malditos sean los curiosos y que los malditos sean curiosos:
la esencia de la poesía es una mezcla de insensatez y látigo...
....el gran Hank

domingo, 19 de enero de 2020

Cuba y poemas de Frank Abel Dopico


EL DIARIO QUE NO SE ESCRIBE

Estoy vivo de aquellas cosas que perdí, pero no ileso.
Mientras comía pan con azúcar, enfermo, simultáneo,
mirando llover,
se posó en mi mano la cicatriz de un pájaro
y después de mis ojos pasó Ofelia desnuda, muy desnuda,
y supe que yo era un fósil,
un asqueroso fósil
floreciendo ante la cruel insistencia de la lluvia; enfermo,
muy enfermo de hembras que pasaban: extraviado, insolente,
casi autista, dirían.
Cada noche afilaba mi sombra para un día cortar
esa parte del mundo que alguien me negaba.
Mentí hasta convencer a mi otra mitad que debía huir conmigo,
amarga y amorosa.
Me convertí en el ruido del patio y en las puertas abriéndose.
Mudé pronto los huesos para tener una camisa
llena de bosques y caballos…
Con tal de que fuera visto desde el cielo
o desde cualquiera de esas hembras que pasaban
con culos gongorinos, indiferentes a mis bosques,
indiferentes a la profecía del almendro
cuando encontré en sus raíces, muertas, mis canicas.
La adolescencia es un país obligatorio. Sin mapas. Sin linternas.


GANAS DE LLOVER

Uno se pone feliz y una camisa hablada y se va por ahí a que tiemble
la noche.
La noche es quién.
Las luces de la ciudad esconden más que la oscuridad a un perro triste.
Uno va a que lo palpen las estrellas,
a que la luna busque en el bolsillo la moneda que falta.
Está feliz y en las terrazas el murmullo nos hace andar como un murmullo.
Do si la sol. Fa mi re do. Es hermoso andar y nunca detenerse
aunque la ciudad se haga lejana.
La noche es quién. El camino el extravío.
Uno no va a detenerse. Algún día estará el mar
y caminaremos sobre el mar. Habrá otra tierra. Vendrán otras montañas.
Otros pastores descubrirán su muerte en una tumba brusca.
Uno ya se puso feliz y cuando se acaben los océanos y la tierra
irá más allá. Detenerse puede ser un error.
Afuera habrá tanto extravío como los pasos quieran.




(Del cuaderno inconcluso «Dinosaurios en flor»)

LAS MANOS

Yo tenía unas manos de puta casi feliz.
Unas manos tremendas de macho delicado.
Buenas para el tacto de los pechos recientes.
Con ellas me aferré a la ventisca
y sobreviví a una lágrima lenta, acusatoria.
Esas eran mis manos
antes de que el tiempo pasara un día,
en un descuido, sobre ellas.
No hay migas de pan ni piedras
que me puedan hacer regresar a aquellas manos.
Lo digo sin tristeza.
Hoy las he mirado
como si pesara en ellas el cráneo de alguna cosa olvidada.
Buenas manos mías. Quién sabe
adónde fueron las otras manos que apretó
como el niño que limpia las gafas vacías del abuelo.
Quién sabe qué será de aquellas manos mías
tan buenas y dóciles y amargas.
Alguien me ha dado estas,
un poco menos limpias.
Pero me tienen que servir en la poca traición que ya me queda
y para decir adiós y dar los buenos días.





(De El correo de la noche, 1989)

TANGO A FAVOR DE LAS PUTAS

En resumen, tú eres el inicio
y las palabras llegaron después, en un poema arrancado a la niebla.
Sentir o estar, eso fue todo y fue el semen como la luz, piadoso.
Los golpes en los pechos, la respiración enemiga de los pechos,
el ojo burlón de las iglesias.
Estábamos en un sitio adonde el viento se había llevado volando
mi cabeza
y el mismo viento se había llevado volando una de tus manos.
Eran las nueve de la noche y de pronto ya eran las seis de la mañana.
En un abrir y cerrar de ojos cambiamos tú y yo y el aceite de la noche
y los espantapájaros que fuimos, poco a poco, saliendo del sembrado,
espantando las aves que no llegaron nunca.
Tú y yo dos palos quienes perdieron la mano y la cabeza,
palmo a palmo moviendo la mano y la cabeza, con quince centavos
en el bolsillo izquierdo,
con una habitación en la mano y otra en la cabeza,
tirados como hierbas cortadas, confundiendo uno en el otro
a miles de personas,
como rostros sucesivos, como piedras de íntima explosión.
Érase un escándalo público a las dos de la mañana
y el público eras tú o yo según tocara, según tú encima tenías
veinte años o seis meses
o no habías nacido y érase que entonces brotabas de mis piernas,
yo, hombre paridor, me tragaba tus huesos de ciruela
y también retrocedía por los años, oh, puta de estilo,
qué bien eras mi madre pariéndome en espejos, qué bien eras mi doble
entre la hierba,
cómo nacimos tanto de tanta muerte cursi.
Éramos solamente un par de espantapájaros
que parecíamos personas miradas desde el cielo,
un par de cielos truncos remendando su velamen, un par de cocodrilos…
Entonces nos pasó el pito de los trenes por encima,
el alba ponía su huevo lentísimo en los parques,
quedamos libres, exprimidos de ambos, pegados como campanas
adentro de campanas,
con un sonido que eras tú en busca de tu mano
y yo en busca de los pies de mi cabeza.
Habíamos muerto los dos. Habíamos cumplido un deber ciudadano.
Nos enterramos entre la gente para volver a ser una mano y una cabeza
más entre la gente.
Ahora, de verdad, pienso que no eras una puta.
Creo en la inocencia de encontrarse apenas una vez,
que bastan una noche y una vez para saber cuánto estamos solos
en un pozo,
acostumbrados a comernos el hueso de la noche.
Y no puedo dejar de recordarte
siempre que el viento se lleva volando mi cabeza.
Acaso yo te he visto o tú me has visto
pero sabemos que hicimos un pacto de morir.
No hay un nombre siquiera, ni un centavo de nombre.
Pero horribles aquellos que no dejan que el viento les lleve volando
la mano o la cabeza.

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