malditos sean los curiosos y que los malditos sean curiosos:
la esencia de la poesía es una mezcla de insensatez y látigo...
....el gran Hank

lunes, 23 de mayo de 2011

David Foster Wallace (acerca de Kafka)


“Usted puede pedir que imaginen su arte como una especie de puerta. Imaginarnos a nosotros, sus lectores, que llegamos y golpeamos en la puerta, golpeando y golpeando, no sólo queriendo entrar, sino necesitándolo, no sabemos lo que es, pero podemos sentirlo, esa total desesperación por entrar, golpeando y empujando y pateando, etc. Y, finalmente, la puerta se abre… y se abre hacia el exterior: hemos estado dentro de lo que queríamos todo el tiempo. Das ist komisch [eso es todo].”

La lluvia amarilla - Julio Llamazares

A veces, uno cree que todo lo ha olvidado, que el óxido y el polvo de los años han destruido completamente lo que, a su voracidad, un día confiamos. Pero basta un sonido, un olor, un tacto repentino e inesperado, para que, de repente, el aluvión del tiempo caiga sin compasión sobre nosotros y la memoria se ilumine con el brillo y la rabia de un relámpago.

El primer trago de cerveza - Philippe Delerm

Lo importante no es lo que decimos, sino lo que oímos. Es increíble hasta qué punto la voz sola puede decirnos cosas de una persona querida -de su tristeza, su fatiga, su fragilidad, su vitalidad su alegría. Sin los gestos, desaparece el pudor, sobreviene la transparencia.

sábado, 21 de mayo de 2011

Tu calle, aún durante mucho tiempo,
esperará delante de tu puerta,
con paciencia, tus pasos.
No se cansará nunca de esperar:
nadie sabe esperar como una calle.
Mientras los días van, con lluvia o cielo azul,
organizando ya la soledad.
Siempre fue mi tristeza
un dócil animal de compañía,
que hace tiempo ha adoptado
esta fea costumbre de morder a su amo.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Tú eres mi faro.
Y tú tienes la culpa
de mis naufragios.

AUNQUE TU NO LO SEPAS

Como la luz de un sueño,
que no raya en el mundo pero existe,
así he vivido yo
iluminado
esa parte de ti que no conoces,
la vida que has llevado junto a mis pensamientos...

Y aunque tú no lo sepas, yo te he visto
cruzar la puerta sin decir que no,
pedirme un cenicero, curiosear los libros,
responder al deseo de mis labios
con tus labios de whisky,
seguir mis pasos hasta el dormitorio.

También hemos hablado
en la cama, sin prisa, muchas tardes
esta cama de amor que no conoces,
la misma que se queda
fría cuanto te marchas.

Aunque tú no lo sepas te inventaba conmigo,
hicimos mil proyectos, paseamos
por todas las ciudades que te gustan,
recordamos canciones, elegimos renuncias,
aprendiendo los dos a convivir
entre la realidad y el pensamiento.

Espiada a la sombra de tu horario
o en la noche de un bar por mi sorpresa.
Así he vivido yo,
como la luz del sueño
que no recuerdas cuando te despiertas.

martes, 17 de mayo de 2011

Julio Cortázar



EMPIEZAS CON LA MAGIA 
ERES SU EXTREMA
OPERACIÓN NOCTURNA

El país de la palma de tu mano,
cómo acosé sus ríos y me perdí en sus médanos
en busca de la fuente del mercurio más rojo
que convocara con su antiguo gongo
allá arriba la luna de tus labios, la sonrisa naciente.

Peloponeso de marfil y bronce
el diminuto mapa de tu mano,
poza para estos labios que persiguen
cada línea de tiempo.

Huelo esa arena, escucho sus chacales,
hay amarres y hogueras en tu mano,
hay trampas, solitarios
bares de medianoche con pianistas cansados
y tú misma arrimada a tu voz que recorta en la sombra
una vaga columna de leche y vainilla.

