Ya sabes que se nos han caído todas las agujas que nos sujetaban a los sueños, como un maniquí que se vestía con sábanas baratas, con osados harapos mientras todo era flotar. Cuando un paquete de tabaco arrugado, gastado, vacío que se filtró en tus pulmones hecho humo puede ser lo más lírico que imagino en mañanas de ibuprofeno y noches de rubias, debería dejar de imaginar de una vez, por y para siempre. Bajarme a tierra, pellizcarme el vientre. Y eso haré. Este desorden y esta falta de todo, de aquí y de allí, qué incómodo vivir con todo cayendo, arrastrando las mangas, fregando todos los culos de vaso de los que consiguieron beberse algo, mientras yo trago toda la arena de tu desierto y me desprendo del sedal de tus brazos cuando no quiero.
Llego tarde y el día aún no se enciende, está lento, moribundo, como recién llegado de alguna guerra lejana, de esas que nos llenan de cicatrices y angustia, de luces que se apagan y hielo. Ya ni sé si eres respiradero o sumidero de mi desidia. La memoria como una habitación acolchada de la que ya nunca salgo. Y para qué salir, para cruzar la calle, las piernas, los dedos, los brazos. Déjame dentro para amortiguar los golpes con tu recuerdo. Para recolectar la nada y el eco y el asco.
Llego tarde y el día aún no se enciende, está lento, moribundo, como recién llegado de alguna guerra lejana, de esas que nos llenan de cicatrices y angustia, de luces que se apagan y hielo. Ya ni sé si eres respiradero o sumidero de mi desidia. La memoria como una habitación acolchada de la que ya nunca salgo. Y para qué salir, para cruzar la calle, las piernas, los dedos, los brazos. Déjame dentro para amortiguar los golpes con tu recuerdo. Para recolectar la nada y el eco y el asco.
Fui paisaje y ya quedo lejos. De una vez, por y para siempre.
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