malditos sean los curiosos y que los malditos sean curiosos:
la esencia de la poesía es una mezcla de insensatez y látigo...
....el gran Hank

domingo, 21 de abril de 2024

ALTAZOR O EL VIAJE EN PARACAÍDAS, VICENTE HUIDOBRO

 




PREFACIO

 

     Nací a los treinta y tres años, el día de la muerte de Cristo; nací en el Equinoccio, bajo las hortensias y los aeroplanos del calor.


     Tenía yo un profundo mirar de pichón, de túnel y de automóvil sentimental.

 Lanzaba suspiros de acróbata.


     Mi padre era ciego y sus manos eran más admirables que la noche.

     Amo la noche, sombrero de todos los días.
     La noche, la noche del día, del día al día siguiente.


     Mi madre hablaba como la aurora y como los dirigibles que van a caer. Tenía cabellos color de bandera y ojos llenos de navíos lejanos.


     Una tarde, cogí mi paracaídas y dije: «Entre una estrella y dos golondrinas.» He aquí la muerte que se acerca como la tierra al globo que cae.


     Mi madre bordaba lágrimas desiertas en los primeros arcoiris.

     Y ahora mi paracaídas cae de sueño en sueño por los espacios de la muerte.


     El primer día encontré un pájaro desconocido que me dijo: «Si yo fuese dromedario no tendría sed. ¿Qué hora es?» Bebió las gotas de rocío de mis cabellos, me lanzó tres miradas y media y se alejó diciendo: «Adiós» con su pañuelo soberbio.


     Hacia las dos aquel día, encontré un precioso aeroplano, lleno de escamas y caracoles. Buscaba un rincón del cielo donde guarecerse de la lluvia.

     Allá lejos, todos los barcos anclados, en la tinta de la aurora. De pronto, comenzaron a desprenderse, uno a uno, arrastrando como pabellón jirones de aurora incontestable.
     Junto con marcharse los últimos, la aurora desapareció tras algunas olas desmesuradamente infladas.


     Entonces oí hablar al Creador, sin nombre, que es un simple hueco en el vacío, hermoso, como un ombligo.


     «Hice un gran ruido y este ruido formó el océano y las olas del océano.

     »Este ruido irá siempre pegado a las olas del mar y las olas del mar irán siempre pegadas a él, como los sellos en las tarjetas postales.
     »Después tejí un largo bramante de rayos luminosos para coser los días uno a uno; los días que tienen un oriente legítimo y reconstituido, pero indiscutible.
     »Después tracé la geografía de la tierra y las líneas de la mano.
     »Después bebí un poco de cognac (a causa de la hidrografía).
     »Después creé la boca y los labios de la boca, para aprisionar las sonrisas equívocas y los dientes de la boca, para vigilar las groserías que nos vienen a la boca.
     »Creé la lengua de la boca que los hombres desviaron de su rol, haciéndola aprender a hablar... a ella, ella, la bella nadadora, desviada para siempre de su rol acuático y puramente acariciador.»


     Mi paracaídas empezó a caer vertiginosamente. Tal es la fuerza de atracción de la muerte y del sepulcro abierto.


     Podéis creerlo, la tumba tiene más poder que los ojos de la amada. La tumba abierta con todos sus imanes. Y esto te lo digo a ti, a ti que cuando sonríes haces pensar en el comienzo del mundo.


     Mi paracaídas se enredó en una estrella apagada que seguía su órbita concienzudamente, como si ignorara la inutilidad de sus esfuerzos.


     Y aprovechando este reposo bien ganado, comencé a llenar con profundos pensamientos las casillas de mi tablero:



    
«Los verdaderos poemas son incendios. La poesía se propaga por todas partes, iluminando sus consumaciones con estremecimientos de placer o de agonía.
     »Se debe escribir en una lengua que no sea materna.
     »Los cuatro puntos cardinales son tres: el sur y el norte.
     »Un poema es una cosa que será.
     »Un poema es una cosa que nunca es, pero que debiera ser.
     »Un poema es una cosa que nunca ha sido, que nunca podrá ser.
     »Huye del sublime externo, si no quieres morir aplastado por el viento.
     »Si yo no hiciera al menos una locura por año, me volvería loco.»