Todo nace en tu mano, planisferio azafrán y ron añejo,
y luego sigue, trepa, engaña y tempestades,
ombligo rosa, labios retraídos , feeling,
de golpe es Sergio y su guitarra, es esa niña herida de verano
que nos dio aquella flor en su esquina con un vago: <>

Te contaré del viaje, entredormida,
alzaré el portulano sigiloso,
te diré de la niebla que arrulla en tu garganta,
de los juegos de azar que arrastran por trastiendas
a marineros ebrios, a muchachas de tránsito,
que son el alfabeto de ese lenguaje, el gesto
con que te das, combada, murmurando una fuente entre espadañas.

Allí donde al fin bebo.

****************

AFTERMATH

Dime por qué todavía te deseo, por qué tu nombre vuelve
como el hacha a la herida en una amarga visitación de la
medianoche,
a la vera de un campo funerario donde larvas se multiplican
húmedas babas, recuento interminable de torpezas,
dime desde esa nada donde ahora te atrincheras, dime
por qué me basta componer un mecanismo elemental de
sílabas,
discar en el cogollo de la niebla las cifras de tu nombre
para que solitariamente
me agobie la esperanza de una menuda migración de dedos
por mi pelo,
de una fragancia donde habita el musgo.


lunes, 16 de mayo de 2011

"¡Si nos encuentran estamos perdidos!"
"¿Cómo vamos a estar perdidos si nos encuentran?"

(Sopa de Ganso)

domingo, 15 de mayo de 2011


- ¿Es usted quién la ha salvado?
- No lo sé. Estaba muy oscuro. Quién sabe quién salvó a quién...
Iremos, yo, tus ojos y yo, mientras descansas, bajo los tersos párpados vacíos a cazar puentes, puentes como liebres, por los campos del tiempo que vivimos.

sábado, 14 de mayo de 2011

Todos los árboles están desnudos - Sam Shepard

Me la encuentro abajo, medio dormida en un sillón, mirando El tercer hombre. Está acurrucada entre sus mara­villosas caderas, unas caderas impresionantes que nunca han dejado de provocarme. Deslizo mi mano por su cin­tura. Ella dice:
—Hola cariño —con una voz nostálgica, de niña pequeña.
Me siento en el brazo del sillón y le acaricio el pelo decolorado.
— ¿Verdad que es una película fantástica? —dice, mien­tras miramos la última escena en blanco y negro en la que Joseph Cotten adelanta a Ingrid Bergman en la larga ca­rretera rural y decide apearse de su Jeep y esperarla.
—Mira cómo caen esas hojas falsas en primer plano —digo. Me sale así—. Todos los árboles están desnudos pero siguen cayendo hojas.
Ella hace un ruido de asentimiento y entonces me siento estúpido por haber roto el clima emocional de la película con un comentario intelectualmente pobre. In­grid Bergman sigue andando hacia la cámara con el mis­mo paso seguro. Tiene un andar genial, lleno de fuerza femenina: alta, erguida e independiente. Joseph Cotten enciende un cigarrillo y espera. Hay algo arrogante en su espera, algo muy masculino. Las hojas siguen cayendo en primer plano, justo delante del objetivo. Empiezo a pen­sar en los factores ocultos en el rodaje de una película. Los tíos del atrezzo subidos en largas escaleras junto a la cáma­ra, dejando caer hojas otoñales para que planeen de mane­ra adecuada. Las máquinas de viento. Alguien controlan­do la brisa. No sé cómo he empezado a pensar en esto. Ya no me siento involucrado en la historia de la película ni empatizo con los personajes. Ella la ha estado viendo desde el principio, durmiéndose y despertándose. Ingrid Bergman se acerca a Joseph Cotten y pasa de largo sin si­quiera mirarle. Ella pasa junto la cámara sin variar el paso y desaparece, dejándole solo con su cigarrillo. La arrogan­cia de él se esfuma. Mira el camino por el que ella se ha alejado. Hay una sensación reconocible de pérdida y ansia en sus ojos, los ojos de un perro de caza que parece que nunca duerme lo suficiente. De repente estoy otra vez dentro de la película sin saber muy bien cómo he sido seducido. Me encuentro justo donde el director quiere que esté. La música de una única cítara me ha cautivado. Creo que las hojas que caen son reales. Sufro un cambio de estado de ánimo y me dejo arrastrar hasta el abis­mo irreconciliable que separa hombres y mujeres. Me siento afortunado por estar aquí con la persona que quie­ro, acariciándole el pelo rubio decolorado. Aparecen los créditos.
—¿Por qué Ingrid Bergman no se detiene cuando ve que él la está esperando? Es obvio que la está esperando —pregunto.
—No era Ingrid Bergman —dice ella.
—¿No lo era? Era igual que ella.
—Bueno, pues no lo era.
—¿Y quién era entonces?
—Alguien que se parece mucho a Ingrid Bergman.
—¿Pero no era ella?
—No.
—¿Estás segura?
—Segurísima.
—Bueno, ¿y por qué no se detiene?
—Le echa la culpa, supongo.
—¿La culpa de qué?
—¿No sabes la historia?
—Hace mucho tiempo que la vi. Creo que fue en los sesenta.
—Le culpa de la muerte de Orson Welles.
—Ah.
—¿Te acuerdas?
—Sí —miento. No me acuerdo de nada excepto de la secuencia de una persecución en las cloacas de París. ¿Era París?
—¿No te acuerdas? Le tienden una trampa. ¿La vacuna?
—Ah, sí —miento otra vez.
—¿Todos aquellos niños que mueren por culpa de la vacuna falsa?
—Sí.
—Bueno, estoy muy cansada. Me voy a la cama. ¿Ce­rrarás tú aquí abajo? —dice.
—Claro —digo yo.
Sale de la habitación, bostezando y estirándose. Aprie­to el mando y la televisión se apaga y se queda negra. Miro el camino por el que se ha alejado. El cielo se ilumi­na con relámpagos intermitentes a través de los grandes ventanales. Puedo ver el río tan claramente como si fuera de día. Se oyen truenos a lo lejos, en el valle. Huele a llu­via y a pescado. Los perros rascan la puerta delantera. Son cobardes cuando se trata de truenos. ¿Cuánto hace que la besé por primera vez y quién pretendía ser?

