edificio melancólico que construyen
las noches y las manos
cuando solos, nos devolvemos a la vida
Unos versos que se olviden rápido
pero sanen algún pedazo
mientras arrancan nuestra maleza con virtuosismo
y hacen banquete de los restos
Inventarle otro nombre a la distancia
-ese hilo quebrado-
y nunca albergar sentimientos tibios, domésticos, imperceptibles
Escalar una vez más tu espalda
antes del linchamiento en cobres y fugas
que son los recuerdos-avalancha
Y en el maremoto de la carne, cuando es lágrima excitada, exhibir los miedos,
claudicar hermosos
Tocarse y romperse
sin censuras ni matices
sacar del pecho el rompeolas
sin pretender más éxito
que el de aliviar al mundo


viernes, 2 de junio de 2017

El método



Ante todo evitar cualquier cálculo.
Ni medir en palmos visuales la altura,
ni hacer cuentas de la vieja para la carrera que te cobre la pena,
ni meter el codo como cuando bañas a una criatura, buscando lo templado.


La habitación cuánto más sofocante, mejor.
El cuerpo y sus azufres y todas las manos dispuestas a remover la tierra,
dispuestas a conquistar la tierra. Quebrar, quemar, subyugar.
Acariciar fuegos. Catar infiernos.


Abrirnos la cabeza y la entraña, sacar del doble fondo lo intocable.

Los pañuelos blancos dejaron de ser románticos tras la muerte del último poeta tuberculoso.
Imposible rendirse o pedir auxilio si estamos hechos de naufragios, canciones de the smiths y enloquecidos vuelos de albatros.


De casa traer hecho trizas el pudor y dejarse fuera toda la poesía y reinas de saba que te habiten.
Ser catástrofe natural. Malinche impúdica que te injerte goce en cada hueco.
Ser cobaya de carne atrincherada entre tus piernas y pintarle las paredes al sótano de todo desconsuelo como una basquiat febril hasta la intemerata.


Entender el ojo derramado en sal y remarcar el enunciado en los desatados por dentro.
Fabricar un observatorio en tu espalda para ahorcar una a una las plegarias que fueron eco.
Lograr ese amor anfibio, todoterreno, esa devastación y ser coronada de vicio en la cima de cualquier derrota que me deje en blanco. Porque el amor se infringe. Mírame, tan plebeya y guerrillera, a recorrer cuerpos como si fueran costa amalfitana. 


No abras las ventanas y no te cierres. No abro las ventanas y no me cierro. Vengo a hacer que tu cuerpo se combe. Vengo a serpentear entre tus cicatrices. Vengo a caer picado. Con las anillas rotas y las redes en lugares equivocados. Vengo a buscar abismos, cráteres y al hombre de sí mismo desterrado.


Porque hacer del dolor una pelota de trapo y de cada instante un fin del mundo, está en nuestras manos.



Pequod o la habitación itinerante





























Pequeños refugios, con sus sábanas como velas, sus luces turbias como un petromar en la popa del encuentro, armarios vacíos que no se llenarían, ventanas por la que arrojar el frío y la ropa, puertas numeradas, llegar, llegarte, llegarnos y drenar el contenido del matraz de la memoria, desmembrar el dolor y secar el llanto crecido en los pechos.  
Y allí tu Boudica, como una zarza dispuesta a arder, con su batiscafo de piel tendida en la caída. Bajo la almohada el brillo de la desesperación, cuchillo que afilará la distancia. Poner el corazón en el fuego por ti todas las veces. Ser cepo loco para tu carnada, cuando los límites son sólo líneas rotas que alguien pretendió dibujarnos ignorando que la tormenta es alimento de nuestra batalla. Nuestro privado ultramarinos de gestas y duelos de jadeos-rugidos y risas tiernas. Llorarnos con el cuerpo, enredados como hiedras. 
Nuestro amor es un animal. Y a él llegamos para hacer pedazos de la escarcha, triturar el vidrio y untar de calor el túnel más largo. Aprender nuestras cordilleras y batirnos en la mirada mientras te hundes en mi línea de flotación más allá de la alborada.
Lamer desbaratada toda la guarida y cruzar abierta la barda del insomnio que se inclina en abismos rojos. Gastado el paladar, gastado el lenguaje, amarrada a tu proa, masturbando el fracaso de no hundirnos juntos para siempre.
Fuera llegará el poema como un volantazo en mitad del paisaje. Intentando condensar humo y caricias, sin lograrlo, sin siquiera acercarse. Porque el poema siempre se queda lejos, porque el cuerpo es un terreno insobornable.