     Tomo mi paracaídas, y del borde de mi estrella en marcha me lanzo a la atmósfera del último suspiro.
     Ruedo interminablemente sobre las rocas de los sueños, ruedo entre las nubes de la muerte.


     Encuentro a la Virgen sentada en una rosa, y me dice:


     »Mira mis manos: son transparentes como las bombillas eléctricas. ¿Ves los filamentos de donde corre la sangre de mi luz intacta?
     »Mira mi aureola. Tiene algunas saltaduras, lo que prueba mi ancianidad.
     »Soy la Virgen, la Virgen sin mancha de tinta humana, la única que no lo sea a medias, y soy la capitana de las otras once mil que estaban en verdad demasiado restauradas.
     »Hablo una lengua que llena los corazones según la ley de las nubes comunicantes.
     »Digo siempre adiós, y me quedo.
     »Ámame, hijo mío, pues adoro tu poesía y te enseñaré proezas aéreas.
     »Tengo tanta necesidad de ternura, besa mis cabellos, los he lavado esta mañana en las nubes del alba y ahora quiero dormirme sobre el colchón de la neblina intermitente.
     »Mis miradas son un alambre en el horizonte para el descanso de las golondrinas.
     »Ámame.»


     Me puse de rodillas en el espacio circular y la Virgen se elevó y vino a sentarse en mi paracaídas.
     Me dormí y recité entonces mis más hermosos poemas.
     Las llamas de mi poesía secaron los cabellos de la Virgen, que me dijo gracias y se alejó, sentada sobre su rosa blanda.
     Y heme aquí, solo, como el pequeño huérfano de los naufragios anónimos.
     Ah, qué hermoso..., qué hermoso.
     Veo las montañas, los ríos, las selvas, el mar, los barcos, las flores y los caracoles.
     Veo la noche y el día y el eje en que se juntan.


     Ah, ah, soy Altazor, el gran poeta, sin caballo que coma alpiste, ni caliente su garganta con claro de luna, sino con mi pequeño paracaídas como un quitasol sobre los planetas.

     De cada gota del sudor de mi frente hice nacer astros, que os dejo la tarea de bautizar como a botellas de vino.
     Lo veo todo, tengo mi cerebro forjado en lenguas de profeta.
     La montaña es el suspiro de Dios, ascendiendo en termómetro hinchado hasta tocar los pies de la amada.
     Aquél que todo lo ha visto, que conoce todos los secretos sin ser Walt Whitman, pues jamás he tenido una barba blanca como las bellas enfermeras y los arroyos helados.
     Aquél que oye durante la noche los martillos de los monederos falsos, que son solamente astrónomos activos.
     Aquél que bebe el vaso caliente de la sabiduría después del diluvio obedeciendo a las palomas y que conoce la ruta de la fatiga, la estela hirviente que dejan los barcos.
     Aquél que conoce los almacenes de recuerdos y de bellas estaciones olvidadas.


     Él, el pastor de aeroplanos, el conductor de las noches extraviadas y de los ponientes amaestrados hacia los polos únicos.

     Su queja es semejante a una red parpadeante de aerolitos sin testigo.
     El día se levanta en su corazón y él baja los párpados para hacer la noche del reposo agrícola.
     Lava sus manos en la mirada de Dios, y peina su cabellera como la luz y la cosecha de esas flacas espigas de la lluvia satisfecha.
     Los gritos se alejan como un rebaño sobre las lomas cuando las estrellas duermen después de una noche de trabajo continuo.
     El hermoso cazador frente al bebedero celeste para los pájaros sin corazón.
     Sé triste tal cual las gacelas ante el infinito y los meteoros, tal cual los desiertos sin mirajes.
     Hasta la llegada de una boca hinchada de besos para la vendimia del destierro.