martes, 10 de mayo de 2011

lunes, 9 de mayo de 2011

Insomnio - Billy Collins

Después de contar todas las ovejas del mundo,
enumero ñus, caracoles,
camellos, alondras, etc.

Luego añado todos los zoos y acuarios,
país por país.

Con las primeras luces, me duermo
y tengo una pesadilla: me ahogo en el Diluvio,
y le grito, sobreponiéndome al encrespamiento del agua,
a un consternado Noé, pero su arca
prodigiosa sigue empequeñeciéndose en la distancia.

Ya es sólo una silueta en el horizonte:
la única embarcación que queda en la Tierra está a punto de desaparecer.

Zarandeado por las olas,
me concentro en la pareja de jirafas,
cuyos cuellos sobrepasan el techo,
para impedir que mi vida desfile ante mis ojos.

Cuando los animales desaparecen de la vista,
hago el muerto, con los ojos cerrados,
y veo a todos los peces de la creación,
multicolores, especie tras especie,
saltar una valla, en un campo de agua.

domingo, 8 de mayo de 2011

suitcases.jpg

Navegando a solas por la habitación

introducción a la poesía:

Les pido que cojan un poema
y lo sostengan al trasluz,
como una diapositiva de colores,

o que peguen la oreja a su colmena.

Les digo que suelten un ratón en el poema
y que lo vean buscar la salida,

o que entren en la habitación del poema
y palpen las paredes en busca del interruptor.

Quiero que hagan esquí acuático
en la superficie del poema
y saluden al nombre del poeta que está en la orilla.

Pero lo que quieren hacer
es amarrar al poema a una silla
y torturarlo hasta que confiese.

Empiezan dándole con una manguera,
para averiguar lo que quiere decir en realidad.

sábado, 7 de mayo de 2011

DIARIO DE TU AUSENCIA - Damaris Casas

Y sin embargo te recuerdo.

Te recuerdo como si no existieses.

Pienso en ti como se piensa

en un ser imaginario,

por ejemplo, qué sé yo,

un unicornio, un centauro, Dios.



Te recuerdo como a un espectro,

como a un personaje de ficción,

como a las personas

que aparecen en sueños.



Y sin embargo te recuerdo.

Te recuerdo más allá

de los caminos y los días.

Con la impresión de no volver a verte

nunca.