     Sé triste, pues ella te espera en un rincón de este año que pasa.

     Está quizá al extremo de tu canción próxima y será bella como la cascada en libertad y rica como la línea ecuatorial.


     Sé triste, más triste que la rosa, la bella jaula de nuestras miradas y de las abejas sin experiencia.


     La vida es un viaje en paracaídas y no lo que tú quieres creer.

     Vamos cayendo, cayendo de nuestro cenit a nuestro nadir y dejamos el aire manchado de sangre para que se envenenen los que vengan mañana a respirarlo.
     Adentro de ti mismo, fuera de ti mismo, caerás del cenit al nadir porque ése es tu destino, tu miserable destino. Y mientras de más alto caigas, más alto será el rebote, más larga tu duración en la memoria de la piedra.
     Hemos saltado del vientre de nuestra madre o del borde de una estrella y vamos cayendo.
     Ah mi paracaídas, la única rosa perfumada de la atmósfera, la rosa de la muerte, despeñada entre los astros de la muerte.
     ¿Habéis oído? Ese es el ruido siniestro de los pechos cerrados.
     Abre la puerta de tu alma y sal a respirar al lado afuera. Puedes abrir con un suspiro la puerta que haya cerrado el huracán.


     Hombre, he ahí tu paracaídas maravilloso como el vértigo.

     Poeta, he ahí tu paracaídas, maravilloso como el imán del abismo.
     Mago, he ahí tu paracaídas que una palabra tuya puede convertir en un parasubidas maravilloso como el relámpago que quisiera cegar al creador.


     ¿Qué esperas?


     Mas he ahí el secreto del Tenebroso que olvidó sonreír.

     Y el paracaídas aguarda amarrado a la puerta como el caballo de la fuga interminable.



sábado, 30 de marzo de 2024

VIGÍA DE MI PROFUNDIDAD

 


"A las gentes nos fue dada 

esa maldita capacidad: 

transformar el amor en nada".

Paulo Leminski


Recé a dioses extraños descalza, entre cantos de aves sin paraíso y los cantos del propio cuerpo cuando venían a cambiar el vendaje de mi sombra que no dejaba de devorarme. En la proyección de la caída me vi a mí misma, directa al suelo de tu pupila, intentando adivinar el movimiento que me sucedería pero no, nunca, porque la cartografía del oleaje es traicionera y al final algo me dice que en la exuberante oscuridad de mi verbo puedo ver y verme por dentro. Yo, que me alivio con un poema, yo, que me demoro en el mismo y le rompo el estribo y alimento a mis caballos de fuerza y me enveneno con el tiempo y hago del largo silencio un viaje, de mi corazón bastión y agito versos como banderas blancas mientras mis manos van a la deriva. Más tarde, el viacrucis de los cuerpos se elevará entre tanta naturaleza muerta. Más tarde cuando la noche sea un muro, el cabello magia, la palabra auxilio o fortaleza. Más tarde haciendo nido en el delta de mi cadera, cuando me abrace al relámpago de no tenerme. Una leyenda que se deshoja lentamente para que la escribas. Una cicatriz se esconde porque se sueña madriguera. Donde ardimos siempre será verano pero insistentemente te extraño. Crece la hierba sobre el pasado pero la memoria se afila como el agua y encuentra su camino. Y el velcro de las pieles y el paisaje que se incrustó por dentro hacen el resto porque el camino del dolor se aprende de memoria aunque no queramos. 

martes, 19 de marzo de 2024

SCARLET RIVERA: EL VIOLÍN DEL HURACÁN

En Muzikalia:     SCARLET RIVERA: EL VIOLÍN DEL HURACÁN 



Un sinfín de historias y leyendas hablan sobre el significado o el poder del cruce de caminos. El no-lugar, que decía Marc Augedonde los ciudadanos se convierten en meros elementos de conjuntos que se forman y deshacen al azar. En las encrucijadas se enterraba a los suicidas en la Edad Media, se llevaban a cabo ejecuciones y en muchas culturas el cruce de caminos servía para invocar a los ancestros y espíritus, realizar ofrendas, rituales mágicos, de purificación e incluso, canjes a lo Robert Johnson con el mismísimo diablo.

Algo más prosaico pero no menos poético, es el cruce de caminos que en ocasiones une a dos personas. O tres. O dieciocho. Y esos encuentros también pueden resultar una ofrenda para nuestros sentidos, un punto de encuentro entre lo terrenal y lo divino.

Un 5 de junio de 1975, una joven de 25 años llamada Donna Shea caminaba con el estuche de su violín al hombro por la 13th Street del Lower East Side, de Nueva York. La historia no habla de a dónde se dirigía ni de dónde venía porque a veces todo ese envoltorio de detalles queda reducido a la nada, sobre todo cuando una limusina de un color verde horrible se cruza en tu camino. Esa joven nacida en Chicago en 1950, de orígenes irlandeses y sicilianos, que soñaba con viajar a Europa del Este, amaneció un jueves cualquiera sin poder imaginar jamás que acabaría subiendo a un coche desconocido para ir a un local de ensayo en el que pasaría la tarde, escuchando tocar y tocaría ante Muddy Waters, entre otros, grabaría ese verano un álbum, Desire, y saldría embarcada prácticamente en una gira que duraría seis meses. El nombre artístico de la violinista es Scarlet Rivera y el del brujo con el que se cruzó y cambió su vida haciéndola subir al coche, Bob Dylan

Tres meses después, el escritor y dramaturgo Sam Shepard, encontraba una pequeña nota de color verde sobre la mesa de su cocina con un número de teléfono. Bob Dylan quería que le acompañara en su gira para escribir el guion o cuaderno de bitácora de la misma, con la idea de que todo desembocara en una película. Shepard tenía mil planes en mente en su nuevo rancho. ¿Qué pensaba Dylan? ¿Que con un chasquido de dedos iba a dejarlo todo? Sí, de nuevo, el brujo, el bardo de Minnesota, abducía al escritor más cool del momento y lo unía a esa troupe rocanrolera y circense que haría historia recorriendo EEUU y Canadá en 57 recitales que venían a retumbar el mundo, a imagen y semejanza de los indios Hopi, con su legendaria danza de la serpiente y como mensajeros de este mundo lanzarían su plegaría al más allá. La gira del trueno que retumba había cobrado vida.

Dylan y Shepard no se habían encontrado nunca antes, al menos siendo conscientes de ello. En la misma época en la que el Wizard grababa el épico disco The times are changing en los míticos Columbia Studios de Nueva York (lugar que alumbró las grabaciones del Kind of blue de Miles Davis, The Wall de Pink Floyd o el New York New York de Frank Sinatra entre otros muchos), tan sólo a unas calles de allí, en pleno corazón del Greenwich Village, un joven Shepard trabajaba de busboy, lo que vendría a ser ayudante de camarero en uno de los garitos más emblemáticos, el Village Gate. La mayor parte de los feligreses que acudían a expiar sus pecados a golpe de voz o mediante el exorcismo de los instrumentos musicales en el famoso estudio de grabación, también conocido como The Church, ya que eso fue, una iglesia desde 1875, en 1948 reconvertida -eriza por dentro imaginar la acústica y la sensación que debía embriagar cada grabación- tocaban después en vivo, al caer la noche, en el Village Gate. Ambos lugares gozaban de mágicas propiedades acústicas, damos fe de ello.