Casi sin querer, pienso en ti con desidia,

con resignación, con apatía,

con una mezcla

de alegría y de tristeza,

con nostalgia, con hastío, con anhelo,

emoción, incertidumbre.



Pienso en ti con la cabeza, con las manos,

con las piernas,

con la garganta, con los labios, con los ojos

abiertos o cerrados.



Y me canso de olvidarte.

Me harto de olvidarte.

Me aburro de olvidarte.



Y sin embargo...

Hay gente - Roger Wolfe (Mensajes en botellas rotas)

Hay gente que cree que está viva
porque lee la prensa y le hace el amor
a su mujer dos veces al año, al mes
o a la semana,
toma café con los amigos
y sueña con pertenecer a alguna mafia.
Hay gente que cree que está viva
porque se levanta todos los días a las seis
de la mañana para arrastrarse hasta el trabajo,
y fuma un cigarrillo
y comenta la marcha de la liga
o el último escándalo político
con los colegas. Hay gente
que cree que está viva porque tiene un coche,
un piso en propiedad y dos docenas
de camisas y una sólida opinión
sobre quién deber gobernar en el país.
Hay gente que cree que está viva
porque sigue cursillos por correspondencia,
acude a sellar la tarjeta del paro,
se mete un pico o esnifa coca o sale a tomar
copas o por culo los fines de semana,
va al cine, enciende el televisor,
habla por teléfono o abre una cuenta bancaria.
Hay gente que por estas cosas y algunas otras,
- cualquiera, todas las que queráis
añadir a esta lista improvisada-
cree que está viva, y lo que es peor:
que tiene algún derecho a la vida.

jueves, 5 de mayo de 2011

LLAMADA DE AUXILIO



yo estaba desolado. necesitaba su ayuda. le escribí una carta.


Estoy muy triste.

pero sé que mi letra es nerviosa, atropellada, absolutamente ilegible, por eso ella sólo acertó a leer luego supe:


Estoy en Trieste.

me quería y ni siquiera lo dudó. hizo las maletas y, en su afán por ayudarme, partió hacia las perdidas costas del Adriático, es decir, muy lejos de mí.
                                                    (pastor zurdo con su rebaño de insectos)

Esta vida demasiado plácida me extingue. Estas horas solemnes sofocan los incendios imprudentes y los papeles en llamas. Ansío el terremoto particular ­que alguien me ha prometido.

Soy el hombre delgado que no flaqueará jamás.

martes, 3 de mayo de 2011

temblar contigo


temblar sí, temblar igual que tiembla la cerveza de la botella en tu mano mientras te hablo al oído. temblar como la llama de la vela que no encendimos nunca. temblar como las gotas de lluvia por la ventana, en carreras invisibles que no sabemos dónde acaban. temblar como la cortina en la noche a la que hace bailar tu ventana. temblar como si pasara el tren a dos centímetros de mí y deshacer la cama como nunca y mi deseo nervioso como esa mala letra de examen que uno no reconoce como suya. temblar como las manos de mi padre por la herencia del alcohol. temblar como la barbilla de una niña a punto de estallar en llanto. temblar, sí, juntos, acompasados. uniendo latidos. temblando.

lunes, 2 de mayo de 2011

Consuelo - Billy Collins

Qué agradable no viajar a Italia este verano,
recorrer sus ciudades y ascender la pendiente de sus tórridos pueblos.
Cuánto mejor deambular por estas calles familiares,
absorbiendo el significado de cada cartel y señal de tráfico
y los bruscos gestos que hacen con la mano mis compatriotas.

No hay conventos aquí, ni frescos desmoronados o famosas
cúpulas y no es necesario memorizar una sucesión
de reyes o pasear los húmedos rincones de los calabozos.
No es necesario dar vueltas en torno a un sarcófago, contemplar
la cama diminuta de Napoleón en Elba, o los huesos de un santo en redoma.

Cuánto mejor dominar el simple recinto hogareño
que empequeñecerse ante columna, arco o basílica.
¿Por qué hundir la cabeza en locuciones extranjeras y arrugados mapas?
¿Por qué meter paisajes en una hambrienta cámara de un solo ojo
ansioso de tragarse el mundo, monumento tras monumento?