 

Los tres, Rivera, Shepard y Dylan gastaron sus suelas, sus manos, sus días y noches en busca de sus sueños, en el mismo entramado de calles antes o después o al mismo tiempo. De hecho los tres procedían de ciudades muy cercanas, Rivera y Shepard de Illinois, a orillas del Lago Michigan, y el bardo Dylan de un poco más arriba, Duluth, a orillas del Lago Superior. En esa rayuela del destino se fueron moviendo siempre cerca.

La reunión urgente y salvaje de 18 músicos quedó maravillosamente retratada de la mano de Shepard en un épico libro que probablemente nada tenía que ver con la idea original de lo que debía ser. Algo nos dice que Dylan quería hacer su propia película, inspiradísima en Les enfants du paradis (1945), ya que verle con esa máscara blanca y ese sombrero de ala ancha repleto de flores es ver al gran mimo y actor Jean-Louis Barrault en la misma. Así, como dijo Oscar Wilde «el hombre no es él mismo cuando habla en su propia persona. Dale una máscara y te dirá la verdad», así hizo el hoodoo man, con su banda improvisada y cambiante, sin apenas ensayos, conciertos en pequeños aforos, sembrando el hechizo en ciudades ignoradas en las grandes giras, con actuaciones de casi cuatro horas por sólo siete dólares y medio, más bien una ruina en lo económico, pero para ser historia hay que hacer historia.

Allí, en ese cruce de caminos, fortuito o premeditado, con un elenco de músicos inaudito e inspiradísimo, embriagados todos con el violín que lloraba y reía, los temas sonaron con una energía hechizante, la mirada de Dylan electrizaba y sometía, hay algo hipnótico en cada grabación que nos ha llegado. Para la historia, las cuerdas de Scarlet en el «Yo acuso» musical más efectivo y emotivo que se recuerde, el «Hurricane», nos sigue maravillando, sonó con una fuerza distinta lo envolvió todo de un fuego místico porque allí estaba «la misteriosa dama oscura del violín, con sus sortilegios, su espada y su serpiente», tal y como la describió Shepard. Y como suele pasar en el no-lugar, los elementos de conjuntos que se forman y deshacen al azar, el de Minnesota no volvió a contar con Scarlet, según dicen eso suele pasar con los genios. O con los trucos de magia en los circos. O en los cruces de caminos.

Pero el violín del Huracán nos sigue y seguirá hechizando.

 


domingo, 11 de febrero de 2024

SENTIMENTAL CATÁSTROFE *

 



¿Dónde vas tú, sentimental catástrofe,

roto soneto,

galgo pasante por tu dorado escudo?

Francisco Umbral




Uno se cansa de pasear por escenarios vacíos trágicamente iluminados en noches literarias sin literatura. La imponderable necesidad de auxilio en la hora muerta lo abarca todo de un modo selvático. Más misterio en la contorsión del verbo, más humedad para lo frondoso en el gemido. El corazón es una bomba, no un recipiente. Mejor la mirada caleidoscopio y el músculo ya caliente de la intuición. Para saltar, combarme, serpentear, apartarme del simulacro de laureles y madreselvas que vienen a enterrar la luz más que a calmar el hambre. Mejor creer/crecer en el primer trazo emocionante que tiña el momento de balada punk por el bancarrotismo de las ilusiones y ser, como diría Kerouac, tan inexcrutable como la dirección que habría seguido un fuego apagado. Seguir hurgando más hondo hasta que la piel cante aleluya y después volver a hurgar, otro mundo aquí y ahora, por una poesía sin prospecto, una velocidad con curvas, una senda con misterios, un alboroto en las raíces. Dejar de explicarnos, que le tiemblen las pestañas y se le dilaten las pupilas al momento que llega. Como dijo el poeta, solo busco un poco de tiempo en estado puro.

Entre tanto pensamiento intoxicado, al fin, fabricar un resplandeciente vagón del silencio, en mitad de tanto siglo veintiuno.