En vez de recostarse en un café ignorando cómo se dice helado,
bajaré a donde el coffee shop y la camarera
conocida como Dot. Me deslizaré en la corriente del periódico
matutino, las barreras del lenguaje destruidas,
los ríos del idioma fluyendo libremente, los huevos despachados sin problema.

Y tras el desayuno, no tendré que buscar a alguien
deseoso de fotografiarme rodeando con mi brazo al propietario.
No repasaré la factura ni registraré en un diario
qué tuve que comer y cómo incidía el sol en la ventana.
Basta con volver a subirse al coche

como si fuera el gran automóvil del mismísimo idioma inglés
y haciendo sonar mi cláxon vernáculo, acelerar
por una carretera que nunca me llevará a Roma, ni siquiera a Bolonia.

Supervivencia- Sergi Pàmies

Le han recomendado tantas veces que busque las respuestas dentro de sí mismo que, un día, organiza una expedición. Equipado con un casco de espeleólogo, un machete, un piolet y cuerdas de alpinista, inicia la travesía. El primer paso es el más difícil. Tiene que concentrarse mucho para encontrar la rendija adecuada y, a presión, meterse dentro de su propia piel. El tránsito del exterior al interior le hace sudar y maldecir pero, con la ayuda de una maniobra de contorsionista y el ímpetu artificial que le proporcionan los antidepresivos, lo consigue (admirado por la eficacia del machete a la hora de abrirse paso y eliminar resistencias). El espacio que lo acoge no tiene nada que ver con el que había imaginado. Le habían hablado de un territorio casi ilimitado y, por si acaso, llevaba consigo un kit de supervivencia. Ahora, en cambio, mueve la cabeza para iluminar un espacio cerrado, oscuro, en forma de armario. Gracias a la disciplina aprendida en multitud de terapias, evita sacar conclusiones. Sabe que no le conviene precipitarse y se agarra a la posibilidad de encontrar, más allá de esta claustrofobia inicial, otros espacios. Para poder moverse con más facilidad, descarga la mochila y las cuerdas. Comprueba la consistencia de los límites que le rodean con la punta del piolet: toc, toc. Lo que ve —capas superpuestas de penumbra rodeando siluetas de estantes vacíos y de perchas sin ropa— no lo tranquiliza. Si éste es el armario en el que debía encontrar respuestas, piensa, mal asunto. Como siempre que se angustia, le entra hambre. Saca de la mochila dos barras proteínicas y las devora con la avidez de un náufrago. Lo que le pasa por la cabeza le satisface tan poco como lo que ve. No sabe qué esperaba encontrar pero la expectativa que le ha traído hasta aquí no incluía un mueble vacío. No necesita esforzarse para reconocer los síntomas de la decepción. Siente la tentación de disparar una bengala, a ver si, más allá del techo, hay algo aparte de este espacio, que, además, le parece que se está estrechando. Sólo es una impresión pero le basta para entender que, pese a que recuerda haber venido a buscar respuestas, ya no sabe a qué preguntas correspondían. Cuando, con asepsia o paternalismo, le hablaban del concepto «dentro de ti», nunca imaginó un espacio como éste. Ahora se da cuenta del error de haber creído que todo sería amplio, extenso, inabarcable. Que todo haya resultado tan oscuro e irrelevante quizá sea, especula, una respuesta. Si cuando inició este viaje no estaba dispuesto a admitir según qué cosas, ahora tampoco. Por eso, impulsado por el efecto proteínico de las barritas, se levanta y empieza a golpear violentamente el fondo del armario. Además de rabia, el impacto del piolet le transmite motivaciones más íntimas. Lentamente, consigue abrir un boquete y, al otro lado, entrevé el mundo de siempre. Animado, sigue golpeando. El furor recaudatorio de los policías poniendo multas le produce cierta ternura y el mar, colapsado por surfistas y motos acuáticas, le transmite una vitalidad tan reconfortante como el olor mezcla de sal, sardinas carbonizadas y crema de protección solar. Cuando consigue que el boquete sea lo bastante grande para salir de sí mismo, sin preocuparse de la mochila, las cuerdas, el machete, el piolet y las preguntas sin respuestas que deja atrás.